Por: Adolfo Flores Fragoso [email protected]
Cuando Fray Julián Garcés soñó que unos ángeles –con teodolito, estadal, tripié y mecates en mano– comenzaban a trazar un pueblo rodeado de manantiales y ríos, no imaginó que su fantasía terminaría en ser la primera ciudad cosmopolita de América.
Una ciudad construida por migrantes: inmigrantes de Tlaxcala, Cholula, Calpan, Huejotzingo, Tepeaca, y de lugares más lejanos como Texcoco, Guinea, Etiopía y Andalucía.
Todos fundadores primeros de la Ciudad de los Ángeles.
Pero los nuevos propietarios de las “mitológicas poblaciones desaparecidas de Coetlaxcoapan y Huitzilapan destruidas por la guerra”, al decir del Cronista Efraín Castro Morales, decidieron que los nuevos residentes no españoles del valle fueran desplazados al otro lado de los ríos y barricadas de la ciudad en proceso de edificación.
Nacen así los barrios indios, con el pretexto de su evangelización y el carnavaleo, sincretismo de para una espiritualidad brava, como brava fue la religiosidad asumida y celebrada por los angelitos de la Puebla, como guardas de los barrios de Su Ciudad.
Y de sus pulquerías.
Al fin, angelitos constructores.
De los Barrios de los Ángeles.
…
Un poblano me hizo llegar un manuscrito de su autoría al que puso como nombre “Barrio de Analco”. Transcribo la crónica tal cual:
“También conocido como barrio del Rastro, Analco en su tiempo tal vez fue el barrio más bravo con innumerables cosas que sucedieron en su existencia.
“En la 7 Oriente y 14 Sur hay una vecindad cercana a la famosa ‘piedra encantada’. Un toro escapó del rastro ubicado en la 16 Sur entre 9 y 11 Oriente, entró a dicha vecindad arrasando con todo a su paso; la gente se escondía quedando todo en ruinas y algunos heridos de gravedad.
“En Analco cualquier persona llegaba a pedir trabajo. Como un hombre de estatura de 1.30 metros de nombre Marcelino que cargaba enormes canales (reses abiertas) de más de 100 kilos, mirándolo la gente con asombro. Fue fotografiado por los periódicos desde los años 40’s y hasta la fecha el señor vive.
“Los trabajadores del rastro aunque humildes su alimento era basto. En casa les preparaban la antes conocida ‘sangre’ que literalmente era cocinada con chiles, manteca, cebolla y algunas hierbas de olor, hoy comúnmente le llaman rellena y va dentro del intestino del animal.
“En ocasiones llegaba gente al rastro o los mismos trabajadores que bebían la sangre del toro (para fortalecerse decían ellos). También iban a la calle 11 Oriente 1402 para que les asaran enormes bisteces comiéndolos acompañados de tortillas y chiles en vinagre caseros y su cerveza.
“(Las casonas) desde ese entonces son viviendas antiguas de 5 metros de alto, muros de 70 a 80 centímetros de grosor hechas de piedra, ladrillo y lodo.
“En esa misma esquina existe una diagonal llamada ‘la privada’ o ‘la cuchilla’ que antaño tenía un suelo muy accidentado con piedras y zanjas y era precisamente donde se daban cita pandillas y grupos de contrincantes para una batalla campal armados con piedras, garrotes, cadenas, cuchillos, etc. Después cada quien corría por su lado porque la policía era difícil que llegara.
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“En otras ocasiones la situación era pacífica pues jugaban a lanzarse una bola de estopa con fuego bañada con petróleo. También era famoso el clásico futbol callejero sobre todo en las noches porque la mayoría trabajaba durante el día en las fábricas, mercados, negocios de diferentes oficios o comercios y sólo así se relajaban y divertían. Malo era cuando rompían de un balonazo una ventana o el cristal de la vitrina de la tienda ‘La Elenita’ de la esquina porque todos corrían con el clásico ‘Yo no fui’.
“Había en este barrio infinidad de cantinas y una pulquería llamada ‘El Babadry’ repleta de barriles y aserrín en el piso.
“Antes de que existiera el rastro todo era campo y alfalfares. La 11 Oriente y la 14 Sur era la última casa del centro de Puebla donde elaboraban la ‘cola’ que era un pegamento de cuero del animal para utilizarse en la carpintería que tenía que ser cocido en el fuego para poder utilizarse.
“También tuvo sus leyendas o mitos donde se cuenta que se veía a la bruja que era una bola de fuego que pasaba. También se ‘escuchaba al muerto’ que era parecido al aullido de un perro que se oía desde lejos y poco a poco era más intenso y provocaba escalofrío. También se veía al nahual que se transformaba en varios animales.
“En ese crucero de la 14 Sur y 11 Oriente, hoy en día hay varios donde elaboran cemitas, en la 14 Sur entre la 11 y la 9 Oriente y en la privada con la esquina de la 13 Oriente. No tienen nombre, son muy conocidos como los hornos antiguos de piedra”.
Hasta aquí el texto de Rafael David Doncel Flores, alias El Vikingo, quien lo comparte como esos murmullos ocultos y casi olvidados de una esquina que él habitó.
…
Los barrios de la Ciudad de los Ángeles tienen la virtud de asumir calles con oleajes de polvo matutino, vecindades con umbrales que conducen al paraíso de los panes, con lajas donde basta el sonido de un paso para hacer soñar a la oscuridad.
Cuenta una leyenda que fueron los angelitos quienes soñaron a fray Julián Garcés. Por eso no han despertado.
Fray Julián sigue durmiendo.
Los ángeles siguen soñando.