Tenían, incluso, seis años. Pero urgía dinero en casa y entraban a trabajar.
Caminaban los dos kilómetros y medio, igual que los grandes, para entrar al gigante de Metepec.
No alcanzaban la herramienta, ni de puntitas. Y su osadía era aventarse a las fosas de guata y recorte de la merma de los telares, que para ellos eran enormes albercas que prometían un rebote perfecto si se tiraban de clavado, pero ya dentro, hasta el fondo, se daban cuenta del horror y debían “hacer casita” con las manos sobre la nariz, y alternar la respiración con la construcción de “escalones” de material blando bajo los pies, hasta salir a la superficie.
Dos metros eran demasiado. ¿Cuál prohibición de explotación infantil? Eran los años 40, apogeo de textileras en Atlixco.