Iván Mercado / @ivanmercadonews / FB: IvánMercado
En la más reciente gira de trabajo por el estado de Oaxaca, el presidente Andrés Manuel López Obrador fue cuestionado una vez más sobre la funcionalidad y eficacia de un elemento tan simple y tan debatido como es el cubrebocas en estos tiempos de desinformación, ignorancia e irresponsabilidad.
Su respuesta volvió a ser tajante, basada en los mismos argumentos que ha utilizado desde el inicio de la pandemia: “Sigo las recomendaciones de los expertos y hasta ahora no hay evidencia científica de que el cubrebocas funciona”.
Si la fuente de información y guía de recomendaciones que sigue el Ejecutivo es el inconsistente subsecretario Hugo López-Gatell, el líder de la 4T y jefe del Estado mexicano debe valorar con desconfianza los datos aportados por el político que todas las tardes aparece abrazado de confusión en su carácter de “científico”.
En medio de una enfermedad más profunda e inestable de lo que cualquier comité de investigadores renombrados hubiera podido predecir, está más claro que nunca que las medidas adoptadas a partir del sentido común y del instinto de supervivencia son las únicas acciones eficaces para tratar de contener una propagación más virulenta de lo estimado al inicio.
La sana distancia, el lavado constante de manos y el uso de tapabocas son estrategias más que suficientes para contener la diseminación del virus 70 por ciento.
A mediados de la semana pasada, Robert Redfield, director de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades en los Estados Unidos, afirmó que si todos en el mundo tuviéramos la capacidad y voluntad de utilizar mascarillas en espacios públicos, esta pandemia estaría controlada en ocho semanas.
Las afirmaciones del galeno fueron planteadas en una influyente editorial escrita por él y otros científicos en el Journal of the American Medical Association, donde enfatizaron que ya existe amplia evidencia del grave problema que significa a estas alturas de la pandemia de coronavirus la peligrosa e incuestionable propagación asintomática del virus en el mundo y cómo el uso del cubrebocas bien colocado es capaz de inhibir de manera significativa la aspiración directa de los aerosoles que los humanos somos capaces de emitir en una exhalación.
La editorial no sólo está soportada por el seguimiento elemental de los laboratorios en la observación de los protocolos y conductas de la cepa ante escenarios cambiantes.
Detrás de la publicación, hay toda una serie de estudios soportados científicamente, en los que quedó demostrado que incluso sólo el uso de las mascarillas ayudó a reducir significativamente las tasas de contagios entre un importante grupo de especialistas de la salud, localizados y observados en el sistema de atención médica del Mass General Brigham en la ciudad de Massachusetts.
La investigación, debidamente sustentada y publicada, es hasta ahora la aportación científica más seria, misma que atiza de manera directa el cada vez más cuestionado e irresponsable discurso político que se niega a aceptar la eficacia de este elemento, argumentando de manera falaz una “defensa” de las libertades individuales.
La enfermedad, que tiene de rodillas a la población mundial y que en seis meses ha exhibido a las clases políticas y gobernantes del planeta, va ganando una batalla inesperada. Una pelea en la que los humanos solamente hemos sido capaces de reaccionar inocentemente, mientras los políticos se han resistido a tomar decisiones impopulares por el miedo a perder sus cada vez más débiles cotos de poder.
La discusión sobre el uso obligatorio de mascarillas en espacios públicos se profundiza, entre los que desde el poder han decidido despreciar a la ciencia y desinformar a los ciudadanos.
La ambición es osada, sin embargo el miedo a las consecuencias de una voracidad política desmedida puede ser más fuerte, por ello son cada vez más los que desde ese “pedestal”, que obliga a la toma de decisiones, comprenden que esta contingencia no sólo los rebasa, sino que a medida en que avance la enfermedad y la población entienda el grado de exposición a la que fue sometida de forma intencionada, van a ser señalados como los responsables directos de una serie de políticas erráticas que terminaron con miles de vidas.
El pasado miércoles, Muriel E. Bowser, alcaldesa de Washington D, anunció la firma de una orden ejecutiva histórica para obligar a toda la población a utilizar de manera inobjetable las mascarillas una vez que se encuentren fuera de sus domicilios, la decisión ha sido observada como severa y poco popular en tiempos de campaña electoral, aunque también ha sido calificada como necesaria y oportuna.
No hay casualidad en el patrón de conducta irresponsable y los números fatales en las naciones más afectadas por la propagación de infectados y víctimas.
En Estados Unidos, donde la enfermedad se ha posicionado como el epicentro de la pandemia en el mundo, su presidente despreció a los investigadores y se negó sistemáticamente a utilizar en público un cubrebocas. Hace unos cuantos días, Donald Trump aceptó su uso e incluso ha recomendado su utilización como una responsabilidad “patriótica”.
En Brasil, el presidente Jair Bolsonaro, quien fue alcanzado por el coronavirus, despreció y se burló en innumerables ocasiones de la pandemia. El colmo de su soberbia llegó al quitarse la mascarilla frente a los reporteros de la fuente presidencial, sabiendo que era portador del virus, una actitud irresponsable y calificada por millones como “criminal”, lo que le ha valido demandas judiciales por los posibles infectados.
Otro ejemplo de irresponsabilidad política, el primer ministro británico Boris Johnson, quien siguió la estrategia de mostrarse escéptico y poco temeroso de la infección, hasta que lo sorprendió y lo sometió a una recuperación en terapia intensiva. Hoy sigue sin utilizar mascarillas en diversos actos públicos.
Por supuesto, es inevitable revisar el caso del presidente López Obrador, quien ha desafiado a la enfermedad desde que se presentó el primer caso en el país. Ha sido capaz de mostrar imágenes religiosas, contradecir públicamente a su secretario de Hacienda y hasta cuestionar a los científicos sobre el uso del cubrebocas.
La Organización Mundial de la Salud reconoce el uso del diminuto elemento de protección como una medida obligada y ha lanzado llamados a diferentes gobernantes del orbe para dejar la agenda política y privilegiar la urgencia sanitaria dados los rebrotes que han obligado a países a retomar el confinamiento.
El desarrollo de la vacuna más cercana se encuentra en fase 3 y requiere por protocolo internacional la presentación a la comunidad científica internacional para avalar la publicación e inciar la producción y distribución mundial.
Todavía se ignoran las condiciones políticas y económicas de accesibilidad que impondrán los que patenten la ansiada inoculación, pero se estima que una primera producción de 2 mil millones de dosis estará lista hasta el segundo semestre de 2021 y nos coloca como una superpoblación vulnerable por 18 meses por los inevitables tiempos de distribución.
La raza humana está lejos de protegerse contra un mal que está logrando un nuevo orden mundial y una dramática selección “natural” de la especie.
La ambición de los políticos del mundo es mucha y la irresponsabilidad de las sociedades lo es incluso más, lo que arroja la combinación perfecta para que todos seamos testigos de la mortandad “voluntaria” más grande de la historia. Contener ese indeseable escenario es posible en buena medida y está literalmente al alcance de la mano de quien tiene la responsabilidad elemental, se llama conciencia y se apellida cubrebocas.
Usémoslo.