Jorge Alberto Calles Santillana
Luego de estos dos años de la presidencia de Andrés Manuel López Obrador son varias las conclusiones a las que podemos llegar
Una. De las muchas formas en que el éxito se puede definir y evaluar en política, la aprobación es la que más valora el presidente porque conduce a la obtención de votos. El triunfo electoral ha dejado de ser medio para convertirse en lo que ahora es, el verdadero fin. El objetivo de López Obrador a lo largo de estos dos años ha sido preparar el terreno para conservar el poder. De acuerdo con varias encuestas recientes su apuesta ha sido correcta: su desempeño, cual éste haya sido, le ha proporcionado altos niveles de aprobación.
Dos. La obtención de aprobación requiere método. El que ha aplicado López Obrador consiste en hacerse visible a través de los medios de comunicación y las redes sociales, reducir los complejos problemas sociales a simplismos, atribuir responsabilidades a los demás de los problemas existentes—especialmente los gobiernos anteriores, presentar datos sobre la realidad—mayoritariamente falsos— que ofrezcan tranquilidad a la población, polarizar, condenar a los críticos y ampliar las clientelas electorales. La complejidad de la realidad y la consecuente dificultad para entender las múltiples relaciones que le dan forma posibilitan el éxito del método.
Varios factores juegan a favor del presidente: hartazgo y desconfianza en los políticos, medios de exposición, un discurso de reducido vocabulario, cotidiano y tramposo: carente de argumentos y sustento, en realidad exige aceptación, so pena de quedar clasificado como enemigo identificado con las fuerzas del mal.
Tres. El éxito también es resultado de la actitud sumisa y servil de quienes con el presidente colaboran en su contexto inmediato. Sabido es que los integrantes del equipo presidencial fueron seleccionados más por su lealtad que por su experiencia y sus talentos. En el equipo del presidente, hoy, el número de funcionarios destacados es muy reducido.
Además, quienes cuentan con credenciales han terminado por someterse e, incluso, asumir el ridículo con tal de complacer a su jefe. El caso más obvio es el del Dr. Hugo López Gatell. De esa forma, el discurso simplista no pierde solidez y termina por convertirse, a fuerza de ser repetido por todos lados y por todos los funcionarios, en su propia evidencia de éxito.
Cuatro. La pobreza política del contexto partidario contribuye con mucho al fortalecimiento del líder carismático y su consolidación en el poder. La oposición ha sido incapaz de caer en el juego del presidente. A pesar de su limitado poder en las cámaras, los partidos opositores no se han ocupado sino de descalificar, una y otra vez, las propuestas y las decisiones presidenciales. Asumen, erróneamente, que el volumen de sus protestas facilitará su éxito frente al poder abrumador del partido oficial. Consecuentemente, han sido incapaces de generar un proyecto alternativo que pueda acercarlos a los grupos de la sociedad civil para de esa manera construir una fuerza que eventualmente derrote a López Obrador y Morena. Llama especialmente la atención la poca presencia del Revolucionario Institucional en la coyuntura. Después de haber sido partido hegemónico por setenta años y de haber conseguido retomar el poder luego de haber sido derrotado por Acción Nacional, uno esperaría que el partido estuviera tomando la batuta en la oposición y organizando contrapropuestas de acción política. Eso no está ocurriendo. Parecería que su larga formación en el oportunismo lo domina. Tal vez espera a ser convocado a ser partícipe del proyecto actual.
Cinco. Los grupos civiles en nuestra sociedad no son tan fuertes como creíamos. Un buen número de ellos ha protestado en estos dos años por los perjuicios que las decisiones del presidente han acarreado a sus intereses.
Padres de niños con cáncer, madres de pequeños que se han quedado sin guarderías, grupos de jóvenes pacientes de VIH que han quedado desprotegidos, mujeres a las que se prestan oídos sordos a sus exigencias de seguridad, campesinos que reclaman el abandono del agro son algunos de los actores sociales que han enfrentado la política presidencial. Sus reclamos no han sido atendidos. Desafortunadamente, no ha surgido propuesta alguna de articulación. Tal vez la impronta de cooptación del sistema sea una fuerza que debilita el creciente proceso de formación de actores y voces de diversidad disidente. Hoy, su potencial de confrontación es limitado. El frustrado movimiento de FRENAAA tal vez dé cuenta de cierta inmadurez en la protesta civil.
Organizado por un líder que creyó que reproduciendo el modelo que a López Obrador le permitió llegar a la presidencia, el frente terminó por sucumbir por lo absurdo de su propuesta y su sesgada convocatoria. Sin duda, las élites intelectuales, académicas y empresariales son los grupos con mayor convicción crítica y lo han hecho evidente. Aun cuando su alcance y su poder han crecido en los últimos años, no son lo suficientemente amplios para promover acción política opositora.
Seis. Obsesionado con el poder y convencido de que con altas tasas de aprobación lo conservará, López Obrador ha dado rienda suelta a su fantasía de ser un personaje viviente de la historia oficial y gobierna desde la tribuna mañanera regocijándose de que a su alrededor todos le aplauden y enfrente no hay quien lo pueda detener. Lo que él ve como futuro brillante para su personaje es una realidad que muy posiblemente será desastrosa para el país.