Es relativo
Lic. Guillermo Pacheco Pulido
(Segunda y última parte)
Este trabajo es una síntesis de la conferencia sustentada por el maestro Juvenal Cruz Vega que yo presento en dos partes por considerarlo de importancia.
En efecto, puede hacerse un humanismo integral, como ya lo había advertido Jacques Maritain en su Humanismo Integral (Ediciones Carlos Lohle, Buenos Aires, 1966, 234 pp.).
El estudio le da mayor reflexión y entonces el humanismo se vuelve una praxis y una teoría recíproca.
De una manera sucinta se trata del humanismo que se adquiere en la escuela (la segunda escuela) con su propia jerarquía de valores, clara y distinta a la jerarquía de la casa, donde se aprende a leer y a escribir.
Si se puede se estudian los valores como el antiquísimo trivium y quadrivium de la tradición desde Atenas hasta el inicio del siglo XX, donde se reviven los principios del humanismo histórico: el amor a la patria, a Dios y al hombre.
De este modo se refuerzan los valores que los padres de familia nos han transmitido de generación en generación.
Aquí es aleccionador el escritor romano Aulo Gelio cuando explica el paso de la φιλανθρωπία a la παιδείαν y a la humanitas (Noches Áticas, Aulo Gelio, XIII, 17, 1-3).
El filósofo mexicano Mauricio Beuchot, con su aportación, nos obsequia un fragmento que puede embellecer y esclarecer esta parte del humanismo:
“El humanismo vuelve cada vez más fuerte. A pesar de las críticas de Heidegger en su Carta sobre el humanismo, discípulos suyos, como Ernesto Grassi, se han opuesto al maestro.
“Se ve la necesidad de un nuevo humanismo. Desde mi perspectiva filosófica, tiene que ser un humanismo analó- gico, que no vaya contra la ciencia-técnica, pero que rescate los valores más altos del ser humano, que es lo que ahora nos hace tanta falta”.
La sabiduría divina (la tercera escuela) no viene a contradecir las dos partes anteriores, mejor aún, viene a darles plenitud, porque el hombre no está aislado.
Es lo más perfecto que hay en la naturaleza, es imagen de Dios, porque tan infinitamente regalador es Dios, que decide tomarse a sí mismo como modelo para crear al hombre, a fin de que éste se parezca a Él y conferirle la máxima dignidad y honra. Dios se regala a sí mismo.
Hay un hermoso fragmento de Carlos Díaz al respecto: “A partir de ese momento el ser humano se convierte en imagen de Dios, tiene aire de familia divina.
“¿Para qué? Para que quien vea al hombre pueda imaginar analógicamente a Dios. Para que quien piense en Dios pueda pensarlo a través del hombre”.
De una manera sucinta se trata del humanismo que se adquiere en el templo con una clara y singular jerarquía de valores.
Es donde se aprende a dar gracias a Dios, a amar a Dios y al prójimo, a respetar y santificar a los padres, a santificar y a darle prioridad a la familia.
Aquí se estudia la formación humana, la educación en la fe, la formación espiritual.
Aquí tienen sentido las cuatro áreas de formación de la historia del humanismo clásico y cristiano: formación humana, patriótica, académica y espiritual.
Todo con alegría como advierte el apóstol Pablo, cuando dice: “en todo les he enseñado que es así, trabajando, como se debe socorrer a los débiles y que hay que tener presentes las palabras de Jesús, que dijo: pues hay mayor felicidad en dar que en recibir” (Hech. 20, 35).
Visto así, el humanismo clásico, cristiano y mexicano lleva consigo una seria axiología, fundada en una onto-antropo-teología: en la filosofía del hombre, en la metafísica y en la filosofía de Dios.
Por eso el verdadero humanismo es sinergia y trascendencia, como habían expresado el gran humanista mexicano Gabriel Méndez Plancarte y el filólogo alemán Werner Jaeger en su Paidéia.
Es muy diferente al humanismo posmoderno que llama a todos los demás clasista, como un arma de salida para esquivar el diálogo y quitarle la palabra al auténtico humanista.
Además, el valor de la persona y el valor del amor que sostiene el núcleo de su pensamiento, le da un sesgo eminentemente profético, porque los valores si son humanos, han de ser trascendentes y nunca conocerán su decadencia.
Un hombre reformado con esta actitud tiene un carácter profético, porque es un defensor del hombre y de los valores superiores.
De otra forma, anuncia la buena nueva y la liberación a los hombres, pero también denuncia el mal y el error donde quiera que se encuentren.
En sentido positivo es un mensajero que va corriendo por las montañas, anunciando la buena nueva, pues, a decir verdad, esta expresión abarca todos los valores.
Como dice el doctor Justino Cortés Castellanos al referirse a los hombres que defienden los valores supremos en todas las culturas, y parafraseando al profeta Isaías: “Felices los que oyen a un mensajero que va corriendo de un lugar hacia otro, anunciando la liberación a los hombres” (Isaías 52,7).