Por: Dulce Liz Moreno
Era la corriente del río Atoyac el motor de molinos y haciendas, así que el paso a la fábrica estaba más que cantado.
Hizo falta ingeniería y, entonces, floreció la hidráulica desde 1850 para que presas y canales movieran motores industriales, advierte el investigador Sergio Francisco Rosas Salas.
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Revisor de planos, documentos de compra-venta, escrituras, croquis y toda la literatura de los archivos de las textileras, asegura que el esplendor de Puebla como centro fabril proveedor de telas finas a todo el país le debe todo a las aguas de este río.
Y también, dice, las fábricas de Tlaxcala. Porque el corredor de 13, como se ve en el croquis, estuvo formado por tres de allá y diez poblanas en las márgenes del río.
Él y otros estudiosos ubican en 1835-1845 la “industrialización precoz” de Puebla y por ello asientan que una de cada dos mantas finas de algodón mexicanas de hacían aquí.
La segunda gran etapa textil ocurre en el porfiriato con La Covadonga como última del esplendor, abierta en 1897, ya con un salto tecnológico, igual que La María, inaugurada un año antes.
Las aguas nacidas en la Sierra Nevada, intersección de las fronteras de Puebla y Estado de México movieron esta industria. El Atoyac llevaba el caudal hasta el valle de Atlixco, y por eso el río Cantarranas movió las textileras.
El Atoyac y su afluente el San Francisco, que ya entubado y con pavimento encima es el bulevar Cinco de Mayo, hicieron húmedo y fértil el terreno en la Puebla colonial y luego productora de energía, primero en hilado y tejido y después en estampado de algodón.