Justicia al tacto
Silvino Vergara Nava / parmenasradio.org
La iglesia suspende, el Estado impide,
el pueblo se encuentra cortado de los sacramentos;
no se puede bautizar al niño, no se puede contraer
matrimonio, confesar, comulgar
Del prólogo de La Cristiada
Jean Meyer
La cita corresponde al libro mejor elaborado de una de las etapas tabúes de la historia de México, en la denominada Guerra Cristera, de hace aproximadamente 100 años, en la década de los 20 del siglo XX. Una serie de prohibiciones implementadas en el territorio nacional para la celebración de los cultos y demás regulaciones provocó lo ocurrido en esa parte de la historia reciente del país, que no se ha vuelto a comentar.
Ella muy pocas veces es mencionada en los libros de texto oficiales y a muchas generaciones de alumnos en todas las escuelas elementales de la nación se les omite ese tiempo, cuando los sacerdotes eran perseguidos y las iglesias cerradas y saqueadas, en tanto que los parroquianos formaban grupos subversivos, guerrillas en contra de las instituciones del Estado, en un país convulsionado y recién salido de la Revolución Mexicana, topándose, entonces, con esos sucesos violentos.
En estos tiempos, a un año de la peste global, una de las primeras medidas fue cerrar iglesias (como sucedió hace 100 años), suspender servicios religiosos, bautizos, matrimonios, confesiones, primeras comuniones y demás eventos y ritos religiosos.
Ahora bien, aunque paulatinamente se han reabierto a nivel mundial, pareciera que para la tecnocracia –que ha dirigido las medidas para contener la pandemia–, por una razón diferente a la de la seguridad y la salud de la población, mantiene cerradas las iglesias, como si se tratara de una actividad secundaria e intrascendental para la ciudadanía, que ahora está confinada.
No obstante, si se mantiene a las personas en sus casas, desesperadas por la situación de tantos enfermos, muertos, por el desabasto de medicinas, la falta de servicios médicos, por el desempleo, la quiebra de negocios, resulta necesaria la ayuda, por lo menos, espiritual; pues las noticias de problemas (incluso, de suicidios) comprueban esa realidad.
Resultaba, pues, necesaria la ayuda de las Iglesias de cualquier culto para la población, pese a lo que sistemáticamente fueron cerradas, como si fueran una actividad intrascendente en estos tiempos y esta realidad tan agudos.
Por su parte, también hubo, desafortunadamente, una aceptación tácita de las instituciones religiosas respecto del confinamiento y, por tanto, asumieron que se trataban –en estos tiempos de modernidad tardía o postmodernidad– de una actividad secundaria para los seres humanos.
Esto es lo más sorprendente: la posición que asumieron los líderes de las Iglesias a nivel mundial. Lejos de sostener la necesidad de que, en la medida de lo posible, se pudiera llevar a cabo los cultos religiosos, alejaron cada día más a la población de estas antiquísimas instituciones religiosas. Por ende, la tecnocracia, queriendo o sin querer, cumplió uno de sus objetivos y anhelos con la pandemia, que en estos tiempos esas instituciones antiguas dejen de ser un elemento esencial en la vida de las personas; pues, después del confinamiento, se observará cómo habrá una deserción en los cultos, por todo lo que sucedió en un año y por el hecho de que las personas se vieran tan alejadas de estas iglesias. Como citaba Jean Meyer respecto a la Guerra Cristera: “Se tiene que morir como perro callejero, sin una queja, tras una vida miserable”.
Lo cierto es que los líderes religiosos quedaron a deber con sus feligreses en la pandemia. Poco se puede decir del papel que asumieron más que, con el temor por la peste, siguieron los mismos consejos de la tecnocracia, la que –dicho sea de paso– tampoco resolvió mucho.
Entonces, habrá que ver, una vez que se salga de este gravísimo problema, cuál será el resultado de la posición que mantuvieron las iglesias; pero, sobre todo, qué ocurrirá cuando también se vio que la población en general, igual que con las instituciones de salud, las públicas (como los tribunales y juzgados), estaba de espaldas a lo que estaba sucediendo.