Por: Adolfo Flores Fragoso/ [email protected]
La Alameda de la Puebla de los Ángeles, conocida como el Paseo de la Emperatriz Eugenia de Montijo (o Paseo de la Emperatriz), debió su nombre a una mujer de origen granadino, pero pensamiento esencialmente francés, quien siempre exhalaba belleza, tolerancia, creatividad, sensatez, hermosura, paso pausado, mirada discreta, silencio prudente, y atractiva por su inteligencia al tacto y piel, sobre todo.
“Huelo y toco; pocas veces observo”, escribió en cierta carta.
Una mujer respetuosa. Y respetable.
Pero, esa, es otra historia.
El sitio al que dio su nombre fue lo que hoy conocemos como el Paseo Bravo -posteriormente-, en honor a Miguel Bravo, insurgente independentista que mantuvo su buena presencia en aquel espacio hasta 1896, según consta en las “Las Efemérides (o Tablas Históricas) en los Almanaques”, de José de Mendizábal.
Después de perseguir a Miguel a galope de caballo, lo encontraron en el barrio de El Parral, donde lo flagelaron y fusilaron. Al poniente del actual mercado.
Hay una placa que recuerda el hecho.
El cronista Hugo Leicht (en su libro Las Calles de Puebla) supone que hubo un error posterior: que a Miguel lo confundieron con Agustín o Nicolás, sus hermanos también insurgentes, contestatarios y revolucionarios.
Obvio, el crédito actual lo tiene entonces el segundo, por accidente: Paseo Nicolás Bravo.
En aquel año (1896), el presidente Porfirio Díaz reinauguró el “viejo” Paseo Miguel Bravo, ya renombrado Nicolás.
Esto me hace recordar otra anécdota: en tragos de cierta noche del siglo XIX, cierto escultor comprometió entregar cierta escultura en bronce de Benito Juárez, presidente quien inauguraría la primera terminal de ferrocarriles de Puebla.
El escultor perdió las monedas anticipadas y el pedido de la materia prima en cierta cantina cercana.
Hábil, sacó de cierto lugar un cierto cuerpo de cartón de un prototipo de Abraham Lincoln, y le insertó la cabeza de Juárez. Y la instaló en el parque del Señor de los Trabajos.
Llegó el presidente poco antes de una tormenta que delató al escultor. Una lluvia que suavizó y destruyó el cuerpo de cartón de Juárez.
Sin delito para perseguir, nada pasó.
Un monumento que finalmente llegó a la avenida Juárez y la 25 Sur, décadas después, en piedra o bronce. Quién sabe.
Avenida que parte del Paseo de la Emperatriz, de Miguel Bravo. O de Nicolás. Quién sabe.
Cosas de la historia.
Cosas de la vida.
Una avenida con un Juárez con el bastón de Abraham Lincoln.