Adolfo Flores Fragoso
Nadie es autor de sus charlas y textos.
Somos una relectura de lo que hemos leído.
O de miradas de lo que hemos visto.
O de escuchos curiosos de lo que hemos oído.
Somos testigos de nuestra vida.
Esa lectura de ilusiones no concebidas.
O sí.
O de vidas propias que, de tan próximas, terminamos alejando.
Somos los ingenieros de vidas ajenas.
Destinos impropios, cual cazadores de los cacahuates y la colación de piñatas de la posada.
Somos aspirantes a ser alguien.
Aspirando al cielo, pero más vecinos al infierno (casi todos).
Y sin estar en torno de una mesa de cantina –manque a veces sí, como nos recuerda Guillermo Aguirre y Fierro–, regocijadamente departimos con bohemios en una noche de invierno , como lo recuerda también el tal Juan Ramón Jiménez en aquella memorable frase: “cuando se ama, el mundo entero tiene rumor de primavera…”
Algo de esto platiqué con Miguel Barbosa Huerta, en cierta memelería cercana a la SCT, donde tramitaba placas para transportistas.
Ya fue, y sí: lo extrañaré.
Nuestro último encuentro fue en cierto centro libanés.
Tuvimos un serio choque de trenes.
Pero cada quien.
Que descanse.