Dr. José Manuel Nieto Jalil / Director del Departamento Regional de Ciencias en la Región Centro-Sur / Tecnológico de Monterrey Campus Puebla
Hoy conmemoramos el aniversario 15 del fallecimiento de un hombre cuya vida transformó el destino de millones: el ingeniero agrónomo, genetista, patólogo vegetal y humanista Doctor Norman Borlaug. Conocido como El Padre de la Revolución Verde y ganador del Premio Nobel de la Paz, no sólo revolucionó la agricultura moderna, sino que también se ganó el título de “El hombre que salvó mil millones de vidas”.
Es difícil encapsular en pocas palabras su vasto legado científico y humanitario.
Durante más de seis décadas, Bor-laug dedicó su vida a combatir el hambre mundial, desarrollando nuevas variedades de cultivos resistentes, y de alto rendimiento, que permitieron aumentar la producción de alimentos en zonas donde la hambruna era devastadora.
Nació el 25 de marzo de 1914 en Iowa, Estados Unidos y falleció a los 95 años en su hogar en Dallas, Texas.
A lo largo de su vida, fue un trabajador infatigable, honrado con múltiples doctorados honoris causa y miembro de prestigiosas academias científicas en todo el mundo.
Pero más allá de sus reconocimientos, su verdadera hazaña fue haber contribuido, quizá más que cualquier otra persona, a mitigar el hambre y la pobreza en nuestro planeta.
A comienzos de la década de 1940, México se encontraba en una encrucijada: el futuro de su población pendía del delicado equilibrio entre la tierra y el hambre.
Con el campo mexicano luchando por sobrevivir ante una creciente crisis alimentaria, la necesidad de una solución urgente se volvió innegable.
Fue en este contexto que nació una alianza decisiva entre la Fundación Rockefeller y la Secretaría de Agricultura, uniendo esfuerzos para cambiar el destino agrícola del país.
En 1944, el Doctor Norman Borlaug, fue enviado a México con una misión clara: transformar los campos de trigo en bastiones de productividad y esperanza.
Bajo la guía de Borlaug, el proyecto se basó en una investigación científica integral, abarcando la genética, el cultivo y la patología de las plantas, así como la entomología, la ciencia del suelo y las tecnologías avanzadas del trigo.
Con un enfoque pionero en el desarrollo de variedades transgénicas, Borlaug y su equipo buscaron no sólo mejorar los rendimientos, sino también proteger las cosechas mexicanas de trigo, que en ese momento eran devastadas por enfermedades fúngicas como los mohos.
Este esfuerzo no solo significó un avance científico, sino que fue una esperanza tangible para millones de mexicanos que dependían de la agricultura para su sustento.
En 1945, Norman Borlaug se trasladó al fértil Valle del Yaqui, en Sonora, un escenario donde los campos de trigo eran a la vez esperanza y desafío.
Durante años, Borlaug dedicó su energía a estudiar las variedades de trigo, las royas que las asolaban y las técnicas agronómicas que podían revertir el destino de las cosechas.
A su lado, un equipo comprometido de colaboradores –entre ellos José Rodríguez, Benjamín Ortega, Leonel Robles, Roberto Osoyo, Raúl Mercado, Ignacio Narváez y Alfredo Campos– enfocó sus esfuerzos en vencer a las royas que diezmaban los trigales mexicanos.
Gracias a su trabajo incansable, las primeras variedades resistentes a estas plagas, conocidas como Kentana, Yaqui y Mayo, comenzaron a transformar los campos del país.
El punto culminante de su labor llegó en 1956, cuando México alcanzó la autosuficiencia en la producción de trigo, un hito que no sólo aseguró la alimentación de millones, sino que abrió las puertas a nuevas posibilidades.
No satisfechos con este éxito, Borlaug y su equipo lograron un avance aún más trascendental: el desarrollo de variedades enanas de trigo, con alto rendimiento, resistencia a enfermedades, amplia adaptación y una altísima calidad industrial.
Estas nuevas variedades, sembradas por primera vez en 1962, permitieron a México incrementar notablemente su producción y solidificar su posición como un referente agrícola mundial.
Hacia 1960, las innovaciones de Norman Borlaug habían comenzado a cambiar el paisaje agrícola mundial.
