René Valencia / Karla Cejudo / Mariana Flores / Diana López Silva / Javier Cordero / Antonio Zamora
A tres años de gestiones y trámites, en el estado de Puebla hay 401 escuelas públicas y 236 monumentos y templos a cargo del INAH tal como los dañó la sacudida de minuto y medio el19 de septiembre de 2017 a las 13:14.
El terremoto, que cobró la vida de 46 personas, dañó a dos de cada 10 escuelas públicas de Puebla: 2 mil 272. De esas, 401 están igual que aquella tarde.
De los 621 templos, museos, monumentos y edificios dañados en tutela del Instituto Nacional de Antropología e Historia, 236 carecen de reparación alguna.
Tres sitios religiosos no tiene ni dinero asignado para reparaciòn: Capilla del Santo Entierro y la Parroquia de San Bernardino Tlaxcalancingo, ambos de San Andrés Cholula; y el Templo de Cristo Vivo o Preciosa Sangre de San Pedro Cholula.
De 236 sitios en espera de gestiones, 208 no se pueden ocupar desde la tarde del sismo.
DAÑO EN LA ANGELÓPOLIS
Por concentrar inmuebles, Puebla capital es el municipio campeón del abandono: 68 escuelas y 44 monumentos catalogados como históricos están inutilizados y sin intervención, de los 442 planteles y 55 edificios afectados por el temblor.
Igual que los datos estatales, las cifras corresponden a respuestas a solicitudes de información del INAH y el Comité Administrador Poblano para la Construcción de Espacios Educativos (CAPCCE).
El INAH indicó que solo cuatro monumentos tienen 93-99% concluido; cinco llevan 80-90% de avance y dos el 32-55%.
De los 44 sin intervención en tres años, 21 tienen daños menores, 20 moderados y tres quedaron con daños severos: la Capilla de la Virgen de los Dolores (4 Poniente), el Templo Conventual de Santa Inés del Monte Policiano y el Templo y Exconvento de San Pablo de los Frailes.
Sin avance están la Casa de Alfeñique, el Templo de la Luz, el Carmen, San Francisco de Asís, el Fuerte de Guadalupe y el Museo Regional Puebla.
Los 11 inmuebles con avances han costado 59.9 millones de pesos; 9 tienen seguro, uno tiene seguro y recursos gubernamentales y otro, Fonden.
Las viviendas, sin seguro
Sólo 4.8% de las viviendas del estado de Puebla tienen seguro que cubre daños por catástrofes naturales, según cifras de la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros (AMIS).
Al cierre del 2019, el informe detalla que a nivel nacional, 6.5% de casas cuentan con seguro por iniciativa propia y un 20% por crédito hipotecario.
La AMIS informó que al menos 41% del territorio nacional se encuentra en zonas expuestas a fenómenos naturales que pueden generar la pérdida parcial o total del patrimonio.
Los trabajadores con vivienda obtenida vía Infonavit cuentan con seguro de daños por desastres naturales, vigente durante el periodo del crédito.
De acuerdo con el instituto, en caso de incendio, terremoto, erupción volcánica, inundación, explosión, huracán, granizo, entre otros siniestros, si la vivienda sufre una pérdida parcial, el trabajador podrá recibir un monto económico para la reparación de daños.
El Infonavit también ofrece la posibilidad de liquidación de crédito en caso de pérdida total del inmueble.
Organizaciones e instituciones privadas ofrecen protección por eventualidades como sismos, huracanes, tormentas e incendios. Los costos varían por ubicación, terreno y construcción. Por ejemplo, BBVA cotiza para un inmueble de 750 mil pesos, un seguro con costo de cinco mil 82 pesos, a pagarse en 12 meses.
Justo cuando paró el micro
Nora recuerda que iba en transporte público a la escuela, con su abuela.
Tenía 11 años, iba en sexto de primaria en el Centro Escolar Niños Héroes de Chapultepec, al turno vespertino.
Salieron de casa 45 minutos antes de la hora de entrada, en previsión de tránsito vehicular por la hora pico.
