Dr. José Manuel Nieto Jalil
Ante los desafíos sin precedentes que enfrentamos debido al cambio climático y al crecimiento poblacional, la protección del agua, nuestro recurso más valioso, se torna una urgencia imperante.
La escasez de agua representa uno de los mayores retos para la humanidad en el siglo XXI y constituye uno de los principales desafíos que enfrentan muchos países del mundo, incluido México.
Este fenómeno no sólo se limita a la falta de acceso al recurso hídrico, sino que también abarca la crisis de agua dulce disponible para satisfacer las demandas ecosistémicas, agrícolas, domésticas e industriales.
La escasez incrementará por el crecimiento demográfico, que ejerce una presión adicional sobre los recursos naturales limitados.
La contaminación de cuerpos de agua agrava aún más la situación, limitando la cantidad segura para el consumo y los ecosistemas acuáticos.
La sobreexplotación de recursos hídricos, en particular los acuíferos subterráneos, disminuye estos reservorios vitales.
Además, el aumento del consumo de agua virtual, que se refiere a la utilizada en la producción de bienes y servicios consumidos por personas que no residen en el área de origen del líquido, complica aún más el panorama hídrico global.
Según la ONU, casi dos millones de personas mueren al año por falta de acceso a agua potable, lo que subraya la gravedad del problema. Las enfermedades relacionadas con agua contaminada y falta de saneamiento básico son causas directas de esta mortalidad, afectando desproporcionadamente a las comunidades más vulnerables y marginadas.
La escasez tiene consecuencias devastadoras para la seguridad alimentaria, ya que la agricultura es uno de los mayores consumidores de agua dulce. También amenaza la biodiversidad, ya que los ecosistemas acuáticos y terrestres dependen del acceso regular al agua dulce.
Se requieren soluciones multifacéticas que incluyan la gestión sostenible y equitativa del agua, la inversión en tecnologías de tratamiento y desalinización, promoción del uso eficiente del agua en la agricultura y la industria y la protección de los ecosistemas que proporcionan servicios hídricos esenciales.
La cooperación internacional y el compromiso a nivel local son fundamentales para abordar efectivamente la crisis del agua y asegurar un futuro donde el acceso al agua potable y el saneamiento sean una realidad para todos.
El uso y consumo de agua ha crecido a un ritmo dos veces superior al de la tasa de aumento de la población. La mitad de la humanidad vive en ciudades y, en dos décadas, casi 60% de la población mundial lo hará.
No se puede hablar de escasez hídrica a nivel global, pero aumentan las regiones con niveles crónicos de carencia de agua. La escasez ha provocado que usemos fuentes no tradicionales, como agua de mar, aguas residuales y el agua gris.
Este es un fenómeno complejo que resulta tanto de factores naturales como de la intervención humana.
A menudo, subestimamos cuánta agua consumimos individualmente, limitando nuestra percepción a la que bebemos, la que usamos al ducharnos o la necesaria para lavar ropa. Sin embargo, existe un consumo oculto o “virtual”, referido como “la huella hídrica”. Esta representa el volumen necesario para producir los alimentos y los productos que utilizamos en nuestra vida diaria.
La desertificación, proceso que reduce la capacidad productiva de la tierra, es otro impacto significativo que nos afecta, provocando la pérdida de hectáreas de tierra fértil cada año.
No es un problema aislado; está íntimamente vinculado con el cambio climático. Conservación de la biodiversidad y gestionar nuestros recursos naturales de manera sostenible urgen.
Es crucial reconocer que el agua no es meramente un recurso de competencia, sino un derecho humano esencial, intrínseco a todas las facetas de la vida.
Hay suficiente agua potable en la tierra para abastecer a todos sus habitantes, pero su distribución es irregular.
Se desperdicia mucho en algunas zonas, ocasionalmente está contaminada y se gestiona de forma insostenible.
La disponibilidad de agua promedio anual en el mundo es de aproximadamente mil 386 millones de kilómetros cúbicos: 97.5% es agua salada y 2.5% dulce; de esa cantidad, casi el 70% no está disponible para consumo humano porque se encuentra en los glaciares, en la nieve y en el hielo, dejando disponible una fracción mínima.
La ciencia y la tecnología, junto con los avances en la inteligencia artificial, ofrecen una esperanza hacia un futuro más sostenible en la gestión del agua.
Las innovaciones tecnológicas abarcan desde sistemas de irrigación inteligentes, que minimizan el desperdicio al adaptar el suministro a necesidades específicas, hasta avanzadas plantas de tratamiento que reciclan las aguas residuales con eficiencias sin precedentes.
Mediante el análisis de grandes volúmenes de datos, la IA puede predecir patrones de sequía con mayor precisión, optimizar el uso del agua en sectores críticos como la agricultura y la industria, y anticipar problemas en las infraestructuras hídricas antes de que ocurran.
Estas capacidades no sólo permiten un uso más eficiente del agua, sino que también abren nuevas oportunidades para recuperar y purificar fuentes de agua anteriormente no consideradas viables.
Más allá de la eficiencia en el uso y tratamiento del agua, la ciencia y la tecnología también están facilitando la colaboración y el intercambio de conocimientos a nivel global.
Plataformas digitales y herramientas de modelización avanzada permiten a los científicos, ingenieros y responsables políticos compartir estrategias y soluciones, adaptándolas a las necesidades y circunstancias locales.
Esta colaboración es fundamental para abordar una crisis que no conoce fronteras y que requiere de un esfuerzo conjunto.
Finalmente, el papel de la educación en este contexto es igualmente crítico. La sensibilización sobre la importancia del agua y cómo la ciencia y la tecnología están trabajando para asegurar su futuro es esencial para fomentar una cultura de conservación y gestión sostenible del agua.
A través de la educación, podemos empoderar a las próximas generaciones para que adopten un enfoque más consciente y proactivo en la preservación de este recurso indispensable.
Al mirar hacia el futuro, es claro que la innovación será la clave para garantizar la seguridad hídrica de nuestro planeta, permitiendo que tanto las comunidades actuales como las futuras prosperen en armonía con el medio ambiente.
La implementación de soluciones innovadoras basadas en ciencia, tecnología y la inteligencia artificial para el uso y tratamiento eficiente del agua, junto con estrategias de cooperación internacional, son esenciales para asegurar el acceso universal al agua y al saneamiento.
Sólo a través de la colaboración y el compromiso compartido podremos garantizar que el agua, fuente de vida, se convierta en un pilar para la construcción de un futuro pacífico y próspero para la humanidad.