Desde los campos de Sonora, las nuevas variedades de trigo y la tecnología desarrollada en México se expandieron rápidamente a países como India, Pakistán, España, Argentina y China.
Estos avances no sólo transformaron la producción de alimentos, sino que llevaron esperanza a naciones asoladas por la hambruna.
Lo que comenzó como una solución local se convirtió en un solución global, marcando el inicio de una era en la que el trigo de Borlaug alimentaría a millones.
Su pasión por el mejoramiento genético lo llevó a desarrollar semillas híbridas capaces de resistir enfermedades y mejorar la productividad.
Los programas de mejora genética que diseñó en 1960 marcaron la historia agrícola mundial, estableciendo un récord sin precedentes en la lucha contra el hambre.
El impacto de su trabajo no sólo se midió en cosechas abundantes, sino en vidas salvadas y en la posibilidad de un futuro más próspero para millones.
Entre 1964 y 1982, el científico encabezó el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) en México.
Bajo su liderazgo, se desarrollaron variedades de cereales capaces de multiplicar los rendimientos, llevando a un país hambriento hacia la autosuficiencia. Las semillas que creó no sólo fueron un triunfo científico, sino también un acto de generosidad: fueron distribuidas sin costo alguno a los países en desarrollo, brindando la posibilidad de un futuro más seguro y próspero.

Para 1975, naciones como India, Pakistán, Bangladesh y Turquía habían aplicado sus teorías, incrementando los rendimientos por hectárea en un asombroso 250%.
Sin la Revolución Verde, la segunda mitad del siglo XX habría estado marcada por la tragedia de millones de personas muriendo de hambre.
Hoy, si el mundo ha logrado mantener a raya la hambruna, es en gran parte gracias a este movimiento agrícola que cambió el curso de la historia.
El genetista fue un defensor incansable y visionario de la biotecnología aplicada a la agricultura, mucho antes de que esta se convirtiera en el centro de debate global.
En un tiempo donde las ideas sobre ingeniería genética apenas comenzaban a tomar forma, Borlaug soñaba con un futuro en el que los cereales fueran más resistentes a enfermedades y con la posibilidad de transferir las propiedades panaderas del trigo al maíz y al arroz.
Su trabajo pionero en el uso de semillas transgénicas allanó el camino para una nueva era en la producción de alimentos, al plantear soluciones innovadoras frente a los desafíos alimentarios de un mundo en constante crecimiento.
A pesar de los avances que la biotecnología prometía, el estadounidense enfrentó fuertes críticas por parte de grupos ecologistas como Greenpeace, que veían en la modificación genética un peligro para la biodiversidad y la salud.
Pero él defendió con pasión la biotecnología, con el argumento de que, si se utilizaba adecuadamente, representaba la clave para alimentar sin escasez a las futuras generaciones.
Los alimentos transgénicos, aquellos producidos a partir de organismos modificados genéticamente para obtener características específicas, son hoy un tema de debate mundial.
Los descubrimientos de Borlaug no sólo transformaron la agricultura en México, sino que sus avances tecnológicos cruzaron continentes.
Gracias a su incansable labor, salvó más vidas humanas que cualquier otro científico en la historia.
En reconocimiento a esta hazaña, en 1970 fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz. El comité que lo otorgó afirmó con claridad: “Más que cualquier otra persona de su época, ha ayudado a llevar pan al mundo hambriento. Tomamos esta decisión con la esperanza de que satisfacer el hambre también traiga paz al mundo”.
El 25 de marzo de 2010, en lo que habría sido su 96° cumpleaños, sus cenizas fueron depositadas en Obregón, Sonora, en un monumento erigido en su honor por su hija Jeannie Borlaug.
Esta estatua de bronce, de cinco metros de altura, retrata al hombre que transformó la agricultura global.
Norman Borlaug fue un hombre humilde, desprovisto de la arrogancia científica, y siempre creyó en el poder de la juventud y en la capacidad del ser humano para superar los desafíos más difíciles.
Su timidez al expresarse en español lo hacía aún más encantador, y solía decir con una sonrisa que no hablaba español, sino “mexicano”, como él mismo afirmaba haberlo aprendido en las tierras que tanto amaba.
Pero, por encima de todo, fue un maestro comprometido, siempre enfocado en educar e inspirar a las nuevas generaciones, convencido de que el conocimiento y la humildad eran las llaves para un mundo mejor.