Iván Mercado
El virus brotó, se propagó y en cosa de días ha logrado desestabilizar y poner contra la pared al planeta.
Todos (incluidas las cuatro grandes potencias económicas) están atoradas en la muy difícil tarea de salir de la
pandemia con los menos muertos posibles y los menores estragos económicos proyectados.
La ecuación del siglo XXI aún no ha logrado ser descifrada siquiera con un incipiente resultado. Ningún país ha conseguido en más de 120 días, un mecanismo eficaz que disminuya los contagios en sus poblaciones y que a la vez, permita la reactivación de sus cadenas productivas y de valor.
Y es que, ¿cómo hacerle frente a un enemigo invisible que ya está diseminado por el mundo, que llegó para quedarse y para el cual, hasta hoy, no hay cura o tratamiento posible?
Los escenarios sociales, económicos y hasta políticos se complican conforme avanza un confinamiento incierto para una pandemia de estas dimesniones; China, que sin duda es la fábrica del mundo no ha logrado controlar exitosamente el brote de esta cepa (actualmente tiene nueve nuevos casos en Wuhan y se pronostican más), pero tampoco ha logrado reactivar sus enormes cadenas de producción para el mundo. Esto mantiene a una enorme cantidad de mercados literalmente detenidos por falta de inventarios en las factorías chinas y en cada continente. Los obstáculos en las cadenas de suministros impiden, por ahora, cualquier capacidad de producción y esto profundiza los efectos de una cruda recesión mundial.
Y cuando parece que no puede ser más difícil la encomienda, entonces surge un elemento más para esta esta ecuación ética y económica: el tiempo.
Ninguna economía del mundo puede soportar más el confinamiento sugerido por la ya de por sí desgastada Organización Mundial de la Salud (OMS).
Las discusiones están pasando rápidamente de lo social a lo económico y también a lo político, y es que en medio de las víctimas fatales, de las teorías conspirativas, de la búsqueda de culpables y hasta de las decisiones irresponsables por “volver a la nueva normalidad”, ha comenzado a surgir el cálculo mezquino y hasta miserable de muchos líderes políticos.
El dilema de hacer lo correcto o hacer lo necesario por el “bien” de la sociedad mundial los aprieta cada vez más. Al final, cualquiera de las dos opciones dejará costos muy elevados para proyectos políticos que se vinieron construyendo desde muchos años atrás; los impulsores de esta incesante búsqueda del control ya lo calcularon, a estas alturas ya saben que se pagará un precio prácticamente inevitable y que ese precio está directamente relacionado con su permanencia en el poder.
Por eso hoy, comenzamos a ser testigos involuntarios de una lucha entre quienes saben de su histórica responsabilidad moral y quienes sin empacho alguno serán capaces de manipular las cifras, descargar responsabilidades y mentir sistemáticamente a fin de garantizar la permanencia de su proyecto, sin importar el
costo que ello implique.
Después de un confinamiento largo, comienzan a aparecer los primeros desacuerdos públicos entre las autoridades de todos los niveles, porque todos saben que es tiempo de regresar pero nadie sabe realmente cómo, lo que sí tienen claro es que una mala decisión, un mal cálculo, los condenará en la competencia voraz que se avecina en materia de elecciones y nadie, absolutamente nadie quiere cargar con la responsabilidad de una derrota que se asoma y que intimida.
En el mundo han comenzado a volver a la “nueva realidad” cerca de 20 países.
En todos, las reglas o protocolos de autoprotección guardan principios similares como una prudente distancia entre individuos, el menor contacto físico posible, el uso de cubre bocas y el indispensable uso de geles antibacteriales o lavado permanente de manos.
Otras naciones del mundo están programando su retorno para las siguientes semanas, basando sus decisiones en el menor riesgo posible ante un nuevo brote de la enfermedad, pero sobre todo, ante el costo económico que ya tienen que afrontar.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) advierte que los efectos del COVID-19 serán devastadores a nivel
global. Tan solo entre abril y junio desaparecerán 195 millones de empleos formales en el planeta.
Los cierres impuestos por gobiernos, en este momento siguen afectando a 2 mil 700 millones de trabajadores que representan 81 por ciento de la fuerza laboral en el mundo.
Otro dato duro que ejemplifica los efectos negativos del encierro lo aporta la UNESCO y son los mil 600 millones de estudiantes que a nivel global aún no logran regresar a clases presenciales. Este lunes 18 de mayo sólo 394 millones de alumnos en el planeta han logrado volver a sus aulas; dentro, las medidas son drásticas: grupos reducidos, alumnos con un estricto distanciamiento de 1,8 metros, sometidos a constantes mediciones de temperatura, obligados a usar caretas protectoras o cubrebocas y, por supuesto, sanitizarse o lavarse las manos
entre clase y clase.
Son las nuevas reglas, los nuevos protocolos que las sociedades del mundo han tenido que establecer ante la falta de datos y tratamientos contra el coronavirus.
Pero, ¿qué está sucediendo en aquellos países donde el desconocimiento y la falta de rigor han sido la constante en el desarrollo de la pandemia?
México es un ejemplo de este escenario por su manejo errático de la contingencia, las cifras nunca han sido claras, no tenemos datos confiables porque desde un principio se decidió no aplicar pruebas a casos sospechosos y se optó por seguir a la enfermedad y su propagación, con base en modelos como el denominado “Centinela”, una herramienta lanzada por los Centros de Control de Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos y por la Organización Panamericana de la Salud en 2006 y que opera a partir de estimaciones sobre los casos positivos de nuevas enfermedades, como lo fue el SARS en 2009, pero no para una pandemia del tamaño y virulencia como el COVID-19.
Y ahí radica nuestro gran dilema: ni las propias autoridades confían en las cifras oficiales de la pandemia y si los
gobernantes no confían, mucho menos la sociedad, ésa que rebasó a los gobiernos de todos los niveles adelantándose por sentido común a las políticas y recomendaciones que sugerían “no dejar de salir” y “abrazarse porque no pasaba nada”.
Hoy nadie tiene la certeza de qué hacer, cómo hacerlo y cuándo salir a enfrentar esta nueva realidad.
Hoy nadie quiere asumir los costos de una decisión mal calculada.
Hoy estamos atrapados pues, entre la pandemia, la ignorancia, las ocurrencias y la confrontación social y política.