Iván Mercado / @ivanmercadonews / FB IvánMercado
Ya sucede en decenas de países de mundo. El embate de la tercera ola de contagios por COVID-19 es inminente y volverá a reventar los sistemas sanitarios, al golpear, con diferentes mutaciones perfectamente identificadas en diferentes regiones del planeta, países incluso lejanos a su origen.
La ventaja en esta batalla mundial la sigue reportando la enfermedad, al diseminarse con mayor rapidez y virulencia por todo el mundo, mientras los científicos intentan encontrar un tratamiento o vacuna eficaz en el proceso de inmunización.
Europa se prepara con medidas disímbolas según el desorientado criterio de cada nación. Desde toques de queda y restricciones territoriales, hasta arrestos y cierre de toda actividad turística, comercial e industrial. Así es es como el Viejo Continente intentará disminuir las cadenas de contagio y muerte que ya han arrancado este fin de semana.
En América, el escenario es mas grave aún, dada la velocidad con que la epidemia se ha movido por el continente. Canadá mantiene su política de fronteras cerradas y visitas restringidas. Estados Unidos acelera sus procesos de inoculación para vacunas, ya no a 100, sino a 200 millones de habitantes en los primeros 100 días de la administración de Biden.
Brasil colapsa con números aberrantes que reflejan la ineptitud y desprecio de un presidente populista e irresponsable que ha demostrado no tener ningún interés por un pueblo hundido en la peor tragedia sanitaria de su historia, con cifras de casi 4 mil muertos en tan sólo 24 horas.
Chile y Uruguay han logrado avanzar en la inmunización parcial de su población, vacunando a más de 5 millones de ciudadanos, así como la instrumentación de medidas oficiales tendientes a evitar la movilidad de sus ciudadanos en ocho días clave que comienzan este lunes.
Argentina ha ordenado cierre de actividades comerciales y la prohibición de vuelos provenientes de México, Brasil y Chile. Y, en el peor de los escenarios, se encuentran la mayoría de países de Centroamérica, como Guatemala, Nicaragua y Honduras, en donde no cuentan con vacunas para iniciar una tardía inoculación.
Sin embargo, y aún con un escenario tan desolador, México mantiene su política de “prohibido prohibir”, y por ello millones de mexicanos se preparan para salir a contraer un potencial contagio por COVID-19 durante los próximos días y abarrotar los destinos de sol y playa.
Así, de cara a una tercera ola anunciada por científicos y autoridades sanitarias de diferentes estados como “catastrófica”, las autoridades federales determinaron mover el semáforo epidemiológico y elevar a siete el numero de entidades que arrancan las fechas más peligrosas, por el nivel de movilidad, en código verde; con “riesgos mínimos de contagio”.
Dieciocho estados del país se mantienen en el tono amarillo y siete se quedan, por sus índices de positividad, en color naranja. Para las autoridades federales, en este momento el territorio mexicano ya no tiene ni una sola entidad que amerite el color rojo, equivalente al riesgo máximo.
La de hoy será una fotografía del cuestionado semáforo que dolorosamente durará muy poco para unas autoridades que se siguen inclinando por privilegiar un manejo político de la pandemia.
Sin embargo, la realidad de las proyecciones tal vez se pueda disimular, pero no detener. Por ello ha surgido una “urgencia” inusitada en el Ejecutivo federal por vacunar lo antes posible a la mayor cantidad de adultos mayores de este país.
Antes de la segunda mitad de abril se pretende alcanzar la aplicación, por lo menos, de la primera dosis de la vacuna contra el COVID-19 a ese segmento poblacional. La Secretaría de Salud cambió repentinamente la estrategia de inoculación para concentrarse ya no en los pueblos más alejados, si no en los polos urbanos con mayor densidad poblacional. Este fin de semana, en Durango, el presidente reconoció que la llegada de una tercera ola de contagios es una “posibilidad real”.
Lo dramático del fenómeno pandémico es que llegará fortalecido con la combinación de diferentes mutaciones, y serán los propios mexicanos vacacionistas quienes servirán a la enfermedad como agentes transmisores.
Aunado a ello, los sistemas hospitalarios colapsarán más rápido que lo reportado durante enero y febrero.
Vendrán, por tercera ocasión, las dantescas imágenes de gente buscando desesperadamente una cama de hospital, un tanque o una carga de oxígeno, un medicamento y, en el extremo, un servicio funerario, tal cual nos ocurrió en junio del 2020 o en febrero de este año.
El secretario de salud en el estado de Puebla, Antonio Martínez, reconoció en entrevista con “Informativo 102” que una tercera ola en las actuales condiciones sería devastadora para la población, toda vez que los hospitales reportan altos niveles de ocupación, cada vez es más difícil conseguir los medicamentos probados para hacer frente a la pandemia y, lo más importante: el personal de salud padece agotamiento crónico.
Aun así, hay 200 mil poblanos que se relajarán y, potencialmente, se infectarán en las playas de Acapulco para después regresar y propagar la enfermedad a niveles nunca vistos.
En los siguientes ocho días naturales, más de 2 millones de poblanos saldrán a diferentes destinos, como la Sierra Norte, Atlixco, Morelos, Veracruz, Xalapa, CDMX, Cancún, Puerto Vallarta y Oaxaca.
Decenas de miles regresarán a disparar las cadenas de contagio y muerte y, desde luego, a tratar de sobreponerse a una enfermedad que, hasta ahora, no tiene cura.
México entra de lleno al riesgo más grande en lo que llevamos del 2021, con 2 millones 225 mil contagios acumulados y 201 mil 429 muertes por COVID-19, sin embargo los científicos sostienen que las cifras después de la Semana Santa pueden sufrir cambios dramáticos.
Por lo pronto, este fin de semana se observaron los primeros centros de contagio masivo en el aeropuerto de Ciudad de México y otras terminales aéreas del país; ahí donde la enfermedad ya tiene boleto de avión para moverse por todo el territorio nacional, y donde la conciencia y la responsabilidad sencillamente no viajan.
Y es que, mientras prevalezca una política laxa de contención y responsabilidad comunitaria, los mexicanos entendemos, por lógica elemental, que, si está “prohibido prohibir”, entonces también está “permitido contagiar”.
Al tiempo.