Ésta es mi columna de despedida de La Crónica Puebla.
Durante varias semanas fue acogido por la generosidad de dos entrañables amigos: Javier Pacheco Pensado y Arturo Luna Silva.
Ambos sabían que mi estadía era temporal, y aún así me abrieron las puertas de su casa.
No me dieron un sofá para dormir, sino una recámara con baño propio y vista al mar.
Un mar tranquilo, con el muymuy de la marea devorado por gaviotas.
Caminé por esta casa generosa que es Crónica como si siempre la hubiese habitado.
Los amigos de verdad te dejan las llaves de su casa sin el temor de que a su regreso encuentren las aves negras del desastre sobrevolando el alto techo.
Simplemente confían en la palabra.
Así entré a esta casa.
Así me voy.
Con la certeza de la amistad sincera.
Una tarde de comida, Javier Pacheco me invitó a escribir mi columna tras mi salida de ContraRéplica Puebla.
No lo dudé un minuto.
De inmediato dije sí.
Arturo, posteriormente, ratificó la invitación.
Y días después, Juan Pablo Kuri me dio la bienvenida.
Todas las despedidas están cargadas de nostalgia.
Y aunque fue breve la estancia, me voy como si hubiesen pasado años.
Llegué en el otoño del descontento.
Me voy en el otoño de las esperanzas.
Este viernes empezará a circular Hipócrita Lector: un periódico doblado de página web que lleva muchos sueños en el vientre.
Desde hace muchos años acuñé esa expresión que viene del mejor Baudelaire: el de Las Flores del Mal.
Poeta maldito por excelencia, Baudelaire me ha acompañado desde los diecisiete años.
Un primer ejemplar de Las Flores del Mal lo perdí en una de mis mudanzas sentimentales.
Un perro adicto a la poesía lo devoró.
He tenido varios volúmenes desde entonces.
Pero siempre recuerdo aquel libro en edición bilingüe que un can inspirado se comió en tres días.
En el último verso del poema que abre el libro, Baudelaire estalla jubiloso:
“Oh, tú, hipócrita lector, mi hermano, mi semejante”.
La primera vez que me referí al lector como hipócrita lector hubo cejas levantadas y enojos.
Los reclamos llovieron.
Pasé a explicar el sentido de esa expresión Baudeleriana.
La gente empezó a entender.
Hoy por hoy, nadie se ofende cuando la cito en mis columnas.
Saben que es un guiño de complicidad y de hermandad.
Saben que me refiero a mis entrañables semejantes cada vez que los aludo.
Una expresión aparentemente grosera ha terminado por convertirse en un gesto de emotiva complicidad.
Esto busca ser Hipócrita Lector: un barco camaronero en altamar.
Y es que un barco así está cargado de aventuras y de Moby Dicks emocionales.
Lejos de la tranquilidad de un yate, en este barco tenemos aseguradas las emociones fuertes, los delirios del mar, la incertidumbre.
Y eso es lo que narraremos en el cuaderno de navegación.
Gracias una vez más a Javier, a Arturo y a Juan Pablo.
Espero haber sido un buen compañero de viaje.
Ellos lo fueron conmigo brutalmente.
Gracias también siempre al hipócrita lector que me ha acompañado en los 9 medios que he dirigido en Puebla.
Este décimo periódico —me digo— será el definitivo.
Uno construye una casa para vivir en ella, para recorrer sus pisos, para abrazarse en las paredes.
Mi próxima casa empieza a ser poblada de inéditas generosidades.
Y más: ya tiene perro que le ladre.
A esa casa me voy, en esa nave me embarco.
Y puedo decir, a diferencia de Luis González de Alba —altísimo escritor muerto bajo suicidio— que sí hubo barco para mí.