Notas para una defensa de emergencia
Silvino Vergara Nava / correo: [email protected] / web: parmenasradio.org
«[…] hay que constituir nuevos sistemas de
responsabilidad que sean operativos y
reflejen la complejidad de un mundo
interdependiente»
Daniel Innerarity
En tiempos del gobierno de Ronald Reagan, en la invasión de Estados Unidos de América a Panamá para derrocar al gobierno de Manuel Antonio Noriega (que ya no era útil para los intereses norteamericanos), una las medidas que el ejército de nuestro país vecino tomó fue dejar sin energía eléctrica a las ciudades, principalmente, las ciudades de Panamá y Colón.
Esta misma práctica se dio en otras invasiones que se llevaron a cabo, como fue el caso de la isla de Granada en el caribe. Desde luego que, en la década de los ochenta del siglo pasado, la repercusión, aun siendo considerable para la población, no era tan grave como podría ser en estos tiempos del silgo XXI. Lo cierto es, en todo caso, que sigue siendo una táctica de esas invasiones norteamericanas (ahora en Afganistán o Libia y Egipto). Lo primero que se suspende es el suministro de energía eléctrica de la población.
Cuenta también la historia que, en tiempos de la guerra sucia en México (década de los setenta del siglo XX), con la finalidad de buscar a los movimiento guerrilleros del sur del país para capturarlos o aniquilarlos, se llevó a cabo, en las poblaciones de Morelos, Guerrero e, incluso, Oaxaca, el «envenenamiento» de los pozos y los ríos que suministraban agua a las pequeñas poblaciones que —según el ejército estimaba— ayudaban o, bien, donde se escondían los miembros de esos movimientos armados. Desde luego, tal medida paralizaba a tal grado esas pequeñas poblaciones que provocaba que ellas les dieran la espalda a esos movimientos revolucionarios.
Ahora bien, respecto de estas dos situaciones, el común denominador es que se pone en jaque a la población con la suspensión del suministro de servicios indispensables (en una, con el agua potable y, en la otra, con la energía eléctrica).
Ambos casos provocados y que significaron estragos y muertes, desde luego. Incluso, bien se puede sostener que fueron crímenes muy graves hacía la población.
El antecedente de la suspensión masiva de energía eléctrica en México lo encontramos en la década de los ochenta del siglo XX con en el gobierno de Miguel de la Madrid. Resulta que en ese entonces había que racionalizar la energía eléctrica y, para ello, se estipulaban periodos y fechas muy bien determinados para la suspensión del suministro de energía eléctrica en las ciudades, poblaciones y pueblos de toda la nación. Cada ocho días le correspondía a una zona determinada y en un horario muy específico.
Desde luego, eran los inicios de la década de los ochenta del siglo XX, y no se puede comparar la dependencia que, en ese entonces, la población tenía hacia la energía eléctrica con la de hoy (simplemente, basta con observar que la tecnología mundial, quizá con razón política o sin ella, se ha centrado en el uso de esa energía y no de otra). En aquella época todavía no existían las computadoras caseras ni la dependencia a equipos electrónicos como actualmente sucede; tampoco, existían equipos médicos que requirieran energía eléctrica para mantener vivos a muchos pacientes, no sólo en centros hospitalarios, sino en sus casas o en pequeñas clínicas que no cuentan con sistemas que les permitan generar energía eléctrica. No obstante, es evidente que esos apagones «ochenteros» provocaron muchas incomodidades, problemas e, incluso, hasta muertes a personas que requerían operarse o atenderse con alguna tecnología médica que requería energía eléctrica.
En estos tiempos del siglo XXI, a cuarenta años de aquellos apagones dirigidos, se vuelve a presentar esa eventualidad en México, cuyos estragos no tienen comparación con los que pudieron presentarse en aquellos años. Hoy, la vida de cualquier ser humano, mujer y hombre, se ha vuelto sumamente dependiente de la electricidad. Por donde quiera que se voltee, las personas dependen de la energía eléctrica, sea cual sea su oficio, trabajo, profesión, etc.
Pero lo más lamentable es que ahora hay una gran cantidad de equipos electrónicos para mantener vivas a miles de personas. Por tal motivo, suspender el servicio de energía eléctrica para ellos es una verdadera pena de muerte. De modo que estos apagones actuales, que —según se sostiene— sucederán en diversas ciudades y sin determinar bien claro las horas, el tiempo de duración, las zonas afectadas y, sobre todo, las razones de esta necesidad, rayan en una irresponsabilidad muy grave de quien los ha implementado. La historia demuestra muy claramente que este reciente podría ser un caso extremo de irresponsabilidad, que pone en juego miles de vidas humanas. Nuevamente, la historia lo confirmará.