Palabra de mujer
Por: Rocío García Olmedo / @rgolmedo [email protected] [email protected] rociogarciaolmedo.blogspot.mx rociogarciaolmedo.com
En tres días deja la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica el señor Donald Trump y, en muchos de nosotros y tal vez en muchos lugares del mundo, el sentimiento es de felicidad y tranquilidad, aunque no seamos ciudadanos norteamericanos.
Hay un por qué. Durante cuatro años de su gobierno observamos y escuchamos cómo trastocaba a las instituciones. Cómo en sus mensajes dividía, insultaba, descalificaba, humillaba. Revivía viejas diferencias reflejando siempre “la supremacía blanca como sinónimo de progreso”. Iba envenenando el ambiente y fomentando el odio.
Su discurso caprichoso se fue tornando peligroso y él mismo, ejemplo en el manejo de la posverdad. Desde el día en que presentó su candidatura una parte de su discurso fue dirigido a nuestro país: “México no es nuestro amigo, créanme. Nos están matando económicamente. Y cuando México nos manda a su gente, no mandan lo mejor que tienen. No los mandan a ustedes. Nos envían a gente que tiene muchos problemas y que traen esos problemas con ellos. Ellos traen drogas, traen crimen. Son violadores. Y algunos, supongo, son buenas personas.”
Y desde el día uno de su gobierno se encargó de sumar agravios, por el sistema de salud, por el retiro de apoyos a dreamers que exigían que el DACA no se eliminara, por tensiones entre países y muchos etcéteras.
México vivió la presión por el riesgo de no lograr la firma del entonces Tratado de Libre Comercio. Convirtió a Estados Unidos en el país más afectado del mundo por la pandemia, derivado del desastroso manejo hoy sin control, 23 millones 923 mil 062 casos de COVID-19, 397 mil 494 fallecidos y sigue sin usar cubre boca.
Desde el inicio del gobierno muchos expert@s alertaban sobre su discurso como muy peligroso, debido justamente a que representaba a la anti-política, era polarizante, y apelaba de manera muy eficaz a emociones poderosas como el miedo y el odio: “El discurso populista, llevado al extremo, conduce a naciones a la quiebra y la disolución social o, incluso, a la guerra. Los experimentos populistas rara vez tienen final feliz”.
La lista de agravios se fue acumulando, sus propias contradicciones y mentiras lo llevaron a perder su relección y a un segundo juicio político que sin duda tendrá repercusiones políticas, porque eso permitirá que no vuelva a tener oportunidad de volver a presentar ninguna otra candidatura, nunca. La demagogia no es buena consejera.
Dice Luis Antonio Espino, experto en discurso político y manejo de crisis: “Los demagogos siempre han sabido del poder de la palabra y, por eso, los filósofos griegos nunca se cansaron de alertar a los ciudadanos de la polis sobre lo que son: un peligro para la convivencia democrática, un riesgo para la civilización”.
Esto es sólo una parte de un todo que tiene hoy a Donald Trump acusado de insurrección. Bien señala Roberta Garza: “pisotear el voto popular e incitar la violencia el desprecio por la democracia, la inteligencia, la ciencia y la academia y la aceptación de la violencia como herramienta política, todas características del nacionalismo supremacista blanco” (Nexos, 15/01/2021). Con su demagogia, Trump intentó destruir la legalidad y destruir a la prensa. La ciudadanía estadounidense no volvió a votar por él.
Una mala combinación, sin duda, cuando se junta la ignorancia con el protagonismo. Por todo esto y mucho más, en tres días se va… se va… Escribe Mario Vargas Llosa: “Que haya un voto libre no significa que los ciudadanos siempre voten bien.
Muy a menudo votan mal y eligen no lo mejor, sino lo peor. Quizás esa sea la mejor enseñanza que nos ha dejado Trump. Los norteamericanos eligieron mal –votaron más contra la señora Clinton que a favor de Trump– y eso ha sido una tragedia para Estados Unidos” (El País, 16/01/2021).
¿Lección para el mundo?
¿Lección para México?