Adolfo Flores Fragoso
Rodeado de mis cuervos vecinos, escribo estas desalineadas líneas.
Con cantos que anuncian el ocaso del día.
Ante una noche que anuncia otras sorpresas.
Un rencuentro –por ejemplo– con mi madre muerta, pero quien está a mi lado siempre.
Siempre: Doña Jose.
Eso sÍ: con un coscorrón, o una receta dictada que sabe a monja (que no lo fue ella).
Con rezos perdidos, con líneas cocineras ignoradas hoy, manuscritas, como sor Juana.
“Líneas que adornan, sólo para adornar un buen guiso”, ella decía.
Mi madre.
Y mi sabia abuela, reducida por su madre en una gran cocina de barros, pero galante en sus manos.
Galante en su delicioso sazón.
…
“Lo mío es contar historias, y ya”, espetó Gabriel García Márquez, en cierta entrevista de 1991, de cierto día. Mientras él comía en cierto lugar.
Un personaje de Georges Simenon describió perfectamente bien (también) en su novela El alcalde de Furnes: “¡Mientras charlo, a nadie se le impide comer, y compartir historias!”.
Es lo correctamente incorrecto.
Pero, es lo belleza y literariamente correcto.
(Si piensas lo contrario, deja de leer estas líneas).
…
Los poblanos vivimos del qué dirán.
Entonces, asúmelo.
Supéralo.
Vive de ti.
Para ti.
Del tú.
Y en ciertas iras (perdón: *HORAS –ay, este autocorrector–), con tu esposa, dando tiempo a tu “becaria”.
O tu “becario” (tan guapo, aquel que conociste en el gym).
Sé un popipe responsable.
Y agradecido con la vida.
Rodeado de vida, vive entre cuervos.
Con tus cuervos.
Pipopes semos, y sabemos cómo hacer caminos al andar.