Las horas uniformes del reloj mecánico,
la máquina clave del mundo moderno,
se inventaron en el siglo XIII,
cuando las ciudades europeas
empezaban a exigir una rutina metódica
Jordi Pigem
Notas para una defensa de emergencia
Silvino Vergara Nava / correo: [email protected] web: parmenasradio.org
En la actualidad, todo se mide en tiempo y dinero: los médicos cotizan su trabajo en horas, y eso mismo sucede con algunos otros profesionistas que llegan al extremo de poner un cronómetro para medir el tiempo en que están asistiendo, asesorando, dando consejos a los que solicitan los servicios a este tipo de profesionistas.
Las horas laborables cuentan y se cuentan al grado que su exceso ha causado desde simples discusiones, hasta movimientos armados, revoluciones, reformas legales y constitucionales.
Cada día, el tiempo es mucho más importante en la humanidad. El sociólogo más prestigiado de los últimos tiempos, Zymgunt Bauman, en una de sus obras más importantes, considera “tiempos líquidos”. Otro autor, el español Daniel Innenarity a nuestra medición le denominó: “tempos gaseosos”, precisamente porque el tiempo se evapora.
Hay quien dice que el tiempo es el recurso menos renovable, por ello es que hay que utilizarlo al máximo. Por cuestión de segundos hay quien se salva de algún accidente y también por ese lapso hay quien fallece.
Por eso lanzo la pregunta ¿cuánto vale una hora del presidente de la República?, pues en una hora presidencial en reuniones con su gabinete, población, asesores, etcétera pueden tomarse decisiones muy, pero muy importantes, que modifiquen el curso de cualquier situación problemática, incluso de la nación entera.
En una hora presidencial se pueden poner los lineamientos de alguna política pública, resolver un problema tomando alguna decisión, escuchar opiniones, denuncias, reclamaciones, sugerencias, problemáticas.
Se requiere que el presidente tenga conocimiento de la realidad de la nación, y por eso una hora presidencial tiene un costo muy alto, posiblemente invaluable o será muy difícil de determinar en valor económico.
Por ello es que resulta de suma importancia cualquier minuto del presidente de una nación. No es un lujo que deba tomar un avión o un helicóptero para transportarse, ni cerrar calles para que pase apresuradamente el presidente, precisamente por lo que representa el tiempo para este personaje, pero no solamente para él, sino para los miles o los millones que gobierna, por las consecuencias de lo que se decide.
Con las lamentables últimas noticias, del desastre que ocurrió en Acapulco y los municipios aledaños, provocados por el huracán que entró de frente a esa paradisíaca bahía y con toda su fuerza –al grado de dejar desecha la infraestructura hotelera, restaurantes, comercios, casas, departamentos, centros comerciales, playas–, una verdadera tragedia.
Los daños resultan incalculables. Reponer y poner en pie Acapulco constará mucho tiempo, dinero y esfuerzo.
Están las personas accidentadas y las familias que perdieron a uno de sus integrantes.
Es algo lamentable para México y deben tomarse las medidas más rápidas y urgentes.
Cada minuto que pasa puede causar más irritación en la población, robos, rapiña, derrumbes de construcciones, agravamiento de enfermos, hambre, sed, accidentados y, sobre todo, muertes.
Debido a esa catástrofe en el estado de Guerrero, era necesario que todas las instituciones gubernamentales federales, locales y municipales implementaran sus mejores capacidades, destrezas, conocimientos, experiencias, para hacer frente a esta lamentable situación que se debió de atender desde el inicio y que, por ello, cualquier minuto que pase constituye un riesgo más para la población.
Pero resulta que se cometió el peor error de este sexenio en la Presidencia de la República –dejando atrás todos los desaciertos que nos podamos imaginar de estos cinco años–:quien asesora o aconseja al mandatario de la nación y él mismo tomaron la decisión de acudir por vía terrestre a Acapulco, donde los medios de comunicación mostraron imágenes verdaderamente ridículas y grotescas de una trayectoria de ocho horas y media al puerto.
Vergonzoso –no sólo para el personaje sino para los propios mexicanos, los simples ciudadanos de a pie– observar al presidente en un vehículo atascado en el lodo.
La escena muestra que el propio titular del Ejecutivo no valora sus horas en la Presidencia.
Lo más preocupante es que demuestra que contamos con personajes muy pequeños gobernando una nación demasiado grande.
Por todo ello es oportuno preguntar cuánto vale una hora presidencial.