Aire tibio toda la tarde, después de una mañana con nubes algo tímidas, y el viento perfecto para que la cita de cada año ocurra.
Es el festival de lámparas acuáticas de Minsk, la ciudad con nombre del gigante que molía las piedras para alimentar a sus custodios combatientes. Ahí, en medio de la oscuridad, de pronto, un chispazo.
El fogonazo blanco se extiende en el cielo y, en el agua color cuello de pavorreal, el calor navega con toda suavidad.