Dr. José Manuel Nieto Jalil
El verdadero valor del ser humano se puede encontrar en el grado en que ha liberado su mente y ha ampliado su corazón, reflexionaba Albert Einstein. Hoy, en el 70 aniversario de su fallecimiento, honramos no sólo las teorías que transformaron nuestra comprensión del Universo, sino también su profundo humanismo. Einstein dejó un legado que trasciende la ciencia; su llamado a la curiosidad y a la responsabilidad moral continúa inspirando a científicos y pensadores alrededor del mundo. En este día especial, recordemos al físico que falleció el 18 de abril de 1955 en el Hospital de Princeton, y celebramos su vida, que sigue siendo una fuente inagotable de inspiración y un llamado eterno a la curiosidad y la responsabilidad moral.
El 16 de abril de 1955 marcó un momento crítico en la vida de Albert Einstein, cuando sufrió una hemorragia interna debido a la ruptura de un aneurisma de la aorta abdominal. Este aneurisma había sido previamente reforzado por el Dr. Rudolph Nissen en 1948 mediante una intervención quirúrgica.
A pesar de la gravedad de su estado, Einstein decidió rechazar cualquier operación adicional. Esta decisión refleja no sólo su enfoque de la vida, marcado por la autodeterminación y la integridad, sino también su valentía frente a la inevitabilidad de la muerte.
En la mesita de noche de Albert Einstein, en las horas finales de su vida, quedaba un borrador significativo: el discurso que nunca llegaría a pronunciar. Estaba destinado a ser leído ante millones de israelíes con motivo del séptimo aniversario de la independencia de Israel.
Las palabras iniciales del discurso eran emblemáticas de su visión universalista: “Hoy les hablo no como ciudadano estadounidense, ni tampoco como judío, sino como ser humano”. Estas palabras reflejan la profunda humanidad de Einstein y su constante búsqueda de trascender las barreras nacionales y religiosas.
Albert Einstein fue incinerado la tarde del 18 de abril de 1955, cumpliendo con su deseo explícito de evitar cualquier forma de veneración morbosa. En un acto final que reflejaba su humildad y deseo de privacidad, sus cenizas fueron esparcidas en el río Delaware, asegurando que el lugar de sus restos permaneciera desconocido y libre de cualquier culto.
De acuerdo con sus biógrafos, la infancia de Albert Einstein tuvo marcada preferencia por la soledad, elección personal ya que no se sentía a gusto con los otros niños de su edad.
Esta inclinación al aislamiento le permitió dedicar extensas horas a la reflexión sobre temas que escapaban del interés común, sumergiéndose en un mundo de ideas y pensamientos divergentes. Aunque demostraba una habilidad excepcional en matemáticas y física, la estructura tradicional de la escuela poco hacía por motivarlo.
A la temprana edad de 15 años, sin la necesidad de un tutor o guía, Einstein ya se embarcaba autodidacta en el estudio del cálculo infinitesimal.
Su vida tomó un giro significativo cuando ingresó al Instituto Politécnico de Zúrich. Allí conoció a Mileva Maric, la única estudiante de física en aquel momento, con quien estableció una conexión profunda. Su relación pronto se transformó en una profunda amistad y colaboración intelectual, que eventualmente evo lucionó hacia el amor. Juntos tuvieron tres hijos: Lieserl, Hans Albert y Eduard.
Esta etapa no sólo fue formativa en su desarrollo académico, sino también fundamental en su crecimiento personal y emocional.
En el año 1905, Albert Einstein redactó una serie de trabajos trascendentales para la física, marcando el inicio de una era revolucionaria en la ciencia. Su primer artículo explicaba el fenómeno del movimiento browniano, proporcionando una evidencia sólida para la existencia de átomos y moléculas.
El segundo, centrado en el efecto fotoeléctrico, desafiaba las ideas previas sobre la luz y establecía una base para la teoría cuántica; este trabajo le valdría posteriormente el Premio Nobel de Física en 1921.
