La noche del viernes, un muchacho de poco más de veinte años de edad fue levantado en San Martín Texmelucan.
Al día siguiente, su cuerpo, destrozado, fue hallado a bordo de un vehículo quemado en las inmediaciones de un cerro.
Lo torturaron antes de prenderle fuego.
Los victimarios son conocidos por todos: autoridades municipales, policías, periodistas.
Incluso saben sus nombres y apellidos.
Y algo más: las direcciones de sus casas.
Su oficio no podía ser otro: son huachicoleros.
O huachigaseros.
Los días han pasado.
Los afligidos padres del muchacho hacen fila en la Fiscalía para que les entreguen el cuerpo.
Al dolor del alma se suma el cansancio brutal ante una burocracia fría.
De entrada, les dijeron que había prioridades: la ejecución de tres agentes investigadores.
En ese sentido: tendrían que esperar y hacer los trámites respectivos.
En contraste, los asesinos duermen tranquilos al tiempo que hacen lo de siempre: robar y vender gasolina y gas, cobrar derechos de piso y levantar y asesinar a quienes se les atraviesen.
Gozan de impunidad gracias al amparo y la protección de las autoridades municipales.
Todos están en su nómina.
Faltaba más.
Tanto lo están, que los padres de la víctima no pudieron presentar la denuncia en San Martín.
“Tienen que ir a la Fiscalía. Aquí no se puede”, les dijeron.
La revictimización es notable.
Y ofensiva.
Imagine el hipócrita lector la cadena de agravios:
El brutal homicidio, la furia, la tristeza, el dolor del alma y de los huesos, el afán de tener el cuerpo para darle sepultura, la operación cansancio, la impotencia ante la esquiva burocracia, la tragedia de la impunidad…
¿Qué país es éste que los familiares de las víctimas ni siquiera pueden llorarles y enterrarlas?
¿En qué momentos nos convertimos en todo esto?
Quien mata al hijo de una familia mata a cada uno de los miembros.
La vida ya no será igual.
Una tristeza infinita se irá a vivir a las habitaciones de la casa.
Del otro lado, en cambio, la cadena de delitos y de impunidad seguirá gozando de cabal salud.
En el momento de escribir estas líneas, los padres del muchacho siguen esperando que los burócratas reaccionen, tengan unos minutos de humanidad y les entreguen lo que piden.
¿Qué piden?
Los restos de un cuerpo masacrado.
¿Qué harán con él?
Le llorarán y lo enterrarán en medio del dolor y la impotencia.
¿Piden mucho?
No piden nada.
Han pasado cinco días desde que ocurrieron estos hechos.
La burocracia les dice que tienen que esperar.
Aún más.
¿Imagina el lector algo peor que esta tragedia?
***San Martín Texmelucan es el reino del huachicol y de la impunidad desde 2010, cuando una explosión por robo de gasolina puso al municipio en el mapa de un delito inédito.
A partir de entonces, los delincuentes se organizaron y obtuvieron cobijo, de inmediato, de las autoridades municipales.
Todos en ese lugar saben que los policías trabajan para los huachicoleros.
Ahí, los levantones son cosa de todos los días.
¿Y qué decir de las ejecuciones?
Pero está dicho que nadie debe saber nada.
Los pobladores perdieron ya hasta el ínfimo derecho de preguntar.
Las Trampas de la Razón. Las contradicciones afloran en la trama Tecamachalco.
Los que celebraron la gran puntería de Alejandro Santizo —secretario de Seguridad Pública del municipio— ahora juran que disparó en un contexto de confusión.
Y que no debe ser juzgado de homicidio calificado.
¿En qué WC podemos vomitar?