Jorge Alberto Calles Santillana
El domingo 6 de junio, el país celebrará los comicios más numerosos de su historia. 300 diputaciones federales, 5 gubernaturas y más de 20 mil cargos locales, entre presidencias municipales y diputaciones, estarán sujetas a la votación popular, además de que otras 200 diputaciones federales habrán de ser agregadas vía representación proporcional. Es esta, pues, una histórica elección, no solamente por el elevado número de puestos en disputa por primera vez en proceso alguno, sino por las circunstancias políticas que el país atraviesa.
El día de la elección, López Obrador tendrá dos años y medio de conducir un gobierno cuyas principales promesas electorales fueron erradicar la pobreza, combatir la corrupción y alcanzar la paz social modificando la política de seguridad. La aparición de la pandemia al inicio del segundo año de gobierno y una combinación de decisiones políticas no han dado los resultados esperados; sin embargo, una amplia mayoría continúa apoyando al presidente y creyendo que su conducción es la correcta. Aun cuando no mayoritarias, las voces opositoras sostienen que lejos de avanzar, retrocedemos. Así pues, esta elección es altamente significativa porque al estar en juego todas las posiciones de la Cámara de Diputados, quedará definido el rumbo que tomará el país, a partir del 1 de septiembre de este año.
Dada la importancia del proceso, sería de esperarse un debate serio, profundo, respetuoso. Los mexicanos deberíamos, en esta contienda, discutir con profundidad cuáles son los principales problemas a resolver, cuáles son algunas de sus posibles soluciones y cuáles consecuencias, positivas y negativas, resultarían de adoptar unas u otras. No tengo duda de que la gran mayoría de los mexicanos coincidimos en que las políticas económicas de los últimos años han tenido consecuencias negativas para la mayoría de la población. Creo, también, que la gran mayoría identificamos a la corrupción como uno de nuestros grandes males; asimismo, pocos negarán que la penetración del crimen organizado en la vida nacional es otro de nuestros problemas principales. Diferimos, en cambio, en la forma en la que se deben definir y ejecutar las soluciones. Estos asuntos son los que deberían manejarse con claridad y profundidad en este proceso electoral.
Sin embargo, las probabilidades de que esto ocurra son mínimas. Deseo profundamente equivocarme, pero me atrevo a vaticinar que, lamentablemente, esta vez la contienda será más pobre que cualquiera de las anteriores, y esto es mucho decir.
Desde hace tiempo, los mexicanos no hemos podido presenciar un período electoral del cual podamos enorgullecernos. Creo que en este proceso prevalecerá el enfrentamiento descalificador y de escasa calidad.
Pocas propuestas dignas de análisis y debate serán escuchadas.
La polarización política que hemos vivido en los últimos diez o doce años, y que se ha recrudecido desde finales del 2018, es una de las razones que impedirá el debate sano, constructivo, racional, democrático. Aun cuando debemos reconocer que en la esfera pública circulan argumentos sólidos y racionales tanto en soporte de las decisiones gubernamentales como en su contra, es un hecho que el debate está dominado por posiciones intransigentes. La descalificación, la desinformación o el manejo tramposo de la escasa información disponible, así como el insulto son los recursos mayoritariamente empleados de uno y otro lado. O todo es malo o todo es bueno. No hay términos medios. Esta forma de debatir ha calentado el ambiente político y se ve complicado que la tensión y la desconfianza desaparezcan una vez que el período de competencia abierta sea inaugurado.
La escasa preparación política de la gran mayoría de los candidatos que todos los partidos, sin excepción, han seleccionado es otra de las razones que mueven a pensar que la falta de ideas y el enfrentamiento grosero permearán el proceso electoral. Ciertamente, descalificar a alguien de entrada por su trayectoria de vida en quehaceres como el artístico, el deporte o la farándula es incorrecto por partir de prejuicios, lo cierto es que hay historia al respecto. Cuauhtémoc Blanco, hoy gobernador de Morelos y otrora ídolo de las canchas de futbol, es quizá el mejor ejemplo. Se puede argumentar que el desempeño en los cargos de elección de los políticos de carrera no ha sido muy diferente al que han tenido quienes incursionan en la política por primera vez. Aun cuando la afirmación requiere matices, indudablemente acierta, especialmente en los últimos quince años. Pero la galería actual de candidatos no induce sino a pensar negativamente. Además, la combinación de estrellas y políticos reciclados, con experiencias y reputaciones de amplio espectro, dejan en claro que los partidos, todos, no tienen en mente sino ganar a costa de lo que sea.
No hay ideas, no hay propuestas. De esa manera, difícilmente podremos presenciar un debate con profundidad, de calidad.
Finalmente, el hecho de que buena parte de la conversación política, si así queremos llamarla, se realiza a través de las redes sociales es otro factor que contribuirá a que la ofensa y la cerrazón gobiernen la disputa electoral en puerta. Las redes, instrumentos que han democratizado los procesos informativos, han participado también de la degradación del debate público. Lejos de contribuir a la distribución de información fundamentada y bien intencionada, las redes se han convertido en el sitio de la desinformación, las noticias falsas, la manipulación, la descalificación y el insulto, además de burbujas de falsas seguridades que terminan traduciéndose en espejos de enclaustramiento ideológico. En este proceso, es muy probable, las usaremos como armas de aniquilación, no como medios facilitadores del diálogo.
Será ésta una elección histórica, pero no por las razones por las que debería serlo. Perderemos la oportunidad de debatir para construir. Gritaremos e ignoraremos a los otros para convencernos de que lo que pensamos es lo correcto. El resultado: terminaremos por destruirnos todos, desde ya, desde el corto plazo.