José Manuel Nieto Dr. José Manuel Nieto Jalil / Director del Departamento Regional de Ciencias en la Región Centro-Sur / Tecnológico de Monterrey Campus Puebla
En lo profundo de la naturaleza, en una escala que desafía
la percepción humana, se esconde un Universo compuesto por las partículas más fundamentales. Imaginar que todo
lo que existe –desde las estrellas más lejanas hasta la materia
que compone nuestro propio cuerpo– está formado por estructuras minúsculas e indivisibles cautivó a los primeros filósofos griegos.
En el siglo V a. C., Leucipo y Demócrito dieron un salto conceptual, proponiendo que la materia no era continua, sino formada por diminutas partículas indivisibles que llamaron átomos.
Lo que entonces fue una hipótesis filosófica se convertiría milenios después en la base de la física moderna de partículas, donde cada átomo es un complejo conjunto de partículas elementales más pequeñas, las verdaderas protagonistas del Universo cuántico.
Durante siglos, la idea del átomo como partícula fundamental cayó en el olvido, hasta que el químico francés Antoine-Laurent de Lavoisier, en 1789, reavivó el concepto al relacionarlo con la naturaleza de los elementos químicos.
Lavoisier estableció la primera versión moderna de la teoría de los elementos, sentando las bases para la química contemporánea y vinculando indirectamente la hipótesis atomista griega con los avances científicos del siglo XVIII.
A finales del siglo XIX y principios del XX, la visión clásica de los átomos como unidades indivisibles fue desafiada por descubrimientos experimentales que revelaron la estructura interna del átomo:
J. J. Thomson descubrió el electrón en 1897, mostrando que los átomos no eran esferas macizas e indivisibles, sino sistemas complejos con un núcleo central denso, alrededor del cual orbitaban electrones. Posteriormente, se comprobó que el núcleo estaba constituido por protones, con carga positiva, y neutrones –partículas neutras–, cuya existencia confirmó James Chadwick en 1932.

El modelo atómico fue perfeccionándose. Hantaro Nagaoka, propuso un modelo planetario del átomo en 1904; Ernest Rutherford, en 1911, describió por primera vez el núcleo atómico tras sus experimentos de dispersión con láminas de oro y Niels Bohr desarrolló en 1913 su famoso modelo cuántico, en que los electrones ocupaban órbitas discretas.
Arnold Sommerfeld mejoró el modelo de Bohr al introducir órbitas elípticas, y físicos como Erwin Schrödinger y Paul Dirac sentaron bases a la mecánica cuántica moderna, al describir el comportamiento de electrones en términos de funciones de onda y principios relativistas.
Estos descubrimientos revolucionaron nuestra comprensión del átomo y dieron lugar a la física cuántica tal como la conocemos hoy.
El hallazgo de nuevas partículas fundamentales amplió considerablemente la comprensión del universo subatómico.
A mediados del siglo XX, surgieron partículas como los muones, los tauones, los neutrinos, así como una multitud de mesones como los piones y kaones, y bariones como los hiperones. Estas partículas, junto con sus correspondientes antipartículas, desafiaron la clasificación tradicional de la materia y se creó una taxonomía más compleja en física de partículas.
En 1964, los físicos estadounidenses Murray Gell-Mann y George Zweig introdujeron de manera independiente un nuevo concepto revolucionario: la existencia de partículas subatómicas más pequeñas que los protones y neutrones.
Gell-Mann las denominó quarks, una propuesta que cambiaría para siempre nuestra comprensión del universo.
Su teoría fue tan influyente que Gell-Mann fue galardonado con el Premio Nobel de Física en 1969, reconociendo el impacto de su trabajo en la física de partículas y la concepción íntima de la estructura del Universo.
Originalmente, su teoría incluía tres tipos: quark up, quark down y quark strange. A medida que los aceleradores de partículas de alta energía permitieron sondear más profundamente en la estructura subatómica, se descubrieron más.
En 1974, el quark charm fue hallado en el Stanford Linear Accelerator Center (SLAC) en California y en el Laboratorio Nacional de Brookhaven en Long Island, Nueva York. En 1977, se halló el quark bottom, también en Brookhaven. Para 1995, el quark top fue detectado en el Fermilab, cerca de Chicago, Illinois.
Los aceleradores de partículas han sido una herramienta esencial para profundizar en la estructura del microcosmos. Utilizan campos electromagnéticos para acelerar partículas cargadas a velocidades cercanas a la luz y permiten colisionarlas entre sí, liberando enormes cantidades de energía y generando una multitud de nuevas partículas.
Estos experimentos han sido posibles gracias a instalaciones como el Gran Colisionador de Hadrones (LHC), para observar fenómenos nunca antes registrados.
Hoy sabemos que existen seis tipos de quarks, clasificados por los físicos según sus sabores: up (arriba), down (abajo), charm (encanto), strange (extraño), top (cima) y bottom (fondo). Cada uno tiene su correspondiente antiquark. Las diferentes combinaciones de quarks dan lugar a los hadrones, partículas compuestas que forman la materia ordinaria, como los protones y neutrones.
Este concepto ha transformado nuestra comprensión de la física. Cada quark lleva una propiedad denominada color, no en sentido visual, sino que es una carga en el marco de la interacción fuerte. En quarks son rojo, verde y azul; y los antiquarks llevan sus anticolores: antirrojo, antiverde y antiazul.
Estas propiedades cromodinámicas son fundamentales para describir cómo los quarks se combinan para formar hadrones estables.
Los físicos teóricos predijeron que hay hadrones exóticos. Los regulares tienen tres quarks, como los protones y neutrones. Los exóticos son combinaciones de cuatro (tetraquarks) o cinco (pentaquarks). Experimentos han confirmado su existencia, abriendo nuevas fronteras.
Aún más emocionante es la predicción teórica de los hexaquarks, partículas compuestas por seis quarks, que podrían ofrecer pistas sobre fenómenos aún desconocidos en la naturaleza. Su existencia no ha sido confirmada, pero su descubrimiento podría desafiar los fundamentos del Modelo Estándar y sugerir la necesidad de una nueva teoría física.
Los descubrimientos recientes en el LHC han permitido profundizar sobre cómo se combinan los quarks para formar la materia. Estos avances también ponen a prueba las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza: electromagnética, gravitatoria, interacción fuerte y débil.
El estudio detallado de la interacción fuerte es especialmente crucial, pues permite a los científicos determinar si los procesos observados encajan dentro del Modelo Estándar o si indican la existencia de una nueva física, algo que se ha perseguido con ahínco en las últimas décadas.