Por: Adolfo Flores Fragoso
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L a violencia es un medio de comunicación. Un medio que transmite frustraciones, soledades, inquietudes inquietas, atardeceres sin brazos y abrazos, una tarde en desiertos desconocidos, lecturas sin un libro en la mano, un “te lo dije” para el débil remitente, alguna mañana sin unos dedos sudorosos para estrechar, un hombre rico en la pobreza (que los hay), o un pobre que usa el teléfono para saber dónde hay unas migas de pan.
Blanditas y con ajo, por supuesto. La violencia, hoy y como siempre, trasciende lo sangriento, pues la sangre es la que llama a forjar el bien o el mal. Por eso la violencia huele, pese a que no duela.
“Me han tratado brutalmente, pero no me han cambiado. Simplemente me han destruido”, escribió Wilde en cierta carta a Robert Ross. Óscar se refiere a otra forma de violencia. Esa a la que llaman violencia amorosa.
Un tanto sado, un mucho masoquista. Pero para muchos, envidiable.
E inaccesible. Una violencia que fue la ejercida por Chris Rock hace un par de noches. Pero que hoy es víctima-héroe de violencia mediática. Hombro con hombro de Will Smith. Allá ellos.
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De frente he visto muchos cuerpos muertos que fueron víctimas reales de violencia violenta. Tan de fríos cuerpos físicos como reales. De a de veritas, no de mentiritas. Para el reportero de la nota “roja” de antaño, era lo cotidiano.
A veces con una torta de sardina como alimento nocturno mientras observaba ciertas autopsias de las víctimas de los violentos, en la morgue municipal. En otras ocasiones, asumiendo desagradables y fuertes charlas con quien ejerció su cometido.
Los secos y cínicos mensajes del victimario no faltan. El Chacas me lo dijo en alguna penitenciaría: “¿Qué harías ante un hombre que aparenta ser bueno, pero que te traiciona y agrede a tu familia?”
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En 1988, Jorge P. me confesó lo mismo en el largo puente-pasillo del Cereso de Puebla, un tanto distante de la sección L: “¿Qué haces en mi lugar cuando hay gente que te traiciona y te lanza verborreas que ofenden a mi familia?” Respondí: “Los descuartizaste. Apoyado por el Tocho, el que te atoró después¨. Calló, pero así fue.
Pocos somos inducidos a la violencia. Pero así nos llevamos. Como si hablar del otro fuera un acto inocente, sabiendo que genera violenta violencia. Jorge P. vestía una envidiable chamarra verde de seda aquella noche del motín en el Cereso de Puebla, excelente locación para sus confesiones. Sin grabadora.
Él, un presunto asesino encarcelado (que terminó siendo un buen amigo manque un poco violento, muy atento, guapo –hay que escribirlo– y hasta pudiente), siempre perfectamente bien vestido, ahí, en el penal de San Miguel.
Al margen de ser un violento destazador, portaba ropa siempre elegante para la ocasión.
Muy sonriente.
Educado.
Perfumado.
E insisto: siempre elegante.