Dr. José Manuel Nieto Jalil
El suelo, esa delgada capa que cubre la superficie terrestre, es mucho más que un simple soporte para la vegetación. Es un ecosistema vivo, dinámico y esencial que sustenta todas las formas de vida conocidas. Sin embargo, su degradación avanza silenciosa pero devastadoramente, poniendo en jaque la seguridad alimentaria, la biodiversidad y la sostenibilidad del planeta.
Cada centímetro de suelo es el hogar de un microcosmos complejo: bacterias, hongos, lombrices y una multitud de microorganismos que trabajan en sinergia para mantener los ciclos de nutrientes. Un solo puñado de suelo puede contener más microorganismos que el total de seres humanos que han vivido en la Tierra. Sin ellos, la producción de alimentos, la regulación del agua y la captura de carbono serían imposibles.
El suelo no es sólo un soporte físico para plantas. Es un sistema vivo que regula ciclos de nutrientes, retiene agua, captura carbono y contribuye a la regulación del clima. Pero esta maquinaria perfecta se encuentra bajo una presión sin precedentes. Sin embargo, esta rica biodiversidad está en peligro. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, en inglés: Food and Agriculture Organization), alrededor del 33% de los suelos del mundo ya está degradado, afectando directamente la capacidad de los ecosistemas para adaptarse al cambio climático y garantizar la seguridad alimentaria.
La degradación del suelo, una amenaza que compromete la sostenibilidad del planeta, encuentra su principal catalizador en las actividades humanas. Entre las prácticas más nocivas se destaca la agricultura intensiva y los monocultivos, que sistemáticamente agotan los nutrientes esenciales del suelo, disminuyen su capacidad para retener agua y aceleran los procesos de erosión. La deforestación, impulsada por la necesidad de expandir tierras agrícolas o urbanas, elimina la cubierta vegetal que protege al suelo de los elementos, exponiéndolo a una degradación irreparable. A esto se suma la urbanización descontrolada, que sella vastas superficies de tierra bajo concreto y asfalto, anulando su capacidad de albergar vida y regulando procesos ecológicos esenciales.
El uso excesivo de fertilizantes y pesticidas contribuye, además, a alterar el delicado equilibrio químico y biológico del suelo, mermando su biodiversidad y afectando la salud de los ecosistemas. En un contexto global, el cambio climático intensifica este deterioro; las precipitaciones erráticas y el incremento de temperaturas aceleran la salinización y desertificación, reduciendo aún más la productividad de los suelos. Estas acciones humanas, acumulativas y devastadoras, no sólo ponen en riesgo la fertilidad del suelo, sino que también comprometen la base de los ecosistemas terrestres y la supervivencia a largo plazo de las generaciones futuras.
La salinización es otro enemigo silencioso. En zonas áridas, el mal manejo del riego y el uso inadecuado de aguas subterráneas han aumentado la concentración de sales en los suelos, haciéndolos inadecuados para la agricultura. Este fenómeno, que afecta a millones de hectáreas en todo el mundo, es exacerbado por el cambio climático, cuyos patrones de lluvia cada vez más erráticos generan un círculo vicioso de degradación. Sin suelos saludables, el futuro de la agricultura y la seguridad alimentaria está en riesgo. La conexión entre el suelo y el agua es intrínseca y vital. Un suelo saludable actúa como una esponja, almacenando agua y liberándola gradualmente. Cuando este equilibrio se rompe, la tierra pierde su capacidad para retener agua, agravando la escasez hídrica y aumentando la frecuencia de inundaciones y sequías.
Cada 5 de diciembre, se celebra el Día Mundial del Suelo, es un día que nos invita a reflexionar sobre este recurso vital, cuya degradación silenciosa amenaza la estabilidad de los ecosistemas, la seguridad alimentaria y el futuro de la humanidad. La ONU reconoció la importancia de este recurso al establecer en 2014 el Día Mundial del Suelo, promovido por la FAO para sensibilizar a la población global sobre su cuidado. Los lemas que cada año destacan un aspecto crítico de la conservación del suelo reflejan la urgencia de actuar. Desde la salinización hasta la pérdida de biodiversidad, los desafíos son inmensos. Sin embargo, las soluciones están al alcance de la mano si los gobiernos, las instituciones y los ciudadanos trabajan en conjunto.