En pleno centro de Puebla, el chofer detuvo la marcha. Justo cuando comenzó el temblor.
“Algunas personas se agacharon bajo los asientos para protegerse de algo que cayera”, pero no ocurrió.
Cuando pasó el sismo, el microbús siguió su ruta normal. En el bulevard 5 de Mayo, descendió junto con su abuela y caminó hasta la puerta del plantel, donde ya había decenas de padres de familia y alumnos de ambos turnos, y se les notificó la suspensión de clases.
De regreso a su casa, también en transporte público, Nora vio con asombro que las personas adultas se veían alteradas y no dejaban de hablar del temblor.
Fue hasta llegar a su hogar, cuando vio en televisión los daños que dejó el sismo en la ciudad.
Ocho pisos, una eternidad
Escuchaba una conferencia, bien sentado, el ponente hablaba, él miraba su teléfono celular, “cuando sentí que alguien me sacudió la silla”.
Aldo Cortés alzó la vista, el conferenciante tenía la cara blanca, los que estaban sentados corrían a la puerta, los organizadores del evento apuntaba hacia las escaleras. Estaba temblando.
“Fue el minuto y medio más largo de mi vida, no solo porque tardé más en bajar los ocho pisos que me separaban del suelo, sino porque fue el minuto y medio en el que sentí que en cualquier momento me iba a caer algo encima y no la iba a librar.
“Cuando llegué a la entrada del edificio, sentí un alivio impresionante, que solo duro un instante puesto que había personas teniendo una crisis emocional, gente llorando y otras más tratando de comunicarse con su gente.
“Los minutos que pasaron después fueron borrosos, no recuerdo como logré enterarme de que todos en mi casa estaban bien, solo recuerdo la paz que sentí al corroborar que nada nos había pasado, aunque la ciudad se hubiera caído a pedazos”.
“Mis perros, mis alarmas”
Hacía la tarea en la computadora. Carlos Juárez estaba concentrado.
Los dos chihuahuas, que jugueteaban abajo, ladraron a todo volumen, a toda velocidad.
“Cuando fui a verlos noté que el librero se estaba moviendo y dejó caer libros y algunos peluches que contenía, al salir para tratar de ponerme a salvo los perros se salieron, mientras la vecina gritaba que estaba temblando, y le hablaba a su papá, un hombre mayor que tenía dificultad para que salir de su casa.
“Una vez fuera, vi a los vecinos del fraccionamiento, en ese entonces vivía por Bosques.
“Cerca de mi casa hay una escuela primaria donde tocaron la chicharra, comenzaban a salir, mientras mi vecina comenzó a llorar porque sus hijos estaban en la escuela y no paraba de decir que estaban hasta el centro.
“Marqué a mis familiares, pero no había señal, entonces mandé mensaje por WhatsApp para verificar que estuvieran bien, me contestaron que no les había pasado nada, y regresé a casa para recoger todo lo que se había caído”.
Libra yunque de 100 kilos
Se le enchina la piel de sólo recordar. Es su día de mal augurio. Porque perdió a un tío en el sismo de 1985, en uno de los edificios que cayeron.
Y hace tres años, tuvo un susto de 100 kilos. En la fábrica de un cliente, desmontaba un motor para llevarlo a su taller y repararlo. El temblor lo pilló en plena maniobra. El piso se sacudió. Alzado con polea, el artefacto osciló.
Pudo haberle caído encima.
“Sensación horrible”. Lo dice y los brazos le quedan igual que cuero de gallina sin las plumas.
Desde niño, 19 de septiembre es hoja de calendario gris. “Es un día malo, no me gusta; de chiquito, la muerte de mi tío en Ciudad de México; en 2017, con el motor sobre mí”.
Decidió que ese día, mejor, no trabaja. Ya están avisados los clientes. Ni entregas ni reparaciones ni visitas. Jaime Ortega se queda en su casa.
Y no para tener asueto ni por superstición. Es su ritual privado: igual que el simulacro de sismo para estar preparados, él le recuerda a su familia, con 24 horas de presencia, que es lo más valioso en su vida.