Dr. José Manuel Nieto Jalil
Director del Departamento Regional de Ciencias en la Región Centro-Sur Tecnológico de Monterrey Campus Puebla
Hace aproximadamente 65 millones de años, la Tierra fue testigo de una colisión cósmica monumental cuando un asteroide de proporciones colosales impactó contra nuestro planeta.
Esta colisión liberó una cantidad tan considerable de polvo a la atmósfera que sumió al mundo en una oscuridad persistente durante un período de tres años.
La influencia de este cataclismo fue espectacular: la reducción drástica de la luz solar llevó consigo una marcada disminución de las temperaturas.
Este cambio climático abrupto tuvo repercusiones cruciales, afectando el crecimiento de las plantas y dando lugar a una interrupción de la cadena alimentaria.
Este desequilibrio ecológico resultante tuvo consecuencias desastrosas, conduciendo a la desaparición de numerosas especies en un evento que dejó una huella indeleble en la historia evolutiva de nuestro planeta.
El advenimiento de la Primera Revolución Industrial a mediados del siglo XVIII en Gran Bretaña marcó un hito trascendental en la historia de la humanidad.
Este acontecimiento, y las subsiguientes revoluciones industriales, han trascendido la mera evolución tecnológica para dejar una impronta indeleble en la relación del ser humano y la naturaleza.
Estos períodos de transformación han sido paradigmáticos, impulsando la civilización hacia una nueva era de progreso, pero también han traído consigo desafíos monumentales que han puesto en peligro la estabilidad del planeta y su ecosistema.
Actualmente la humanidad está en un umbral crítico, representado simbólicamente por el Reloj del Juicio Final, una medida conceptual creada por el Boletín de Científicos Atómicos.
Este reloj simboliza el tiempo restante antes de que nuestra civilización se sumerja en un crepúsculo irreversible, un término metafórico que encapsula la magnitud de los actuales desafíos.
El Reloj del Juicio Final señala, con preocupante precisión, noventa segundos antes de la medianoche, evidenciando la urgencia de los problemas que tenemos.
La intensificación de las tensiones entre Rusia y Ucrania, el cambio climático desenfrenado y los avances en la inteligencia artificial se han identificado como los catalizadores de esta cuenta regresiva hacia un posible colapso planetario.
La guerra, con su potencial destructivo, se mezcla con la alteración climática y la inquietante progresión de la tecnología, creando una amalgama de amenazas interconectadas que exigen una atención inmediata y medidas efectivas.
Este reloj, concebido como un indicador de la proximidad de la humanidad a una destrucción total y catastrófica, tuvo sus orígenes en la representación de la amenaza de una guerra nuclear global.
Sin embargo, a lo largo del tiempo, ha evolucionado para abarcar no sólo los peligros vinculados a conflictos armados, sino también las preocupaciones relacionadas con los cambios climáticos y los avances en ciencias y tecnología que poseen el potencial de causar daño irreparable.
En el panorama actual, las emisiones globales de dióxido de carbono, aparentemente estabilizadas al inicio de la década, experimentaron un preocupante aumento en los años 2022 y 2023.
Detener los peores efectos del cambio climático ahora implica una tarea urgente: reducir las emisiones netas de dióxido de carbono en todo el mundo a cero mucho antes del fin de este siglo.
El riesgo de un sobrecalentamiento global, generado por el exceso de gases de efecto invernadero en la atmósfera, plantea una amenaza inminente.
Si persisten las actuales tendencias de crecimiento de las temperaturas, podríamos encontrarnos sin el margen necesario para implementar medidas evasivas, propiciando un cambio climático que amenaza las condiciones que hicieron posible la aparición de la vida en la Tierra.
Las observaciones realizadas en todos los continentes y la mayoría de los océanos revelan que numerosos sistemas naturales están sufriendo las consecuencias de cambios climáticos, como el aumento de la temperatura.
El cambio climático es el principal desafío ambiental en la Tierra, al ser una amenaza para el desarrollo y bienestar, con el riesgo inminente de inundaciones, sequías, huracanes, derretimiento de glaciares, elevación del nivel del mar, pérdida de biodiversidad y deterioro de los recursos ambientales proporcionados por los ecosistemas.
En consecuencia, se registra la necesidad imperativa de abordar estos problemas con acciones decisivas y estrategias a largo plazo para asegurar la sostenibilidad del planeta que habitamos.
La desoladora realidad del desequilibrio ambiental que aflige a nuestro planeta se manifiesta de manera alarmante a través de fenómenos como la monstruosa deforestación de bosques, el calentamiento global, el agotamiento acelerado de fuentes de energía naturales y la creciente escasez de agua a nivel mundial.
Esto no sólo está causando estragos en la atmósfera, el clima y los océanos, sino que también se ven exacerbados por el creciente número de aparatos eléctricos y electrónicos en nuestras vidas.
La proliferación de estos dispositivos también ha desencadenado una preocupante crisis ambiental cuando llega el momento de su desecho.
La mayoría de estos dispositivos contiene sustancias altamente tóxicas, como bromo, plomo, cadmio, berilio, bario, fósforo o mercurio, que pueden tener consecuencias perjudiciales tanto para la salud humana como para el medio ambiente.
Sorprendentemente, a pesar de esta realidad, estos residuos electrónicos no se reciclan de manera adecuada.
Para dimensionar la magnitud de este problema, se destaca que el 5% de los residuos urbanos a nivel mundial corresponde a desechos electrónicos.
Se estima que hay en funcionamiento alrededor de 2 mil millones de computadoras, y la fabricación de cada una requiere 290 litros de combustible fósil.
Un ejemplo impactante es el fósforo en los televisores, cuya eliminación inadecuada puede contaminar hasta 80 mil litros de agua, subrayando la necesidad crítica de gestionar de manera responsable estos dispositivos al final de su vida útil.
El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) alerta sobre el rápido crecimiento de la basura electrónica a un ritmo de alrededor de 40 millones de toneladas al año.
Este volumen de chatarra electrónica aumenta entre un 16% y un 28% cada cinco años, triplicando la tasa de crecimiento de la basura doméstica.
Si no se implementan medidas efectivas para recolectar y reciclar adecuadamente equipos de cómputo, televisores, celulares y electrodomésticos, el impacto negativo en nuestro medio ambiente será significativo, incluso en la salud pública.
Es imperativo que tomemos medidas concretas y urgentes para abordar esta problemática, adoptando prácticas que preserven no sólo nuestros recursos naturales, sino también la salud y el bienestar.
Las guerras, la desmesurada deforestación, el cambio climático, la creciente acumulación de residuos electrónicos y el posible uso incorrecto de la inteligencia artificial exigen una respuesta inmediata.
El reloj del juicio final nos recuerda la urgencia de nuestras acciones, señalando el peligro inminente que enfrentamos.
En este llamado a la acción, abogamos por un cambio en nuestras prácticas: desde la conservación de recursos hasta la adopción de tecnologías sostenibles.
El futuro de nuestro planeta depende de decisiones conscientes y colectivas que preserven la armonía entre la humanidad y la Tierra, forjando un camino hacia la resiliencia ambiental y la prosperidad compartida.