Agenda Ciudadana
Jorge Alberto Calles Santillana
Estamos, formalmente, en la segunda mitad del sexenio
del presidente López Obrador.
Los resultados de los tres primeros años están a la vista y se documentan a diario: inseguridad, corrupción, mayor pobreza, mayor presencia de las fuerzas militares en la vida social, desinterés por los efectos de la pandemia sobre la población, mayores índices de violencia de género, polarización.
Como parte de los rituales temporales y políticos, buena parte de la población se pregunta ¿qué sigue?, ¿qué esperar para este cierre de sexenio?
No creo que haya que devanarse los sesos para responder. Mi respuesta rápida es: más de lo mismo. Sin embargo, habrá que considerar las condiciones bajo las cuales el presidente continuará gobernando como hasta ahora.
Debemos tener presente que en dos años y diez meses habrá de ser sucedido en la presidencia, y que, confiado como está en que su gestión ha sido brillante, por un lado, y que por otro deberá promover al cargo a quien él considere que no solamente mantendrá su proyecto, sino que buscará permanentemente su consejo, su mayor esfuerzo y preocupación será la de trazarle el camino a su candidata o candidato.
No por obvio este asunto debe ser minimizado. Aun cuando la segunda parte del sexenio teóricamente acarrea pérdida de poder a los presidentes en turno, en el caso de López Obrador ésta será compensada con la garantía de mayor visibilidad y mayor popularidad que buscará y seguramente obtendrá en el proceso de encumbramiento de quien él elija como heredera o heredero.
De esa manera, el presidente encontrará en la coyuntura un incentivo especial para continuar gobernando como lo ha hecho hasta ahora: más en el papel de candidato, de activista, de promotor del voto, que en el de estadista.
De ser así, el discurso presidencial estará orientado a validar más aún la realidad construida con otros datos y, consecuentemente, a descalificar con mayor beligerancia toda versión divergente.
Veremos en esta segunda mitad una mayor polarización que suscitará más irritación que la que hasta ahora se ha registrado.
Veremos a un presidente aún más intolerante. Hay evidencias ya.
La descalificación de Carmen Aristegui es muestra clara de que sólo se acepta–y se aceptará en lo que resta de su periodo– una forma de pensar, la que está en línea con la de él.
Aun cuando esto no implica un cambio, pues durante estos tres años ha puesto en claro que es menester estar de acuerdo con él, agrega tensión el hecho de que analistas que han simpatizado con su gestión empiecen a mostrar desacuerdos y preocupaciones.
Recientemente, Julio Astillero y Sergio Aguayo desaprobaron la protección absoluta otorgada al ejército, luego de que Loret de Mola expusiera la forma nada respetuosa de la ley con la que se están realizando las obras en el aeropuerto Felipe Ángeles.
Asegurar el triunfo de su favorita o favorito implicará no sólo hacer una promoción exhaustiva de sus virtudes.
Requerirá asegurar, también, los votos. De ahí que a lo largo de estos años veremos el crecimiento de los montos de becas y estímulos entregados a los sectores más necesitados y el estancamiento o decrecimiento de las partidas orientadas a proyectos productivos e instituciones sociales.
Las consecuencias podrían ser graves para la economía; la inflación está alcanzando porcentajes altos como no ocurría en mucho tiempo y los precios de artículos básicos están a la alza.
Tal vez la candidatura de Victoria Rodríguez a la presidencia del Banco de México tenga por detrás la intención de transferir nuevamente a Palacio Nacional el manejo de la economía. No será fácil, pero seguramente alguna batalla se librará. Habrá que recordar que el manejo de la economía desde la presidencia hizo crisis en el sexenio de Luis Echeverría.
Finalmente, llevar de la mano al poder a quien el presidente decida que deberá sucederlo reclamará, también, asegurarse de que no haya contrincante que pueda siquiera pisarle los talones. No hay duda de que el candidato o candidata oficial ganará con un margen que no debería suscitar preocupaciones al presidente.
La estructura de Morena es fuerte y capaz de conseguir un segundo triunfo en las elecciones presidenciales.
Además, la oposición quedó tan desarticulada programática y organizacionalmente que no está en condiciones de presentar a un candidato fuerte que pudiera representar una amenaza a las posibilidades de éxito de quien elija el presidente.
Aun así, habrá que evitar alguna competencia fuerte.
A quienes puedan aspirar seguramente se les abrirán procesos. que si bien probablemente no les signifiquen encarcelamiento, sí, al menos, los inhabiliten para participar en la contienda. Contra Ricardo Anaya hay un proceso abierto y su caso no quedará cerrado sino hasta que ya no esté en posibilidades de presentar su candidatura.
El presidente seguirá de frente su camino, sin voltear, sin atender voces que sugieran nuevas rutas.
De personalidad tenaz y perseverante, López Obrador está seguro de que la transformación que está llevando a cabo es la que necesita México, y la rectificación no significa para él sino claudicación. Sobre todo, cuando el miércoles pasado Morena mostró músculo en el Zócalo al estilo del priismo más rancio y las encuestas le otorgan una aprobación muy alta.
No hay duda, el resto del sexenio el presidente continuará su marcha hacia la consagración del personaje histórico viviente que siempre ha asumido ser.