Dr. José Manuel Nieto Jalil / Director del Departamento Regional de Ciencias en la Región Centro-Sur Tecnológico de Monterrey Campus Puebla
Desde las primeras chispas de civilización, la humanidad ha demostrado una complejidad intrínseca que desafía la comprensión. Nos hemos enfrentado a innumerables desafíos, desde catástrofes naturales hasta conflictos de escala global; nuestra capacidad de adaptación ha sido el faro que nos ha guiado hacia la supervivencia y el progreso.
Esta resiliencia no es sólo una característica, sino una manifestación de nuestra esencia más profunda: la capacidad de reinventarnos frente a la adversidad.
Hoy, nos encontramos nuevamente en un punto de inflexión. Las secuelas de diversas pandemias han dejado una huella indeleble en nuestra sociedad, pero también han acelerado tendencias que ya estaban tomando forma.
La transición ecológica se presenta como una necesidad ineludible.
Al mismo tiempo, una revolución silenciosa, pero poderosa, está tomando lugar: la transformación digital. En su núcleo, la inteligencia artificial (IA) emerge no sólo como una herramienta, sino como fuerza motriz capaz de reconfigurar la estructura misma de nuestras sociedades.
La aceleración de estas tendencias en 2024 promete cambiar el tejido de la realidad tal como la conocemos. La inteligencia artificial se convierte en catalizador que amplifica nuestras capacidades y redefine lo que significa ser humano.
Los cambios más significativos en este sector se manifiestan con una mayor intensidad, particularmente en la transformación de los modelos de negocio.
Estos cambios, en algunos casos disruptivos, surgen principalmente de la evolución en los hábitos de consumo, las nuevas prioridades de los clientes y una demanda creciente de atención cada vez más rápida y eficiente. La tecnología ha reescrito las reglas del juego, alterando nuestras prioridades y generando necesidades inéditas, desarraigando costumbres en nuestro día a día.
El término inteligencia artificial ha sido un campo de batalla conceptual tanto en la comunidad científica como en los círculos empresariales y políticos.
Se han propuesto innumerables definiciones, pero la complejidad y amplitud del término impiden llegar a un consenso:
En el mundo de la computación, la IA puede definirse como cualquier técnica que permite a las máquinas procesar e interpretar datos emulando la capacidad humana para darles sentido. No obstante, su objetivo no es imitar el cerebro humano, sino potenciar nuestras capacidades cognitivas, abriendo nuevas fronteras en innovación y resolución de problemas.
La inteligencia artificial ya está desencadenando una revolución que rivaliza en magnitud con la aparición de internet. Este avance no es una simple evolución tecnológica; es una explosión exponencial de innovación que impacta cada rincón de la sociedad. En este nuevo mundo, la IA es el pilar sobre el que se construyen las industrias del mañana.
Desde los vehículos autónomos que navegan con precisión las calles, hasta los asistentes virtuales que se han integrado en los hogares, la IA está en todas partes.
Plataformas como Google utilizan su poder para anticiparse a nuestras necesidades de búsqueda, mientras que redes sociales como Facebook emplean algoritmos inteligentes para expandir su influencia global.
El uso industrial de la IA, impulsando desde la automatización hasta la robótica avanzada, moldea el panorama laboral y económico, y lo hará de manera aún más pronunciada en los próximos años.
La inteligencia artificial ha allanado el camino hacia un futuro donde las máquinas ejecutan tareas y, además, aprenden, comprenden y razonan de manera similar a los humanos.
Esta capacidad inspira incontables narrativas de ciencia ficción, donde los límites entre la mente humana y la máquina se desdibujan. Desde la percepción hasta la predicción, la IA emula cada vez más las funciones cognitivas humanas, abriendo puertas a un universo de posibilidades en la educación, el control y la planificación. Ya no se trata sólo de automatización, sino de crear sistemas que piensen, anticipen y adapten sus respuestas, expandiendo los horizontes de lo que consideramos posible.
Las posibilidades son asombrosas, especialmente cuando consideramos la magnitud de lo que podría significar para el cerebro humano.
Con unos cien mil millones de neuronas, nuestro cerebro ya es una obra maestra de la evolución. Pero, ¿qué sucedería si pudiéramos mejorar esas neuronas con tecnología avanzada, incrementando su conectividad y rendimiento? El resultado sería un salto gigantesco en el coeficiente intelectual, que podría superar los mil puntos, en comparación con los estándares actuales de 80 a 120.
Aunque es difícil concebir plenamente las capacidades intelectuales que esto podría desbloquear, es evidente el potencial de catapultar nuestras habilidades cognitivas a nuevas y sorprendentes alturas.
Sin embargo, mientras la IA promete revolucionar todas las industrias, debemos abordar su desarrollo con cautela. No podemos perder de vista los límites y las implicaciones éticas de su uso.
Es crucial que cada avance en IA se construya sobre una base que priorice el factor humano, considerando aspectos como la diversidad, la privacidad, la autonomía y la responsabilidad en la toma de decisiones.
Necesitamos políticas y marcos normativos sólidos que aseguren que esta tecnología realmente beneficie a la humanidad y aspirar a una inteligencia artificial centrada en el ser humano, sostenible, segura, inclusiva y confiable.
Un estudio realizado por investigadores del Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano, publicado en la Journal of Artificial Intelligence Research, plantea un inquietante escenario: la humanidad podría ser incapaz de controlar una superinteligencia artificial avanzada.
El desafío: para gobernar tal inteligencia, debería crearse una simulación de la misma. Pero, si ni siquiera comprendemos por completo cómo funciona, crear esa simulación se vuelve tarea imposible. Esta paradoja plantea preguntas serias sobre la viabilidad de establecer controles sobre una IA que podría operar más allá de los límites de nuestra comprensión.
Los autores del estudio argumentan que imponer reglas como no causar daño a los humanos sería imposible si no podemos prever los escenarios que una superinteligencia podría generar.
Una vez que un sistema así empiece a operar a niveles superiores y fuera del alcance de sus programadores, nuestras capacidades para imponer límites podrían ser inútiles. La complejidad de una superinteligencia reside en sus múltiples facetas, lo que le permitiría movilizar diversidad de recursos para alcanzar objetivos potencialmente incomprensibles e incontrolables para los seres humanos.
El equipo de investigación también se basa en el problema de la detención, presentado por Alan Turing en 1936, para sustentar su razonamiento. Este problema matemático plantea la imposibilidad de predecir si un programa de computadora llegará a una conclusión o continuará en un bucle infinito.
Aplicado a la superinteligencia, significa que cualquier intento de programar reglas para evitar daño podría fallar, pues no podríamos estar absolutamente seguros de su resultado. Desconectarla de internet o de redes críticas podría ser una solución, pero limitaría su capacidad de resolver problemas que exceden nuestras propias habilidades.
Esto nos lleva a una pregunta crucial: ¿vale la pena crear una superinteligencia, si su potencial incontrolable podría poner en peligro a la humanidad? Los autores del estudio parecen inclinarse hacia una respuesta preocupante: sí, podría ser incontrolable y, por lo tanto, peligroso.