Los otros dos trabajos fundamentales introdujeron conceptos que cambiarían el curso de la física moderna: la relatividad especial y la equivalencia entre masa y energía.
Posteriormente, en 1912, Einstein avanzaría aún más sus teorías con la formulación de la Teoría de la Relatividad General.
Esta teoría proponía que la interacción gravitatoria entre dos masas no sólo se debía a una fuerza de atracción, como Isaac Newton había postulado casi doscientos cincuenta años antes, sino que ocurrió a través de la deformación del tejido mismo del espacio-tiempo, una descripción puramente geométrica de la gravedad.
Este radical cambio de paradigma ofrecía una nueva comprensión de la gravitación, extendiendo y corrigiendo la ley de la gravitación universal de Newton.
En agosto de 1939, ante la amenaza del régimen nazi y el poder destructivo de la energía nuclear, Albert Einstein escribió una carta al presidente Franklin D. Roosevelt, urgiendo a Estados Unidos a investigar las armas nucleares, debido a que Alemania podría estar desarrollando una.
En 1945, con la guerra finalizando y la bomba nuclear casi completa, Einstein imploró a Roosevelt no utilizarla contra Japón, reflejando su preocupación por las implicaciones éticas de su descubrimiento. Hasta su muerte, dedicó esfuerzos al desarme nuclear y a promover la paz mundial.
Durante los últimos 30 años de su vida, se dedicó intensamente al desarrollo de su Teoría de la Unificación; mucho más ambiciosa y controvertida que la de la relatividad, buscaba integrar las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza: la gravedad, el electromagnetismo, y las fuerzas nucleares fuerte y débil.
Su objetivo era proporcionar una comprensión completa y unificada del Universo, unificando el microcosmos de las partículas subatómicas con el macrocosmos de los cuerpos celestes en un marco coherente y global.
Albert Einstein, con su imagen de cabellos blancos enmarañados y mirada perdida en pensamientos profundos, es uno de los iconos científicos más reconocibles del mundo.
Esta apariencia, que refleja tanto su genialidad como su singularidad, ha trascendido el ámbito académico para convertirse en un símbolo universal de la creatividad y la excentricidad.
Tras una conferencia, un periodista le preguntó a Einstein, ¿Qué se siente ser el hombre más inteligente vivo?; Einstein respondió: No lo sé, tendrás que preguntarle a Nikola Tesla.
Así, la imagen de Einstein no sólo evoca a un científico excéntrico, sino también a un hombre profundamente consciente de los problemas de su tiempo, un pacifista activo y un pensador cuyas ideas continúan influyendo en generaciones mucho después de su muerte.
Su legado es una mezcla de descubrimientos científicos monumentales, compromiso ético y una personalidad que aún inspira tanto respeto como afecto en el corazón del público global.
Un hecho menos conocido sobre la vida de Albert Einstein, es la vigilancia por parte del FBI hasta su fallecimiento. La sospecha de que podría ser un espía comunista llevó a J. Edgar Hoover a ordenar una exhaustiva investigación.
De esta investigación resultaron casi mil 500 páginas de un expediente que, aunque ahora está parcialmente desclasificado, en su momento buscaba vincularlo con actividades subversivas. Sin embargo, pese a la meticulosidad de las indagaciones, nunca se encontraron pruebas que inculparan a Einstein, destacando una vez más la paranoia de la era McCarthy hacia figuras prominentes que expresaban simpatías socialistas o criticaban las políticas estadounidenses.
Einstein sigue siendo una fuente de inspiración para las nuevas generaciones de científicos, pensadores y activistas que buscan entender y mejorar el mundo y será recordado no solo como el revolucionario científico que nos reveló los misterios del universo a través de su teoría de la relatividad, sino también al hombre ícono de la sabiduría y la integridad intelectual. Einstein no sólo nos enseñó a mirar las estrellas, sino a imaginar nuevos mundos de posibilidad y esperanza.