Al pie de la letra
Rodolfo Rivera Pacheco
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En un abrir y cerrar de ojos, ya les faltan dos años y medio a los actuales alcaldes de Puebla (y también al gobernador y al presidente de la República, por cierto) para terminar sus gestiones. Y, para mucha gente, siguen sin resolver las principales demandas que prometieron puntualmente atacar cuando estuvieron en campaña.
La vertiginosa vida cotidiana de las acciones gubernamentales es registrada de inmediato por la mayoría de la población, gracias a la conexión permanente que todos traemos a la red universal de internet y las redes sociales.
Hace dos o tres décadas, los gobiernos transcurrían en una lenta parsimonia y sus acciones apenas eran visibles por algunos enterados y minorías que les gustaba leer periódicos o escuchar y ver noticias por radio y televisión.
Hoy las cosas son muy distintas. Todo mundo se entera diariamente de lo que hace o deja de hacer un alcalde.
Las redes sociales se han convertido en el escaparate para exhibir sus pocos aciertos y sus muchas ineficiencias para satisfacer las infinitas demandas de una población de millones (literal en la zona conurbada intermunicipal de Puebla capital).
En campaña, los candidatos opositores siempre prometen que harán las cosas de forma muy distinta a la que gobiernan, que no cumplen ni resuelven problemas. Y cuando llegan a ganar la elección, se topan con la dura realidad de que hay temas en verdad irresolubles en una ciudad de dimensiones incalculables… y la gente lo registra de inmediato, lo denuncia y lo difunde y viraliza en redes.
Y cuento todo esto porque los alcaldes panistas de la zona metropolitana llegaron con la alta expectativa de que serían mucho mejores que sus pésimos antecesores de Morena. Y han pasado prácticamente seis meses y no han podido resolver las complicadas demandas de una sociedad que ya no espera tanto tiempo para que se las resuelvan.
Ambulantes hubo, hay y seguirá habiendo, porque es un fenómeno económico mundial, que sirve de válvula de escape para el desempleo y para que no haya estallidos sociales.
Prostitución hubo, hay y seguirá habiendo, no sólo porque es el oficio más antiguo del mundo y también da de comer a miles de mujeres y sus familias, sino porque está controlada por mafias que no van a desaparecer porque llegue un nuevo alcalde.
Inseguridad y desorden cotidiano en las miles de colonias hubo, hay y seguirá habiendo, porque la crisis económica ya es generalizada; el desempleo y la falta de oportunidades combinados con la apología de la criminalidad que hoy se hace en todos los medios de comunicación (un delincuente vive mejor y tiene dinero para satisfacer el consumismo brutal de la época actual) hacen que no disminuyan y sí sigan creciendo.
La inflación ha provocado que la gente medio sobreviva con ingresos familiares, pero desatienda necesidades médicas, de educación, de ahorro, de esparcimiento.
Y todo eso revuelto nos da la situación actual: gente enojada porque no vive como quisiera y que siempre culpará a su autoridad más próxima (a todas en general) de todo lo que le ocurre.
Y cuando esa autoridad le informa que pagará más por algo (DAP, parquímetros, cualquier nuevo derecho o impuesto), imaginemos cuál es su reacción.
No, no es fácil gobernar hoy. Por eso los políticos deben prometer menos y prepararse más. De lo contrario, muy pronto desilusionan a una sociedad cada vez más impaciente y cuestionadora cotidiana de la ineficacia a través de las redes sociales virales.
Dos años y medio y cuenta regresiva.
Más pronto de lo que se imaginan ya estaremos hablando del próximo proceso electoral. Y muy pronto, mediciones BEAP, ¡claro!