Jorge Alberto Calles Santillana
En primer lugar, los datos. El número de contagios y decesos está creciendo de manera significativa. Los datos oficiales son contundentes: enero está resultando ser el mes con los peores números. En diciembre se reportaron 312 mil 551 contagios; en este enero, hasta el pasado día veinte, los datos oficiales indicaban que hubo 262,850 nuevos casos.
El promedio diario en diciembre fue de 10 mil 082 contagios; en enero, el promedio es de 13 mil 142 casos. En diciembre, los decesos COVID registrados alcanzaron la cifra de 19 mil 867, es decir, 641 diarias. Ahora, en enero, los fallecimientos son ya 18 mil 564; 928 diarios. El mes podría finalizar con casi 29 mil muertes por COVID. El 14 de noviembre fue el día en que se alcanzó el millón de registros de contagios.
El pasado 8 de enero, el número de contagios se elevó a millón y medio. En menos de dos meses, el número de contagios llegó a la mitad de los contagios ocurridos en los primeros ocho meses de la pandemia. Si los contagios mantienen la velocidad actual, es la primera quincena de febrero el número se elevará a los 2 millones.
No hay control sobre la pandemia y podríamos alcanzar, aún, situaciones más complicadas. México es el décimo cuarto país del mundo con más contagios y el cuarto con más fallecimientos.
En segundo lugar, el proceso de vacunación. Hasta el viernes pasado, los datos oficiales indicaban que se habían aplicado ya 415 mil 417 vacunas. Si se mantiene la tasa de inoculación actual (18 mil 882 aplicaciones diarias), para el día último de este mes 623 mil 229 personas habrán recibido la protección inicial.
Eso significa que tendremos vacunada a 0.05% de la población mexicana. A ese paso, se requerirán dos mil meses para cubrir a todos los mexicanos. Según el calendario oficial, dado a conocer a principios de diciembre, el proceso de vacunación debería estar concluido (en sus dos etapas, se presume, aun cuando el documento no lo dejaba en claro) a finales de junio. Esto significa que mensualmente se deberían aplicar, en promedio, 43 millones de vacunas. Sin duda, este fin de mes tendremos un déficit imposible de cubrir.
En tercer lugar, el manejo oficial de la información tanto de la pandemia como del proceso de vacunación.
Desde que el fenómeno se presentó en México, el presidente eludió abordarlo e inteligentemente cedió los reflectores al doctor López Gatell, quien terminó por convertir sus presentaciones en todo un show de malabarismo informativo. En los últimos días llama especialmente la atención que haya escasa, casi nula, cobertura de las vacunaciones.
Extraño para un presidente que asume que su palabra y las imágenes por él presentadas prueban de manera inequívoca que se gobierna y se gobierna bien.
En cambio, son recurrentes las imágenes de funcionarios que asisten al aeropuerto a recibir los cargamentos de vacunas, a la usanza del priísmo de los años 60 y 70.
Se pretende hacer creer que la presencia de las vacunas prueba que efectivamente se está aplicando a la población.
Nada más alejado de la realidad. Otro tema es el manejo del llamado semáforo epidemiológico y la respuesta del sector productivo a él, especialmente en la Ciudad de México. Asfixiados por la falta de apoyos, los empresarios restauranteros han conseguido autorización para abrir parcialmente sus negocios.
Sin duda, la necesidad de los restauranteros de sobrevivir y mantener su planta de trabajadores los conduce a efectuar estas aperturas que, no obstante, garantizan que el crecimiento de la pandemia. Cada vez se hace más evidente que el gobierno federal no le ha prestado la debida atención a esta pandemia. Al igual que la mayoría de los problemas nacionales, la presencia del coronavirus ha sido abordada con desdén y falta de planeación. De lo contrario, se habría implementado una estrategia detallada y cuidadosa.
No se optó por hacer un alto número de pruebas que permitieran aislar a las personas contagiadas. En aras de cubrir apariencias, se evitó recibir en los hospitales a los enfermos en las etapas iniciales del padecimiento, lo que sin duda ha contribuido a que México sea uno de los países con alta tasa de mortalidad.
Tampoco se implementó un plan de vacunación serio ni se ha dado acceso a la información sobre la adquisición de las vacunas, lo que ha abierto la puerta a informaciones que sostienen que no existen contratos reales y que las vacunas recibidas son donaciones o muestras de los ensayos de los laboratorios.
Tampoco se desarrolló un plan de apoyos económicos a trabajadores y desempleados y fiscal a las empresas. De haber sido así, menos gente se habría expuesto y menos empresas habrían quebrado y sacrificado plazas de trabajo.
En los próximos meses, la pandemia podría alcanzar niveles de terror y las palabras y las imágenes circenses no alcanzarán para inventar otra realidad diferente a la de los datos duros.
Aun cuando es tarde, el presidente tiene aún la oportunidad de darle otra orientación a su política sanitaria. Un cambio de perspectiva bien podría conducir a recuperar mucho de lo perdido.
Lamentablemente, es dudoso que haya una nueva lectura del fenómeno por parte de López Obrador.
Es empecinado. Seguirá siéndolo. Como dato extra: en la conferencia mañanera del día siguiente en que se registró el mayor número de víctimas de todo el proceso, volvió a repetir que la pandemia estaba controlada y que muy pronto llegará a su fin.