Miguel Barbosa Huerta no ha sido el único gobernador que se enfrentó a los empresarios poblanos.
(Aunque sí ha sido el único que ha llamado corruptos e hipócritas a los líderes de las cámaras).
Otros, en el pasado reciente, también lo hicieron.
Mariano Piña Olaya, por ejemplo, tuvo fuertes enfrentamientos con ellos desde su primer día en Casa Puebla.
Fueron épicos los descontones entre ambos.
Enumerarlos da para un libro entero.
Manuel Bartlett también lo hizo.
En mi novela Miedo y Asco en Casa Puebla dediqué un capítulo al tema.
He aquí, hipócrita lector, estas líneas:
Abrumado por los poblanos, Manuel Bartlett tuvo que buscarse un compañero de conversaciones para no enloquecer.
Después de pensarlo mucho, se decidió por un caballero católico, líder empresarial y padre de trece hijos: Jorge Espima, el mismo que era miembro del Yunque poblano –“caballeros marchitos que profesan una fe singular en una organización ultraderechista que se codea con Dios, la Patria y el Ornato”, como le gustaba llamarlos a Bartlett– y exsocio de El Universal de Puebla y casi dueño del AL.
El empresario canoso de eterna sonrisa se fue ganando a Fraudlett por su fama de buen hombre. Quienes los veían en los lugares públicos no dudaban en calificarlos como Dios y el Diablo. Los propios subordinados del gobernador no entendían la cercanía con Espina, quien, además de ser uno de los hijos predilectos de Dios en la tierra, era un constructor exitoso y de cartera abultada.
—¿De qué platicas con Bartlett? —le preguntaban curiosos sus compañeros yunques.
—De los poblanos, de nuestras familias, de la Biblia —respondía el empresario.
Y era cierto. No había tema que no tocaran. Pronto, al paso de los meses, Espina se volvió un sacerdote laico para Bartlett.
Tanta intimidad se generó entre ambos que hubo dos navidades en las que el invitado principal en Casa Puebla fue el empresario. En ese lapso, el hombre de negocios que vivía en la piel de Espina se impuso al cura de pueblo que también vivía en él y logró sacarle varios jugosos contratos que beneficiaron al Yunque y sus agremiados. Uno de ésos fue la construcción del Periférico Ecológico.
La luna de miel con Espina terminó abruptamente. Todo empezó cuando un estudiante de la UPAEP –la universidad de los yunques– secuestró a un amigo suyo y lo mató. Indignados, los Caballeros de Colón se aliaron con los Monaguillos de Serdán y las Hermanas Teresianas en aras de protestar por la inseguridad en Puebla.
El escenario fue el Palacio de Gobierno, sito en avenida Reforma. Hasta ahí llegaron Espina y sus amigos. Ingresaron por la puerta principal, se apersonaron en el patio y a gritos exigieron la presencia de Bartlett. Éste salió en mangas de camisa y con un habano en la boca. Vio a Espina desde el barandal y lo saludó a lo lejos. El empresario hizo como que no lo vio.
Ricardo Villa Escalera tomó el micrófono y lanzó la primera amenaza: o Fraudlett resuelve el tema de la inseguridad o se acabó el romance con la iniciativa privada. Gerardo Navarro le siguió en el turno y a grito abierto dijo que Bartlett era un delincuente electoral y un asesino.
El gobernador mordisqueó el puro y volteó a ver a un Jorge Espina que no sabía cómo bajar la presión de los mensajes. Unos abucheos coronaron los gritos de “¡asesino, asesino, asesino!” que soltaron los hombres más ricos de Puebla.
Mario Marín daba instrucciones a Javier López Zavala y a su compadre El Vale. Éstos se movían sin saber qué hacer. Uno iba de aquí para allá y el otro iba de allá para acá. Bartlett no daba crédito que los empresarios a los que había enriquecido con un periférico mal hecho estuvieran ahí, desafiándolo y exhibiéndolo, como un asesino de poca monta.
Espina y José Manuel Rodoreda buscaban la forma de bajar de tono la protesta, pero Villa Escalera y otros empresarios menos favorecidos con los contratos millonarios salidos de Casa Puebla no daban tregua.
“¡Asesino, mapache, corrupto!”, gritaban los hombres de traje y corbata.
Pepe Orendain, Sombra, se acercó a Jorge Espina y le dio un tirón del brazo.
—¡No me jales, Pepe, no me jales!
—¡Eres un desagradecido, Jorge! ¡Tanto dinero que te ha dado Manuel! ¡No se vale que le hagan esto!
—¡Él se lo ganó! ¡Yo le dije que atendiera el tema de la inseguridad!
—¡Eres un hijoeputa!
—¡No me ofendas, Pepe, no me ofendas!
Bartlett lanzó el puro a un lado y se metió a su privado. Los gritos aumentaron. Una señora teresiana escupió ante el micrófono:
—¡En lugar de pagar viajes de placer a París deberías atender a tu pueblo, ladrón!