Rubén Salazar/Director de Etellekt / www.etellekt.com / [email protected] / @etellekt_
Al abstenerse de reconocer el triunfo del virtual presidente electo de los Estados Unidos, Joe Biden, el presidente López Obrador pintó su raya de los demócratas y apostó de nuevo por su amigo y aliado político, Donald Trump.
Sólo que esta vez no para convencer a los latinos de votar por Trump –en cuyo intento fracasó-, como lo pretendía al visitar la Casa Blanca en julio pasado, sino que la jugada de AMLO resulta aún más arriesgada, al alinearse con la narrativa trumpista de una elección fraudulenta que debe ser definida en los tribunales, cuya Corte Suprema es controlada por Trump.
Al no reconocer el triunfo de Biden, el presidente de México expuso sus temores de que el nuevo gobierno de Estados Unidos haga un marcaje personal a la cuarta transformación que encabeza.
¿Qué es lo que detiene a López Obrador para romper con un presidente derrotado como Trump? ¿Vale la pena no hacer enojar a un “pato cojo”, al que le quedan menos de dos meses de gestión, a cambio de asumir el riesgo de convertirse en el nuevo “Nicolás Maduro” del continente –Maduro, por cierto, ya reconoció el triunfo de Joe Biden–, y ser asediado por el hombre más poderoso del planeta durante lo que le resta de mandato?
En respuesta al desafío del presidente mexicano, Biden le ha enviado un primer acuse de recibo, incorporando en su equipo de transición a la exembajadora de ese país en México, Roberta Jacobson, para colaborar en tareas del Departamento de Estado, quien puede poner la lupa sobre la 4T en el combate al narcotráfico y corrupción, temas que pasaron a segundo plano en la agenda lopezobradorista.
En lugar de tender puentes con el demócrata y desactivar futuros desencuentros, todo indica que Obrador está dispuesto a hacer equipo con Trump, en su plan de impugnar los resultados de la elección presidencial de este país, ante el supuesto fraude de los votos por correo, y movilizar a sus simpatizantes a las calles para desconocer el triunfo de Biden.
Todo se vale para AMLO con objeto de ayudar a su aliado a convertirse en el líder opositor más poderoso y grande de la nación de las barras y las estrellas, para recuperar la presidencia en 2024, pues de ello depende que su 4T no se convierta en un proyecto de muy corta duración, que lo deje expuesto y sin fuero ante sus adversarios en el futuro.
No sería descabellado pensar que incluso pueda concederle a Trump, y a toda su familia, asilo político en México en caso de alguna persecución judicial de parte de Biden, la cual sólo contribuiría a victimizar al republicano y darle rienda suelta a su radicalismo.
Se podría pensar que los dos mandatarios buscan lanzar la ofensiva definitiva del movimiento nacionalista en ambos lados del Río Bravo, bajó la propaganda del “América primero” y de aquella frase que reza que “la mejor política exterior es la interior”, en contra del establishment neoliberal multilateralista, liderado por los demócratas; sin embargo, esta alianza, más que un proyecto común –no hay un Norteamérica primero–, puede representar su última carta para no enfrentar acciones legales, el primero, a partir de 2021, el segundo, después de 2024.
Razones las hay de sobra, la más importante, la negligencia criminal de ambos frente a la pandemia.
A pesar de todo, Donald Trump no está perdido. El gran reto de Biden no sólo consistirá en reconstruir la unidad nacional, en medio de un ambiente polarizado y con una legitimidad cuestionada por el trumpismo.
También enfrentará el desafío de solucionar, en poco tiempo, la crisis sanitaria, y tener, en el corto plazo, una gestión más efectiva que la de su antecesor.
Iniciar un nuevo plan de confinamiento le restará en automático innumerables apoyos de su base de votantes, no se diga de los trumpistas; si lo hace y fracasa en reducir el número de contagios y decesos, causando una prolongada parálisis económica e incomodidades sociales por toques de queda, actos represivos y el uso obligatorio de mascarillas, la posibilidad de que Trump –con sus más de 70 millones de votos obtenidos– se perfile como un candidato altamente competitivo en 2024.
Gobernar para Biden no será un día de campo y su victoria tampoco garantiza el fin de los liderazgos populistas.
Así como la pandemia desplazó electoralmente a Trump, lo mismo puede seguir ocurriendo en los países más afectados por la misma, y no todos son populistas. Después de la derrota de Trump, quizá la próxima ola de derrotas electorales en el mundo pueda deberse al hartazgo o desencanto sociales respecto al populismo, pero también a la incompetencia de sus líderes, sean populistas o no, para vencer a un virus.