Manuel Martínez Benítez
En los últimos días, la Reforma Judicial en México ha sido tema de discusión en diversos sectores de la sociedad; desde los medios de comunicación hasta los cafés donde se conversa sobre política.
Pero más allá del debate simplista de si esta reforma es buena o mala, hay aspectos cruciales que deben ser considerados con mayor profundidad.
Porque yo creo que hay tres puntos fundamentales a reflexionar.
Primero, que la forma en que se aprobó esta reforma no sólo es cuestionable, sino que representa un riesgo para la salud democrática del país.
Segundo, la clara crisis que atraviesa la oposición, particularmente el PAN, bajo el liderazgo de Marko Cortés.
Y tercero, que el reto a futuro será encontrar mecanismos efectivos para el diálogo y la construcción de consensos, ya que ninguna mayoría es eterna.
El proceso de aprobación de la Reforma Judicial ha sido visto por muchos como una muestra de la fortaleza de Morena y sus aliados en el Congreso.
Pero la velocidad y la forma en que se llevó a cabo ha dejado muchas interrogantes sobre el respeto a los procedimientos democráticos.
La discusión fue escasa, el análisis profundo brilló por su ausencia y, en muchos casos, los legisladores ni siquiera tuvieron tiempo suficiente para estudiar a fondo los cambios propuestos.
Aparte, la forma en la que se consiguieron los tres senadores faltantes no sólo es poco transparente, sino poco saludable. Si bien es cierto que las mayorías son para usarse, lo poco deseable es que solamente se usen para pasar una idea sin siquiera detenerse a discutirla con sus pares.
Una democracia no se basa únicamente en la capacidad de una mayoría para imponer su voluntad, sino en la calidad del debate y el respeto a los mecanismos que permiten una deliberación inclusiva.
El hecho de que una reforma tan trascendental haya pasado prácticamente sin oposición real, al margen de una discusión abierta y plural, es preocupante.
Cuando una reforma de esta magnitud se aprueba sin esa consideración, se envía un mensaje peligroso: que el poder absoluto de la mayoría puede pasar por encima de cualquier otra consideración.
Uno de los factores más alarmantes que ha permitido que la Reforma Judicial avance sin mayores obstáculos es la crisis interna de la oposición, particularmente del PAN.
Durante años, el partido fue una de las principales fuerzas políticas de México, capaz de ofrecer una alternativa frente a otras fuerzas políticas.
Sin embargo, bajo la actual dirección de Marko Cortés, el partido parece haber perdido rumbo y fuerza.
La falta de liderazgo dentro del PAN es evidente. En lugar de ser una fuerza que unifique a la oposición y ofrezca soluciones viables, ha caído en la irrelevancia política en muchos aspectos.
Esto ha permitido que Morena avance con su agenda, prácticamente sin enfrentar una resistencia coordinada o efectiva.
El PAN fue una oposición fuerte durante años; buscó imponerse y volverse la opción contra el priísmo.
Hoy, sin embargo, parece que esa fuerza ha quedado relegada ante la falta de una dirección clara.
Esta situación no sólo afecta al PAN, sino que debilita el sistema democrático en su conjunto, ya que los ciudadanos se quedan sin opción política creíble que contrarreste el poder del gobierno actual.
Y evito hablar del priísmo que está en su momento de mayor debilidad, sumergido en su propia lucha interna entre Alejandro Moreno y grupos al interior; en donde la única vía que parece posible es la desaparición o una refundación, pero ésta se antoja realmente muy difícil.
Movimiento Ciudadano es una gran incógnita. Comienza a cobrar fuerza, pero no la suficiente para enfrentarse por sí solo al morenismo.
El electorado no tiene una idea convincente de qué representa o en qué se puede beneficiar si lo apoya.
Finalmente, el verdadero desafío para el futuro político de México no radica únicamente en el contenido de las reformas que se aprueban, sino en la capacidad del sistema para fomentar el diálogo y la construcción de acuerdos.
Las mayorías políticas, como nos muestra la historia, no son eternas.
Morena, que hoy goza de un control mayoritario, eventualmente dejará de ser la fuerza dominante y en ese momento el país se enfrentará al reto de encontrar un camino hacia el consenso en un escenario más plural.
Si no desarrollamos mecanismos que fomenten la discusión y el acuerdo entre las diversas fuerzas políticas, correremos el riesgo de perpetuar un ciclo de polarización que, a la larga, puede ser más perjudicial para el país que cualquier reforma en sí misma.
El verdadero progreso político no se logra cuando una mayoría impone su voluntad sin considerar a las minorías, sino cuando se construyen soluciones que todos, o al menos una mayoría significativa, pueden aceptar.
En este sentido, México debe reflexionar sobre cómo mantener y fortalecer las instituciones democráticas, para que no sólo sirvan de vehículo para la imposición de la mayoría, sino como un espacio donde el diálogo y el acuerdo sean posibles.