El comerciante que –como puede y con lo que puede– intenta limpiar su lugar de trabajo.
El encuestador del Inegi que recorre las calles solitarias sin encontrar a quién lanzar sus preguntas.
Las sillas de los restaurantes que se han quedado esperando a sus habituales clientes, clientes que no llegarán.
Las tienditas de la esquina que han tenido que bajar sus cortinas porque desde hace dÃas nadie se presenta ni siquiera para dar los buenos dÃas.
Los módulos del INE que ya no reciben a los solicitantes de identidad. Los museos que deberán seguir en silencio aguardando un mejor momento para poder volver a presumir sus riquezas y proezas.
El joven que, cansado, desconcertado, hace un alto en el camino para suspirar, acomodarse su cubrebocas, alzar la vista e intentar seguir adelante… La vida en Puebla ha cambiado, el coronavirus nos ha arrebatado la paz pero también nuestras rutinas.
Quién sabe cuándo todo vuelva a la normalidad, o a eso que llamamos normalidad.
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