Manuel Martínez Benítez / @manuelmtzb
La migración en Centroamérica ha sido un tema importante en los últimos años, debido a la cantidad de personas que han abandonado sus hogares en busca de mejores oportunidades y seguridad en otros países, especialmente en los Estados Unidos.
La mayoría de estas personas provienen de de Honduras, Guatemala y El Salvador, países que han sido afectados por la violencia, la pobreza y la falta de oportunidades económicas
La situación de esos países ha llevado a que miles y miles de personas tomen la decisión de emigrar en busca de una vida mejor. Sin embargo, la mayoría de estas personas se enfrentan a terribles obstáculos en su camino hacia “una vida mejor”. Explotación, violencia sexual, grupos de delincuencia organizada y discriminación son la constante entre estas personas que, por la falta de documentos de identidad, la falta de recursos económicos y la falta de información sobre las reglas de migración, viven todos los días en riesgo.
En ese contexto, Juárez, una ciudad fronteriza ubicada en el norte de México, se ha convertido en un importante punto de tránsito para los migrantes centroamericanos que buscan llegar a Estados Unidos. La ciudad, que limita con El Paso en Texas, se encuentra en la ruta del llamado “corredor migratorio” que atraviesa México y que es utilizado por miles de personas cada año en busca del “sueño americano”.
Según datos del Instituto Nacional de Migración (INM), en 2021 se registraron más de 69 mil migrantes sólo en Ciudad Juárez. La mayoría son ilegales que no cuentan con los permisos necesarios para entrar o permanecer en México y mucho menos cruzar a los Estados Unidos de Norteamérica, lo cual los convierte en un grupo especialmente vulnerable.
La ruta migratoria que atraviesa México es peligrosa y está plagada de obstáculos. Los migrantes enfrentan amenazas de violencia, extorsión y secuestro por parte de grupos criminales que operan en la zona. Además, el camino hacia Estados Unidos es largo y extenuante y muchos migrantes se ven obligados a viajar en condiciones precarias y sin acceso a servicios básicos como comida, agua y atención médica.
En medio de todo esto, migrantes siguen llegando a Juárez en busca de una oportunidad para mejorar sus vidas. Algunos esperan en esa ciudad mientras intentan obtener los “permisos necesarios” para continuar su viaje hacia el norte, mientras que otros deciden intentar cruzar la frontera de manera ilegal.
En esos casos, se enfrentan a la incertidumbre y la inseguridad y dependen en gran medida de la solidaridad de la población local y de las organizaciones que brindan ayuda humanitaria. Y aquí comenzamos a preguntarnos, ¿no debemos como sociedad en general y como gobierno de varios países comenzar a trabajar en esto de forma intensa, regular? Y ya que es imposible contener la migración, ¿darles condiciones de seguridad mínima, evitar los abusos de grupos delictivos y, a veces, del mismo Estado?
Las autoridades mexicanas y estadounidenses han implementado diversas medidas para intentar controlar el flujo migratorio. Sin embargo, estas medidas a menudo tienen consecuencias negativas para los migrantes, que se ven obligados a recurrir a rutas más peligrosas y a depender aún más de las redes de coyotes y traficantes.
Lo que vimos en Juárez –la muerte de 39 migrantes en una estación migratoria del Estado Mexicano– es, sin lugar a duda, una gran desgracia; es responsabilidad del Estado. En una instalación oficial, donde migrantes estaban encerrados, sin proceso judicial de por medio, en espera de los trámites y viviendo abusos y vejaciones de funcionarios oficiales.
La situación de los migrantes en Juárez refleja los desafíos y las contradicciones de un sistema migratorio global que, en lugar de garantizar la protección y el bienestar de las personas, a menudo las expone a la violencia y la exclusión.
Para abordar este problema, es necesario adoptar un enfoque real, más humano y solidario, que reconozca el derecho de todas las personas a buscar una vida mejor y que regule su tránsito, que promueva soluciones duraderas y justas para los desafíos que enfrentan los migrantes en todo el mundo; que proponga soluciones en sus países de origen, pero que atienda las necesidades actuales. Es por decir lo menos una ilusión creer que un programa que se ponga en marcha hoy solucionará la migración; al menos no por ahora.
Debemos abordar este problema desde diferentes ópticas, la de derechos humanos, primero que nada; la de seguridad , la de salud, la económica. Es en esto donde la tarea y responsabilidad de los Estados (como ente gubernamental de varios países) es ponerse a trabajar de forma realista y pronta y dar resultados. No son sólo 39 muertos (que ya son muchos), son miles de muertos en todo el mundo por la migración y muchos de ellos están muriendo en territorio mexicano.