Por: Álvaro Ramírez Velasco
Crescencio espera desde el viernes en una funeraria de Nueva York, para emprender su último viaje, el de retorno a casa.
A sus 56 años de edad, en apenas dos semanas el coronavirus lo consumió y los ojos se le apagaron sin poder ver de nuevo su tierra, Santa Cruz Huehuepiaxtla, en el municipio de Axutla, Puebla.
Se le fueron acumulando los días y las dificultades propias de ser un inmigrante indocumentado en Estados Unidos, por lo que 18 años más o menos pasaron desde la última vez que visitó a sus padres, de 88 años de edad él y de 86 ella.
Los dos hoy están destrozados y mantienen la esperanza de que el cuerpo de su hijo, el tercero de seis, regrese al hogar.
Su hermano Alberto, su compañero de vida, de trabajo, de departamento y de andanzas, es quien hoy lidia, en compañía de otros tres hermanos varones, con los trámites tras la muerte de Crescencio.
Los días amargos y oscuros en Brooklyn, en donde han pasado las últimas dos décadas, se mitiga un poco cuando por Internet le transmiten los rezos que, por el alma de Crescencio, encabeza el párroco de la comunidad en su casa, allá en Huehuepiaxtla, la que su hermano ya no volvió a ver.
LOS PIES INQUIETOS DEL MIGRANTE
La historia de Crescencio es, como la de muchos paisanos, la del caminante valiente y de esfuerzo.
A los veintitantos de edad, en la década de los 80, dejó su terruño, conocido por algunos hallazgos arqueológicos y por su iglesia, que en uno de sus muros tiene escrita la frase “Quédate con nosotros señor”.
De allá salió Crescencio a buscarse la suerte y para acomodarse la vida en la Unión Americana, desde donde siempre vio por sus padres.
El coronavirus, del que no hay idea de cómo se contagió, le cegó la vida de manera muy rápida. Los primeros síntomas los tuvo el 4 de abril y el sábado 18 dejó el plano terrenal.
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La lucha de Crescencio que fue por tantas ciudades de Estados Unidos, hasta que sentó arraigo en la Gran Manzana, que fue también cotidiana por trabajar, para enviar dinero a sus padres, ahora cambia de meta; hoy es para regresar a casa a descansar.
Esta es una cruzada familiar, que encabeza su hermano Alberto Flores Méndez, para que vuelva a su pueblo, ese al que vigila su cerro de La Peña, en la profunda Mixteca.
Toda la familia quiere que descanse en el suelo original, pues no dejó hijos y su única familia es la original.
Alberto, quien también supera en estos días las reminiscencias del covid-19, está dispuesto a todo para que su cuerpo, no sus cenizas, su cuerpo -subraya en entrevista-, se vaya a descansar allá en “donde están mis papás; si ya no lo pueden ver directamente, que al menos vean el ataúd que lo lleva”.
A LA ESPERA
La funeraria lo recogió del hospital en que tuvo su último suspiro este viernes 24 de abril y estará ahí el tiempo que sea necesario.
A Alberto las autoridades le han dicho que el 20 de mayo definirán si hay viabilidad para repatriarlo o debe ser sepultado en la ciudad de Nueva York, opción que tampoco gusta a la familia, de profundo sentimiento católico.
Precisamente las autoridades estadounidenses han planteado que el 18 de mayo podrían abrirse las fronteras y los aeropuertos a los viajes “no esenciales”, de ahí la fecha, dos días después, el 20 de mayo, que le han dado a la familia para definir su posible traslado.
La cremación tampoco se contempla: “incinerarlo es la última opción que nosotros tenemos contemplada. Sería lo último.La primera opción que queremos es repatriarlo en nuestra tierra y sepultarlo allá. Si no se puede, por la misma situación que estamos pasando aquí, que no hay servicios de nada, entonces ya lo sepultamos acá y mis papás ya vendrán algún día a verlo aquí. Pero de incinerarlo, esa opción no la tenemos nosotros, nadie en nuestra familia”.
Crescencio fue católico en vida y su deseo personal era que, en caso de morir, tuviera una sepultura.
“De hecho mi hermano siempre vio mal esa forma de incinerar un cuerpo. Nunca estuvo de acuerdo. Pero nosotros, aunque nos cueste, queremos que mi hermano vaya a descansar allá a nuestro pueblo, donde están mis papás”.
EL RETORNO HACIA SANTA CRUZ HUEHUEPIAXTLA
Alberto, quien hoy tiene 46 años de edad, enfrenta en Brooklyn el duelo y los trámites. Perdió a su compañero de vida “porque vivíamos juntos, íbamos a todos lados juntos, al trabajo, a las fiestas”.
Hace entonces Alberto una pausa en la entrevista y pide que en el texto se subraye un mensaje para sus paisanos mexicanos: “por favor en su reporte insista a que la gente allá en México siga las indicaciones para protegerse de este virus”.
En estos días, el mismo Alberto se recupera del coronavirus. “No sabemos cómo nos llegó la enfermedad…”
Hasta la muerte de su hermano, junto con él se dedicó a la construcción especializada en lo referente a campos de golf.
Alberto también tiene un oficio que es arte. Se dedica a la fotografía y ha alcanzado reconocimiento entre la comunidad latina.
Sus trabajos son de una calidad extraordinaria y algunos de ellos los realizó junto con Crescencio.
Sobre su sueño americano que hoy es pesadilla de duelo, Alberto Flores reflexiona y lo dice con claridad: “No me arrepiento. Dios lo quiso así. Nosotros vinimos aquí buscando un mejor nivel de vida y estas son tragedias que pasan. Me hubiera podido pasar en cualquier lugar que yo estuviera. No me arrepiento de haber venido ni de estar hoy aquí con mi hermano”