Sin embargo, no todo está perdido. Existen iniciativas prometedoras que han demostrado que es posible revertir la degradación del suelo y restaurar su fertilidad. La agricultura regenerativa, por ejemplo, adopta prácticas como la rotación de cultivos, el uso de coberturas vegetales y la incorporación de materia orgánica para revitalizar la microbiología del suelo. Estas técnicas no solo aumentan la producción, sino que también capturan carbono atmosférico, ayudando a mitigar el cambio climático. Además, tecnologías innovadoras como el uso de biochar, un carbón vegetal que mejora la estructura del suelo y retiene nutrientes, están ganando terreno como herramientas efectivas para la rehabilitación de suelos degradados.
En México, el desafío es inmenso. Más del 60% del territorio nacional enfrenta algún grado de degradación del suelo, una problemática que afecta directamente a la productividad agrícola y a las comunidades rurales. En regiones como el Bajío, históricamente conocidas como el granero del país, el sobrecultivo y el uso excesivo de agroquímicos han agotado los recursos del suelo. Sin embargo, hay ejemplos de esperanza. En Chiapas, comunidades indígenas han implementado prácticas agroforestales que combinan cultivos con árboles nativos, mejorando la fertilidad del suelo mientras protegen la biodiversidad. Estas experiencias muestran que la acción local puede tener un impacto global, inspirando soluciones adaptadas a diferentes contextos.
Los gobiernos deben implementar políticas públicas que incentiven prácticas sostenibles, como subsidios para la agricultura regenerativa o impuestos a los agroquímicos nocivos. Las empresas tienen la responsabilidad de adoptar modelos de negocio que respeten los límites ecológicos del planeta, promoviendo la economía circular y reduciendo su huella ambiental. Y los ciudadanos, como consumidores, tienen el poder de elegir productos que respeten el suelo y los ecosistemas.
El Día Mundial del Suelo no es sólo una fecha para recordar la importancia de este recurso, sino también un llamado a la acción. El suelo es la base de la vida. Su cuidado no es opcional; es una responsabilidad que debemos asumir con urgencia y determinación. En el Día Mundial del Suelo, reflexionemos sobre el impacto de nuestras acciones y comprometámonos a proteger este recurso invaluable. Porque, al final, todo lo que hacemos sobre la Tierra, lo hacemos para la Tierra.
Frente al alarmante deterioro del suelo, la humanidad está recurriendo a innovaciones que ofrecen una esperanza tangible para restaurar este recurso vital. La agricultura regenerativa, mediante rotación de cultivos, coberturas vegetales y pastoreo controlado, revitaliza el suelo al equilibrar nutrientes, conservar humedad y potenciar la captura de carbono, contribuyendo a mitigar el cambio climático. El biochar, un carbón vegetal obtenido por pirólisis, mejora la estructura del suelo, incrementa la retención de agua y actúa como un sumidero de carbono a largo plazo. Su aplicación ha demostrado aumentar la productividad agrícola y reducir significativamente las emisiones de gases de efecto invernadero.
La tecnología satelital y los sensores avanzados están transformando la gestión del suelo al ofrecer datos precisos sobre su salud en tiempo real, facilitando decisiones agrícolas informadas para optimizar recursos y minimizar impactos ambientales. La biorremediación, que emplea microorganismos y plantas, restaura suelos contaminados por químicos y metales pesados, siendo una alternativa sostenible y económica frente a métodos tradicionales. Estas estrategias no sólo reflejan avances científicos, sino también una nueva forma de valorar el suelo. Su implementación exige la colaboración global para garantizar un planeta fértil y resiliente para las futuras generaciones.