Por: Antonio Peniche García
Hay que vernos al espejo de Quetzalcóatl que se ha llenado de nuestras caras, de nuestros rostros indígenas, europeos, mestizos: son todos nuestros.
Toda gran obra tiene siempre su raíz en el pensamiento, en la imaginación, en una idea; le siguen la palabra, el verbo, y por último la acción realizada: la obra ya hecha realidad.
Este proceso, por simple que parezca al enunciarlo, es el proceso de creación más importante en la Creación. No es mi intención hacer una disertación teológica, filosófica, ni científica de este hecho, pero es tan simple de comprobarlo como pensar en alguna obra, de cualquier tipo, y analizar el proceso que vivió.
El Estado Mexicano proclama una concepción universal del hombre: la República no está compuesta por criollos, indios y mestizos, sino por hombres, a secas. Carlos Fuentes en su Nuevo Tiempo Mexicano, menciona que todos los pueblos tienen derecho de imaginar su futuro, y también tienen el derecho a imaginar su pasado. A México hay que imaginarlo, no sólo vivirlo; es decir, vernos al espejo de Quetzalcóatl que se ha llenado de nuestras caras, de nuestros rostros indígenas, europeos, mestizos: son todos nuestros.
La cultura mexicana es, sin duda, producto del “injerto” de otra cultura en una ya existente. Antonio Velasco Piña utiliza esta analogía para tratar de explicar lo que somos: al realizar el injerto, el árbol que recibe el trasplante, sufre una herida. Es necesario abrir su tronco para insertar la rama del otro árbol. Es un proceso doloroso y lento; hay que tener paciencia. Al final, cuando el árbol ha sabido asimilar las características de la rama injertada, da a luz un fruto con las características de ambos, pero es, a su vez, un nuevo fruto. Nuestras culturas indígenas sufrieron ese “injerto”: la cultura occidental, que además traía consigo la cultura judeo–cristiana, la árabe y la negra, se fundió con las mesoamericanas.
El autodescubrimiento de este país pasa por la vital etapa de encontrarnos con nuestra identidad; de asumirnos como parte de un sincretismo de culturas para, al final, comprender que física, humana, espiritual e históricamente somos llanamente mexicanos.