Jorge Alberto Calles Santillana
En la medida en la que el ambiente social se torna más problemático, el ambiente político se crispa aún más, a la vez que el lenguaje de la confrontación y la provocación gana terreno y suplanta a todos los demás lenguajes. En la medida en la que la pandemia avanza sin control poniendo en jaque a la salud pública y a la planta productiva y en la medida en la que los indicadores económicos y sociales caen, el presidente rehúye a la realidad y se empecina en afirmar y reafirmar la visión que él tiene de ella. Es tiempo, ya, de tomar en serio a López Obrador. Es tiempo de dejar de creer que en algún momento tendrá que corregir porque los hechos no le dejarán otra salida.
No, no es que el presidente no entienda.
Somos nosotros los que no entendemos.
López Obrador ha sido desde siempre un luchador social, un activista. Desde siempre ha buscado combatir pobreza, marginación, corrupción, impunidad. Al hacerlo ha sabido conectar con quienes son víctimas de ellas.
Así, su andar político le dejó dos lecciones: la primera, la importancia de identificar problemas y llamarlos como los nombran quienes los padecen; la segunda, sumar adeptos para adquirir fuerza. Aplicó bien el aprendizaje que le dejaron estas lecciones y se enfocó en obtener la presidencia. Jamás flaqueó; nunca permitió que las adversidades y las críticas le interrumpieran el camino. Tenía claro el objetivo y que había que alcanzarlo. Lo consiguió. Pero el método terminó por definir la identidad del político.
A fuerza de simplificar la realidad y construir soluciones discursivas y en la medida en la que esto le aseguraba más seguidores, López Obrador terminó creyendo que la realidad es simple y que las soluciones están allí, al alcance de la mano y que sólo se requiere voluntad y buenos deseos para que las cosas sean diferentes. Por eso ha terminado por desear que México vuelva a ser como en los 60, un México sin tantas complejidades, un México en el que el presidente decidía prácticamente todo sin contratiempos y sin que quienes resultaran afectados pudieran hacer mucho ruido. Un México sencillo. Pero México ya no es el de los 60. México ya no es así de sencillo. México es ya una sociedad compleja, muy compleja.
Esta complejidad es la que no cuadra con quien se acostumbró a ver que su discurso simplista era bien recibido y muy aplaudido. La simpatía que despertó lo convenció de que efectivamente la realidad es así, simple, sin dobleces. Es por eso que le molesta el ruido que produce la estructura de esa realidad porque sus soluciones simplistas no tienen correspondencia con su complejidad. Es por eso que tiene que clamar: o están conmigo o están contra mí. Es por eso que se siente compelido a profundizar la polarización.
Pero tan grave es promover la polarización como aceptarla. López Obrador polariza porque cree que de verdad quienes lo critican no entienden que las cosas deben ser diferentes y deben seguir el camino que él cree que están tomando. No ve otra realidad. De esa manera, entiende que sólo podrá ganar las elecciones del año próximo si éstas se asumen como una guerra entre el bien y el mal.
Lamentablemente, parecería que quienes se le oponen están aceptando el reto. Esto es un serio problema. Para enfrentar a López Obrador hay que evitar dos cosas: aceptar sus reglas de juego y nombrar la realidad con su discurso y vocabulario.
Es cierto que las elecciones próximas son clave para el futuro. Pero reducir el significado de la contienda a simple concurso electoral puede resultar muy grave. No se trata de apoyar a los candidatos que contiendan contra los candidatos de Morena.
No se trata sólo de alianzas, votaciones de castigo y votos útiles. El verdadero reto es entender que vivimos momentos críticos de los cuales podría emerger una mejor sociedad, un México menos desigual y más consciente. No se trata sólo de evitar que López Obrador nos reduzca de nuevo al autoritarismo o a la dictadura.
No se trata sólo de tener “un-México-sin-López-Obrador”, sino de tener otro México, un mejor México.
Para ello es necesario que la sociedad civil organice un frente ciudadano con propuestas alternativas. Es necesario que las múltiples voces que disienten creen un frente común que empiece por reconocer la complejidad de la realidad y a proponer políticas concretas que demuestren que aún dentro de la complejidad es posible realizar cambios que resulten benéficos para las grandes mayorías.
Un frente de este tipo tendría además un impacto importante en el imaginario colectivo que hoy está abrumado y consecuentemente cooptado por la confrontación: los problemas del país y sus soluciones requieren del manejo de discursos que reconozcan la complejidad y de toma de decisiones que no son simples y que no pueden ni deben depender de una persona. Y otro más: generar conciencia de que oponer no significa negar la existencia ni condenar a quien no coincide con nosotros.
Es tiempo que nuestros intelectuales, organizaciones civiles, empresarios y ciudadanos comunes y corrientes integren un frente ciudadano que se ocupe de pensar y proponer un México que no quede reducido al bien y al mal.