Por: Jorge Alberto Calles Santillana
Confieso que este segundo informe de López Obrador me sorprendió, aun cuando no tenía expectativa alguna acerca de él. Me llamó la atención, y no es la primera vez, la dicción fluida y alejada del acento regional del presidente. Me pregunto, ¿por qué el presidente habla, normalmente, haciendo tantas pausas? Parecería que la lentitud de su habla y el poco cuidado que pone a la construcción de su discurso son recursos que emplea para construir un personaje, el del presidente cercano a la gente. Si es así, no hay duda que su intención es presentarse como una persona sencilla, sin sofisticaciones y sin pretensiones. ¿Es ésa su manera de hacerse sentir parte de ese pueblo al que él dice representar y defender? ¿Este recurso es uno de los factores que explica su popularidad y su todavía alto nivel de aprobación?
La corta duración del informe fue otro asunto sorpresivo. Contrariamente a su costumbre de hablar diariamente por espacio de al menos dos horas, el presidente empleó sólo 45 minutos para dar lectura a su texto. A pesar de que en los últimos tiempos el ritual del informe ha sufrido transformaciones importantes, el 1 de septiembre continúa siendo reconocido en el imaginario colectivo como el “día del presidente”.
¿Por qué no aprovechó la ocasión López Obrador, para quien ser visto y escuchado resulta tan importante? Hace un año, en su primer informe, consumió hora y media en la lectura de su mensaje. Varios analistas leyeron cansancio en su lenguaje corporal.
¿Empieza a agotarse el presidente? ¿La referencia que hizo al estrés, como exquisitez de la pequeña burguesía, en su conferencia matutina del miércoles podría estar explicando la brevedad del mensaje? ¿Es posible que el presidente empiece a sentirse agobiado cuando apenas transcurre el primer tercio de su mandato? ¿Cuál es el origen de su agobio, de su estrés? ¿O es que acaso no había mucho que informar, más allá de lo que informa en sus conferencias diarias? Sus autoelogios fueron lo que sin duda más me impresionó.
¿Por qué referir una evaluación internacional desconocida, según la cual resulta ser el segundo mejor presidente del planeta? Y, ¿por qué afirmar que tenemos el mejor gobierno en el momento más apremiante? ¿El estrés y el agobio lo incitan a reclamar reconocimiento? ¿Está el presidente abrumado por la crítica? ¿No debería estar preparado para ella? ¿No debería saber procesarla y responder con acciones más que con desvaríos verbales? ¿Qué pasa por la mente de un mandatario cuando decide él mismo aplaudirse? ¿Cómo se encuentra su autoestima? No deja de asombrar el hecho de que no haya desmentido o reinterpretado de la versión negativa que sobre la realidad económica que enfrentará México el año venidero ofreció el secretario de Hacienda, Arturo Herrera, días antes del informe a los miembros de Morena.
Herrera es, tal vez, el funcionario de alto nivel cuyas declaraciones han recibido el mayor número de descalificaciones por parte del presidente. ¿Cómo interpretar la declaración del secretario de Hacienda? Evidentemente, Herrera no tenía a los legisladores y partidarios de Morena como su principal audiencia, sino a los organismos internacionales y a los grupos empresariales del país.
¿Responde su declaración a la necesidad de ofrecer un panorama más objetivo que el que a diario presenta el presidente? ¿Empiezan a sentir algunos miembros del gabinete la necesidad de promover nuevas versiones sobre la realidad económica para suscitar nuevas políticas públicas? ¿Por qué ahora no hubo una descalificación explícita por parte del presidente? Al referirse a la consulta popular sobre el enjuiciamiento a ex presidentes, López Obrador se cubrió perfectamente las espaldas. A pesar que fue él quien sugirió pedir a los ciudadanos opinión al respecto, durante el mensaje se “lavó las manos” al señalar que él preferiría que no se realizaran tales juicios, pero que respetaría la opinión ciudadana.
Sabedor de su influencia en la opinión pública ¿sugirió a sus seguidores votar “no” para evitar complicaciones políticas? ¿O hizo esa declaración para que, en caso de que la ciudadanía reclame los enjuiciamientos, él aparezca como demócrata y, de paso, no se le pueda cargar la responsabilidad política? ¿La consulta se monta como parte de un espectáculo del que se hace partícipe a los ciudadanos con el fin de “involucrarlos” en la lucha contra la corrupción? ¿Por qué someter a consulta el combate a la corrupción cuando es un asunto que no debe ser decidido democráticamente? La ley debe aplicarse sin mediaciones. ¿Por qué no se encarga la Fiscalía de construir los casos e imputar a quienes haya que imputar? ¿Cuál es el verdadero fin de esta consulta?
Finalmente, ¿por qué acusó de “arrogantes” al presidente de la suprema Corte y al Fiscal general por el hecho de no haber asistido al informe? ¿Quiso hacer notar sus ausencias? ¿Por qué? ¿Quiso hacer creer que ahora los funcionarios no tienen que cumplir con el presidente ni plegarse a su voluntad? Si ésa fue su intención ¿por qué entonces llamarlos arrogantes? ¿Usó la palabra para hacerles entender que se sentía ofendido? Si es así, ¿qué implicaciones podrían tener esas ausencias? ¿Cuáles fueron las razones por las que estos destacados funcionarios no acudieron a la ceremonia? Este segundo informe me deja, pues, con muchas preguntas y otras tantas preocupaciones.