Es relativo
Lic. Guillermo Pacheco Pulido
Un distinguido poblano, nacido en Atlixco de las Flores, lo fue el maestro Héctor Azar, abogado, dramaturgo escritor y académico universal, quien enaltece a Puebla con su gran capacidad cultural.
Siempre se le reconoce y agradece la grandiosa obra de este maestro, que ha recorrido el mundo del arte en todas sus manifestaciones.
Hablar y conversar con él resultaba una cátedra magistral.
Fue un ser humano que recibió multitud de premios; en realidad tuvo mayor actividad en el teatro, del que fue “prolífico director”, razón por la que el Senado de la República le distinguió.
Como escritor se le reconocen varios géneros literarios.
El artículo que se transcribe de Héctor Azar se intitula Puebla en la Cultura del Oriente de México.
Iniciamos esta serie de notas sin el ánimo de perpetrar metáforas chocarreras, sino de afirmar que en el origen mismo de la Puebla de los Ángeles –y 300 años después, de Zaragoza– se encierra uno de los más gratos encantamientos dados en tierras aborígenes de América.
Me propongo repetir casi obsesivamente que Puebla nació de un sueño –el del primer obispo de Tlaxcala–, es decir, de un acto ilógico y de severa ensoñación creativa, por no decir poética.
Dice el absurdo dramaturgo Ionesco que “los sueños esconden la verdadera fuerza de lo deseado, de lo profundamente anhelado…”.
Esto mismo lo había asegurado en fechas cercanas al propio Ionesco, el famoso Dr. Freud, aunque de manera menos poética y más llena de razón, de lógica freudiana.
Que alguien capaz de soñar y con la facultad y el poder de soñar sueñe en fundar una Puebla de gente…, entraña un acto de supremo poder y de muy elevada calidad creativa.
Hacer algo para que la gente viva y conviva –un verdadero acto de convivencia humana– tiene que ser algo formidable.
Sabemos la mayoría de los poblanos que hubo un ejecutor magnífico de ese sueño premonitorio del Obispo Garcés:
Motolinía o Motolinia, Fray Toribio de Benavente, el franciscano que seguramente no tuvo el corazón de lis, ni el alma de querube, ni la lengua celestial como su santo patrón, aunque sí las agallas del gigante que hace bajar los ángeles del cielo armados de unos cordeles y de cal para que –después de la primera misa de consagración del sitio para asentamiento de la Puebla– trazaran la ciudad que aposentara al hombre y al hijo del hombre que habría de nacer en ella.
Como en otras ocasiones, aquí se dio un caso de estricta poesía, entendida ésta como la depositaria de los valores humanos de una comunidad formada para el encuentro y el reencuentro social.
La fecha: el 16 de abril de 1531, el lugar: El Alto, Puebla; sitio que los vidrieros, los ladrilleros, los alfareros veneran –veneramos– aún con devoción.
La Puebla había nacido como un acto de cultura: la fundación de una ciudad que pronto habría de figurar como la más importante del virreinato; encrucijada en la que Layo y Edipo llegarían a jugarse la estabilidad de Yocasta, como madre patria.
Cruce de vías también, en que las culturas jugarían el tercio con ventura: la cultura aborigen, la hispana y la árabe contenida en ésta.
La Puebla virreinal como vaso de elección para el criollismo nato, La Puebla culterana, adorablemente barroca y severamente conceptista de Singüenza, de Veytia y de Palafox triángulo equilátero de la modernidad anticipada, de lo culto humanista y humanitario, el de la siembra cultural levantando centros de labor, diseñando agriculturas, artes, oficios, edificios seculares opuestos en su arquitectura a la violencia como ultima ratio.
Hacedores, en fin, de una patria que a 500 años de establecida aún no llega a aceptarse en su grandeza.
Finalmente, la Puebla decimonónica, la Puebla de Zaragoza reactiva de la liberalidad y el desafío; la Puebla donde el país entero signa, como testigo de honor, la dignidad de México y lo mexicano.
Para que en el albor del siglo XX se pronunciara Puebla ante el mundo como el primero de los movimientos reivindicativos en el siglo XX.
Lo que, precisamente ahora, el mundo entero, no sólo nosotros, estamos discutiendo en su destino anterior, en su realización a medias o en su más contraída frustración.