Por: Adolfo Flores Fragoso / [email protected]
Según Geoff Boyce, geógrafo del Earlham College de Indiana, los migrantes tienen una probabilidad mucho mayor de morir en el desierto de Sonora hoy, que hace 15 años.
De 220 muertes por cada 100 mil detenciones en 2016, las cifras han aumentado a 318 en 2020, revela un artículo recientemente publicado en la plataforma de Undark, organización sin fines de lucro que da seguimiento a estos casos.
Del total señalado el año pasado, 227 migrantes murieron tan sólo en la jurisdicción del condado de Pima, en el sur de Arizona, aunque los activistas sostienen que es probable que el número sea mucho mayor debido a la forma en que los cuerpos desaparecen o son hallados sin identificaciones en el desierto.
Hace casi un par de décadas recorrí aquellos puntos al sur de Pima.
La zona de montaña es entre templada y fría aunque larga y muy cansada para acceder. Es poco probable encontrar cadáveres ahí.
Por el contrario, la región baja y de planicie, es extremadamente calurosa y, en consecuencia, cruce “fácil” y habitual para los inmigrantes.
Pero es una zona de muerte desquiciantemente calurosa, alimentada para esos infiernos por muchos muertos. Cientos, atrevo a asegurar.
Para dar una idea: camisas, blusas, zapatos, pantalones y galones plásticos sin agua quedan ahí cubriendo osamentas en desierto abierto, cual anuncios inclasificables de que son migrantes que duermen eternamente soñando con el sueño americano.
Según el reporte de Undark, cito:
“Una mañana de noviembre, Rebecca Fowler, gerente administrativa de Humane Borders, se subió a un camión, armada con 53 barriles de agua. A ella se unieron dos voluntarios que llevaban en otro vehículo varias yardas de mangueras y barriles azules de 55 galones, que la organización compra con un descuento a ciertas compañías de refrescos.
“Fowler transporta agua (en apoyo a mitigar la sed de inmigrantes) todos los viernes por la mañana a siete estaciones de la ruta estatal 286, que corre hacia el sur del estado de Arizona, desde Tucson hasta una ciudad fronteriza aislada llamada Sasabe. Cada semana, Fowler y sus voluntarios verifican que el agua sea potable y abundante. Cambian barriles sucios y toman nota de cualquier acto de vandalismo. (En el pasado, se encontraron algunos de los barriles del grupo con agujeros de bala o con los grifos arrancados).
“Entre otros puntos, Fowler y su equipo recopilan datos sobre el uso del agua, las huellas y la ropa que se encuentran cerca de sus sitios. Utilizando los datos de los médicos forenses del condado, también han creado un mapa interactivo de muertes de migrantes. Una búsqueda en su sitio web revela una gran extensión de puntos rojos en el suroeste de los Estados Unidos, entre Phoenix y Tucson. Esto significa que la organización ha registrado más de tres mil muertes en las últimas dos décadas.”
Una cifra que personalmente me parece mínima, ante la dimensión real del territorio y lo no investigado aún.
En sus años en el desierto, Fowler ha notado el mismo tipo de cambios advertidos en otras investigaciones. “Los migrantes han sido empujados (por la patrulla fronteriza y organizaciones antiinmigrantes) cada vez más hacia áreas más desoladas e implacables para que mueran”, asegura.
El desierto de Sonora, visto en perspectiva desde el lado estadounidense, es una mala suerte de basurero de cuerpos de aspirantes anónimos, que sueñan con un inalcanzable sueño.
Y así la próxima temporada de calor en el desierto.