Era 2004, María tenía 20 años. Era viernes y sería noche de fiesta con sus amigos, pero nunca imaginó que terminaría siendo una pesadilla: acabó con un esguince de segundo grado y amenazada de muerte por Ricardo Forcelledo, quien la llevó a su casa con engaños.
La joven –cuyo verdadero nombre no será publicado para proteger su integridad– recuerda los hechos aquí relatados, aunque duros y explícitos, revelan cómo ocurrió la agresión y su impotencia al ser advertida que nada de lo que dijera haría una diferencia, debido a lo influyente de su familia.
EL HORROR
María relató que conoció a Ricardo Forcelledo en un antro, junto con unos amigos. Al inicio se mostró atento y educado con ella, empezaron a platicar, a bailar y después la invitó a seguir la fiesta en otro lado.
Ella aceptó pues creía que irían sus amigos, pero al salir Ricardo le dijo que se subiera a su coche, un BMW blanco con franjas negras; en el trayecto, le dijo que irían a Veracruz a seguir conviviendo, pero primero pasarían por unas cosas a su casa. Al llegar a su residencia, las insinuaciones sexuales fueron obvias –recordó María–, por lo que se dio cuenta que lo que Ricardo buscaba era una relación de una noche.
Ella aceptó. Estando en la intimidad, la actitud del joven cambió, mostrándose brusco y agresivo, incluso intentó penetrarla por el ano, a lo que ella se negó. Ricardo enfureció y le exigió sexo oral; María lo rechazó y Forcelledo le dijo, mientras le tronaba los dedos: “¡Pues si no lo vas a hacer, lárgate de mi casa!” Ella dijo que no podía creer su comportamiento, que esa “no era la actitud de un verdadero hombre”.
La frase detonó la ira de Ricardo, quien la sujetó del cabello y la bajó a empujones por las escaleras de su casa. “Haz de cuenta que se le metió el demonio. Me agarró del pelo cuando ya estaba de camino a las escaleras, y me dijo que me iba a enseñar lo que era entonces ser un hombre. Me arrastró por las escaleras hasta la entrada del fraccionamiento”, narró.
Sin soltarla, Forcelledo la llevó hasta la caseta de vigilancia del conjunto residencial, en donde le gritó que se fuera, que no volteara en ningún momento, que si lo hacía le iba “a meter un plomazo en la cabeza con la pistola del guardia”.
María asegura que el vigilante en la caseta vio todo pero ni se movió. Ricardo seguía amenazándola e incluso la obligó a darle un beso antes de soltarla.
INSEGURIDAD E IMPOTENCIA
“Cuidadito y dices algo, porque te meto un plomazo en la cabeza y te aviento a una barranca; nadie te va a encontrar”, fueron las últimas palabras del joven antes de soltarla.
Esa noche, María perdió sus zapatos y un sostén, pero confesó que también la confianza y la seguridad, pues jamás se imaginó que de salir una noche a divertirse con sus amigos, pasaría por una experiencia que puso en peligro su integridad y lo único que quería era regresar a casa.
Después, María contacto a la amiga que le presentó a Forcelledo para contarle lo sucedido. Ella la llevó con un familiar del joven –a quien llamaremos Ernesto para respetar su privacidad–, quien le recomendó callarse, pues Ricardo pertenece “a una familia influyente de Puebla” y no procedería nada legalmente. Ernesto le contó que Ricardo Forcelledo tenía antecedentes así con varias mujeres, de lo cual su familia estaba al tanto y cubrían sus escándalos, incluso al argumentar problemas psiquiátricos.
Le recomendó a María no decir nada y evitarse problemas. El viernes pasado, cuando salieron a la luz los testimonios de más mujeres agredidas por Ricardo, se dio cuenta que no estaba sola y que debía hablar.
Hoy, María sólo espera una cosa: que las demandas contra Ricardo procedan. Tiene fe en que el gobierno de Puebla haga justicia, para ella y cada una de las mujeres violentadas, por un hombre que siente que puede hacer lo que quiera, sin castigo.