Por Guadalupe Juárez
La COVID-19 lo agudizó todo para ellas y sobre todo las que ya de por sí dedicaban su tiempo al trabajo no remunerado: el cuidado de los menores, el de enfermos, el de personas con discapacidad y ancianos, así como las tareas domésticas.
Así, se convirtieron en el sector que más ha fallecido en Puebla: una de cada cinco personas que murió por la epidemia en la entidad poblana era ama de casa.
De acuerdo con la Secretaría de Salud estatal, entre marzo del año pasado y el viernes 14 de abril en año en curso murieron 2 mil 908 amas de casa, seguidas de jubilados con mil 680 decesos, el tercer sector más afectado son los trabajadores generales con mil 439 muertes , 171 médicos, 52 casos del personal de enfermería y 35 estudiantes.
La Organización de los Estados Americanos (OEA) asegura que la pandemia profundizó las desigualdades de género, tanto dentro de los hogares como fuera de ellos.
En su informe “COVID-19 en la vida de las mujeres” explica que los hogares en el confinamiento obligado se convirtieron en el estadio donde todo ocurre, tanto el cuidado, la educación de niños, niñas y adolescentes, como la socialización y el trabajo.
Esto originó la crisis de los cuidados, llamada así porque incrementó la carga relacionada con el cuidado y la atención de las personas que, aunque debe ser un trabajo colectivo, ha recaído en las mujeres de cada familia.
Esto ya sucedía, porque las normas sociales de género atribuyen el rol de cuidado a las mujeres.
“El cuidado ya planteaba una brecha en el uso del tiempo de las mujeres que se exacerba con el cierre de escuelas, el aislamiento social, y las necesidades de atención de personas enfermas, lo que aumentará el tiempo de las mujeres destinado al trabajo no remunerado”.
La exposición al virus se volvió rutinaria, una simple salida de la casa al supermercado triplicó el tiempo frente a otras personas, pues se convirtió en un proceso más lento con la regulación del aforo y las medidas sanitarias, que crearon largas filas para entrar, pagar, salir.
Añadidos los desplazamientos de ida y de regreso a casa, sobre todo en transporte público – con menos unidades y aforo menor–, se multiplicó tanto la exposición como el tiempo, más los lapsos destinados a desinfectar cada producto.
Con la pandemia, la OEA estima que las mujeres destinan
76.2% de las horas de cuidado no remunerado, más del triple que los hombres, sumado además a la doble o triple jornada laboral, sobre todo en los hogares con hijos que van al preescolar y que no pueden asumir de manera autónoma la educación a distancia.
Le pasó a Mariana Rivera, tiene 27 años y un niño de tres que empezó a cursar el primero de preescolar en línea y otro de seis años que inició su primer año en la primaria, todo en remoto por internet.
Como madre soltera y maestra de secundaria, las mañanas las destina entre sus clases a distancia, como la atención a las de sus hijos frente a la computadora o el celular, aunque le ha costado más con el mayor de sus hijos, pues al no saber leer ni escribir, es quien le demanda más tiempo para sus tareas.
A esto se suma hacer el desayuno, las comidas, las cenas, el cuidado de los pequeños y el quehacer del hogar, ás sus deberes como profesora. Clara Méndez tiene 70 años de edad, cuida a su hija de 45 años que tiene una distrofia muscular que le imposibilita moverse y la tiene en silla de ruedas.
Para ella la pandemia no ha significado grandes cambios, no salir de casa, lavar platos, ropa, hacer el quehacer de su casa, cuidar de su hija, llevarla al médico e invertir su día en hacer la comida y hasta cuidar de su otra hija, la jefa de familia de su hogar cuando se contagió de COVID-19.
“Eso sí fue díficil, aumentó mi trabajo en la casa, porque era cuidar a dos personas, pero así ha sido en muchos años”, relata a Crónica Puebla.
La OEA asegura que este incremento en el cuidado se presenta sobre todo en las familias monomarentales (con jefatura de mujer), condición que se registra sobre todo en las ciudades.
¿Solución?
En otro análisis, la Emergencia Global de los Cuidados Covid en la Vida de las Mujeres proponen que los gobiernos hagan campañas para concientizar que el cuidado es comunitario.
Mientras que las empresas, den licencias tanto a hombres y mujeres para el cuidado de familiares enfermos.
Nadie cuida a la cuidadora
CARMEN ROSALES FLORES
Es enfermera. Tiene 38 años y trabaja en el Hospital General de Izúcar de Matamoros.
En junio de 2020 comenzó a checar y atender enfermos de modo particular en sus horas libres; porque se lo pedían con vehemencia, porque ella tiene el conocimiento y la práctica.
En cuanto su hermana enfermó, la familia decidió que se aislaría… en casa de Carmen para que ella la protegiera, atendiera y hospedara.
Se le multiplicó el trabajo dentro y fuera del hospital.
“Llegó el punto donde ya no podía más y tuve que dejar de atender personas, pero se siente el remordimiento de cuando uno de ellos fallece”, afirma.
En los días de saturación de hospitales, volvió a las visitas a domicilio, con pacientes graves.
Se contagió, estuvo mal, “y lamentablemente no hubo quien me cuidara. Me quedo con saber que atendí a 52 personas, y solo tres fallecieron”.
ROSA MARÍA CERVANTES MENDOZA
Se dedica a la docencia. La jornada se le multiplica por tres: sus alumnos y sus dos hijos, todo en casa.
En enero, su esposo contrajo el virus de la COVID-19.
“Fue un calvario, un infierno. En enero mi marido empezó con un dolor en el cuerpo y en la cabeza, pensamos que era gripe y no hicimos mucho caso. Después se fue complicando y comenzó a faltarle la respiración, fue cuando le hicimos una prueba de covid y salió positiva”.
Pero el malestar y el trabajo de atender, además, al enfermo, aumentó la sobrecarga de trabajo y deberes que recayeron sólo en ella.
“Llegó el punto en que ya no podía respirar nada y por más que buscamos un tanque de oxígeno, porque ya no nos lo quisieron recibir en el hospital, pero no lo conseguimos, y no aguantó”.
El hombre falleció en febrero.
“Es horrible. Lo cuidé lo más que pude por dos semanas, sin importar si yo me contagiaba, yo solo quería verlo bien”.