Dicen que Ydelfonso Decoo era un genio. No nada más por su deslumbrante ejercicio clínico con el que diagnosticaba hasta por la postura de sus pacientes, el rictus, los olores y el bicolor de los ojos. Sino porque concedía deseos: medicinas, tratamiento, ungüento.
Salud. Y no importaba que no llevaras dinero. Te atendía y te sacaba del bache. Pero nadie pudo ayudarlo a él.
Una noche, el virus lo atenazó y le llenó los pulmones de lodos amarillos.
Por eso el muralista Jorge Rodríguez Gerada le hace un retrato monumental en Nueva York.
Mientras, Francia vuelve a la vida con todo y arte entre capas de piel.