Cuando las bodas rebasan el delirio amoroso y se ubican en el delirio monetario —o en el delirio de la vanidad—, las cosas se salen de control.
Lo que ocurrió en la boda de Santiago Nieto y Carla Humphrey es elocuente.
Su primer error fue hacer una fiesta discreta en un país aparentemente discreto (Guatemala) con invitados profundamente indiscretos.
Nadie que quiere una celebración austera invita a Juan Francisco Ealy Ortiz, dueño de El Universal, o a Javier Tejado Dondé, jurídico en su momento de Televisa.
Y es que se corren dos riesgos:
Que el primero viaje en avión privado con 35 mil dólares en los calcetines o que el segundo filtre detalles de la fiesta al diario Reforma.
Algo más:
Ambos son cordialmente detestados por el presidente López Obrador.
Una boda así está condenada al escándalo, como el propio presidente la definió.
Con tales ingredientes, la propia luna de miel (luna de hiel) fue complicada.
(En ese contexto, Nieto se enteró de que había sido relevado de la titularidad de la Unidad de Inteligencia Financiera, aunque en un tuit nocturno dijo que había renunciado).
Sobre todo cuando, antes de su salida, los mojigatos panistas exigieron que Nieto investigara a la mitad de sus polémicos invitados.
Ufff.
Los políticos de la 4T deberían contratar la asesoría de un despacho especializado en bodas.
Muchos dolores de cabeza y de hígado se hubiesen ahorrado de 2018 para acá.
Muchas caídas.
Un caso emblemático de lo que no se debe hacer ocurrió cuando César Yáñez y Dulce Silva se casaron en la muy poblana iglesia de Santo Domingo por cortesía de Tony Gali, el ex gobernador que todavía le reprocha a Rafael Moreno Valle —en ausencia— que su estadía en Casa Puebla haya durado 45 minutos.
El primer error del hombre fuerte del entonces presidente electo fue aceptar el patrocinio del mini gobernador.
La segunda pifia: ponerlo de testigo de la boda civil.
Tercera falla: armar en la sede de la fiesta —el Centro de Convenciones— un espacio glamoroso para los seis cambios de ropa carísima de la novia, mismo que fue descubierto —para su mala suerte— por Beatriz Gutiérrez Müller.
Cuarto error: aparecer en la portada de la revista Hola!
A su regreso de la larguísima luna de miel —duró treinta días—, la situación de Yañez había cambiado brutalmente.
De ser el hombre fuerte pasó a convertirse en el fantasma de Palacio Nacional que utiliza el cajón de estacionamiento 129.
Por cierto:
Hace poco estuvo por detonar un escándalo protagonizado por Dulce Silva (¿de Yáñez?) y Santiago Alejandro Silva Ramos, tío de ésta.
Y todo por un extenso terreno ubicado en la calle Volcán 1017, fraccionamiento La Vista Country Club.
La superficie marea a cualquiera: 2 mil quinientos metros.
(Mil 920 metros serán de construcción real).
La sangre no llegó al río y el escándalo quedó en veremos.
Aparentemente.
Casarse no es mala idea.
Lo gravoso suelen ser algunos invitados (con 35 mil dólares en los calcetines).
O los mini padrinos obsequiosos.
O los tiempos de la salud pública en México.
En plena pandemia, por ejemplo, se casó en Polanco la hasta hace poco secretaria de Turismo del gobierno de Claudia Sheimbaum, Paola Félix Díaz: la misma que viajó en un avión privado con destino a Guatemala junto al Señor de los Calcetines (Ealy Ortiz).
Gracias a los indiscretos invitados, Mexico entero sabe que la boda Nieto-Humphrey fue en cinco tiempos y que todo mundo cenó esfera de carpaccio con aguacate, tártara de atún, ravioles rellenos de queso brie con sorbete de limón, robalo crujiente, asado de tira y macarroni de chilacayote.
No.
No es malo casarse.
Lo malo son ciertos personajes indeseables en las bodas discretísimas de la gente de la 4T.
Pero todo esto, faltaba menos, tiene que ver con la sucesión presidencial.
¿O alguien piensa otra cosa?