Adolfo Flores Fragoso / [email protected]
Criollo e ilustrado, Miguel Hidalgo viró los cañones de la Nueva España en contra de los tronos hispanos aliados a Napoleón.
Don Manuel Abad y Queipo, como obispo de Michoacán, lo anticipó y apoyó, pero con el consejo al cura Hidalgo de que la insurgencia no fuera violenta.
Don Manuel Abad y Queipo, asturiano perseguido por la Inquisición, jugó un doble papel “excomulgando” al padre Hidalgo, a la vez que lo apoyaba como independentista de la Nueva España.
Esa doble personalidad lo convirtió en otro héroe de la liberación contra la península hispana.
El resto es una historia de campanas de cierta madrugada del 16 de septiembre de 1810.
Con tragos de vino celebró el anuncio de la independencia, su afición (me refiero a su lealtad a los tragos; no a los movimientos insurgentes).
En una carta escrita a Hidalgo con más talento que sentimiento, celebra su gozo.
Una carta enviada a Ignacio María José Miguel Allende, también.
En una noche ya casi mexicana.
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La madrugada del 16 de septiembre de 1810 desvirtuó las causas, y comenzó la independencia de los españoles criollos en contra de los peninsulares, utilizando a los nativos que supuestamente iban a ser más explotados y víctimas de la expropiación de sus territorios.
Así comenzó una guerra de guerrillas entre hijos de españoles en contra de sus padres hispanos.
Entre mentiras, traiciones y realidades de aquella época incierta.
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¿Qué era la obediencia a la realeza española en el inicio del siglo XIX?
El nativo novohispano buscaba un rango basado en un linaje cercano a su casta, pero rechazado racialmente por el nacido en la península.
Pagar impuestos y un “estatus” a la corona, les daba “un nombre”. Es lo que valía la pena.
Los ilustrados quitaron la venda de los ojos.
De sus reflexiones banales.
Contracorriente, un movimiento insurgente abre sus venas, y sus derechos nativos en lo que será México.
Es lo que libera la independencia real de la monarquía española.
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La noche del grito es una expresión de júbilo de los naturales novohispanos que no son nativos de España.
Un grito de liberación.
Un grito con la nueva textura de un México naciente.
Un grito mexicano de parto doloroso que otorga vida a un país.
Un grito que recuerda guerrillas sangrientas, pero hoy impregnada de otros olores.
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He vivido algunos y variantes “gritos” en ciertas embajadas y consulados de México en Francia, España y Estados Unidos.
Taquitos, presuntas chalupas y una certeza de mole, de por medio.
Mezcal y tequila. Ondeando mi bandera.
Y hasta con vino francés: “Santé!”, he brindado, traicionando la memoria de los héroes del Cinco de Mayo.
Así somos.
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Guajolote en mole.
Chanclas.
Chalupas.
Mole de zancarrón.
Chilaquiles.
Tostadas de pata.
Mixiotes.
Mole de olla con res.
Pozole. Blanco o rojo. Con pollo o cerdo deshebrado.
Cemitas de queso de cabra.
Memelas.
Quesadillas.
Taquitos fritos rellenos de pollo.
Enmoladas.
Pollo en pipián.
La caguama.
El pulque sin curar.
“La mezcal” caliente.
La tequila.
¿Qué más puede faltar en una noche mexicana?
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El mariachi con “la tequila” al lado no deben faltar en una noche mexicana del mes de septiembre.
“Mexicanos semos, mexicanos habemos de murir… pero con la panza llena”, era el dicho de mi bisabuelo Simón.
Según los recetarios de nuestras abuelas y madres, la chalupa debe ser de tortilla muy pequeña, con masa palmeada, hirviente en manteca y rematada con salsa un tanto picosa, cebolla picada y carne de res desmenuzada.
El pozole es con grano pozolero –valga la blanca expresión–, y sea blanco, rojo o verde, siempre con mucho orégano, rábano y cebolla picadas, y unas tortillas duras cubiertas con un chorro de crema, sal de grano, lechuga y queso fresco manoseado.
Las tostadas de manteca deben cubrirse con pata de res inmersa en rodajas de cebolla, zanahorias picadas y rajas de jugosos chiles jalapeños en vinagre.
Las chanclas son de pan enharinado relleno de cebolla y aguacate, y si el gasto lo permite hasta con chorizo frito, y servidas ahogadas en caldillo de jitomate hirviente. Con epazote fresco.
Si también alcanza para el chile en nogada, hay que rellenarlo de frutos de temporada de verano y picadillo de cerdo, bañados con salsa de nuez de Castilla combinada con queso de cabra, granos de granada y perejil.
El mariachi es una compañía con la que hay que cantar “a lomo” y a todo pecho, con “la tequila y la mezcal” correspondientes para afinar la voz.
Noche para vivir nuestro patrimonio que da gusto al paladar y al oído. Paladares que a la mañana siguiente de una noche mexicana exigen de un mole de panza, un caldo hirviente de jaiba con camarón o unas enmoladas picositas. Y una caguama en tarro helado frapeado de sal y con harto limón.
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Cierta noche de cierto 15 de septiembre compartí balcón en el Palacio Municipal de Puebla con las hermanas del gobernador en aquel tiempo.
Celebramos a campanazos la independencia de la Nueva España, entre vivencias y anécdotas personales.
“Manuelito –comentó una de las hermanas– fue un niño tan bien portado que, en las tardes y noches del ‘grito’, lo traíamos al Zócalo a pasear vestido de charrito con un traje de botonaduras de oro”.
“¡Viva México!”, interrumpió con un grito nuestra conversación el gobernador Manuelito.
“¡Viva!”, le respondimos desde ese palco histórico del inmueble del Ayuntamiento de Puebla.
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En la antigua calle de la Concordia (hoy 3 Sur 900), el presbítero Joaquín Furlong, estuvo a cargo del Oratorio de San Felipe Neri, entre los años 1814 y 1852.
Promotor de las artes y la lectura, trajo de Europa una imprenta que destiló una importante cantidad de libros para su distribución en Puebla, el sureste de México y Guatemala.
El 12 de febrero de 1821 imprimió en sus oficinas el primer ejemplar del Plan de Iguala o de la Independencia, edición que fue difundida en septiembre de aquel año, principalmente en la ciudad de México.
Desde la Puebla de los Ángeles, cuna de la independencia en la tinta de una imprenta.
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Cierta noche igual a un 15 de septiembre solicité una orden de tacos al pastor con “pico de gallo del que pica”.
Con un par de caballitos de “la tequila de la casa” en el restaurant Matamoros, en Brooklyn (NYC).
Y el mariachi cantó:
Voz de la guitarra mía
al despertar la mañana
quiere cantar su alegría
a mi tierra mexicana.
Yo le canto a tus volcanes,
a tus praderas y flores
que son como talismanes
del amor de mis amores.
México lindo y querido,
si muero lejos de ti
que digan que estoy dormido
y que me traigan aquí;
que digan que estoy dormido
y que me traigan aquí.
México lindo y querido
si muero lejos de ti…
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El comensal lloró quedito en aquella noche de septiembre.
Con una nostalgia remasterizada.