Dr. José Manuel Nieto Jalil / Director del Departamento Regional de Ciencias en la Región Centro-Sur / Tecnológico de Monterrey Campus Puebla
En los primeros mil millones de años del Sistema Solar, planetas y protoplanetas carecían de trayectorias estables; había colisiones colosales: los cuerpos celestes jóvenes luchaban por su lugar. Un candidato clave emergió en el relato
del origen de la Tierra y la Luna: Theia, hipotético planeta.
Modelos recientes sugieren que este planeta, con una masa similar a la de Marte, se dirigía hacia la Tierra primitiva, desencadenando uno de los eventos más transformadores en la evolución planetaria.
El encuentro entre Theia y la Tierra ocurrió hace unos 4 mil 500 millones de años. El impacto arrancó fragmentos de ambos cuerpos y formó una densa nube de escombros que, bajo la gravedad, se amalgamó para dar origen a la Luna.
Este impacto fue de los más violentos en la historia de la Tierra, suficientemente poderoso como para alterar su destino.
Científicos sostienen que los escombros producto del cataclismo, impulsados por la gravedad, se agruparon durante millones de años para formar el satélite.
Este fenómeno también explica la inclinación axial de la Tierra, factor que influye en la estabilidad climática y en la evolución de la vida.
Los modelos actuales han refinado nuestra comprensión de la composición lunar. La mayoría sugiere que entre un 70% y un 90% de su masa proviene de Theia. Entre el 10% al 30% restante sería material eyectado de la Tierra.
La teoría se basa en la similitud isotópica entre las rocas lunares y terrestres. Pero algunos modelos proponen que sólo 8% proviene de Theia, es decir, que la Luna se formó principalmente de la Tierra.
Este debate refleja la complejidad de reconstruir eventos antiguos y subraya que la ciencia avanza por revisión constante.
Investigaciones de la Universidad Estatal de Arizona arrojan nueva luz sobre el enigma de Theia; sugieren que dos capas de roca del tamaño de un continente, ubicadas en las profundidades del manto terrestre, podrían ser restos de Theia.
Estas masas, conocidas como provincias de baja velocidad de corte (LLSVP, por sus siglas en inglés), tienen una densidad inusualmente alta en comparación con el manto.
La relevancia de este hallazgo es profunda. Las dos manchas de roca, ubicadas bajo África y el Océano Pacífico, aisladas y más densas que su entorno, desafían las teorías convencionales sobre la dinámica interna de la Tierra.
Investigadores creen que estos fragmentos podrían ser reliquias del núcleo de Theia, que se fusionó con la Tierra tras la colisión. Si se confirma, sería evidencia directa del impacto que moldeó la Luna y la estructura interna terrestre.
Estos descubrimientos ofrecen nuevas perspectivas sobre la historia de la Tierra y los procesos de formación planetaria.
Antes, sismólogos habían identificado las estructuras como LLSVP, por su comportamiento anómalo frente a las ondas sísmicas. Según los modelos actuales, tras el impacto, el núcleo de Theia se fusionó rápidamente con el de la Tierra y los fragmentos más densos se hundieron hasta la frontera entre el manto y el núcleo.
Así, las LLSVP serían restos del manto de Theia, cuya densidad superior se debe a su enriquecimiento en óxido de hierro (II), lo que las distingue del manto restante. Esta adición sería coherente con estudios geoquímicos en las muestras lunares y basaltos de las islas oceánicas que cubren las provincias. La concordancia isotópica entre estas muestras refuerza la idea de que los materiales lunares y terrestres comparten origen.
Diversas simulaciones muestran que rocas del manto con una densidad entre un 1.5% y un 3.5% mayor que las terrestres podrían haber sobrevivido y formado cúmulos cercanos al núcleo. Estos fragmentos –LLSVP–, contienen una masa combinada aproximadamente seis veces mayor que la de la Luna.
Se extienden lateralmente por miles de kilómetros y alcanzan profundidades de hasta mil kilómetros.
El hallazgo ofrece una nueva perspectiva sobre el legado del impacto de Theia en la estructura interna de la Tierra.
Las especulaciones sobre la relación entre las LLSVP y el impacto de Theia han sido numerosas. Sin embargo, este nuevo modelo ofrece la explicación más completa hasta la fecha.
Sugiere cómo estos fragmentos densos del manto, producto del impacto, han permanecido intactos durante miles de millones de años.
Más allá del modelado del manto, los resultados son consistentes con estudios previos que indican que las firmas químicas vinculadas a las LLSVP son tan antiguas como el mismo impacto de Theia.
Esto refuerza la teoría de que las LLSVP son fragmentos de Theia y contienen registros del sistema solar primitivo.
La tomografía sísmica revela que estas regiones tienen velocidades de ondas sísmicas inferiores a las del resto del manto.
Descubrir la causa de esta anomalía es uno de los grandes desafíos actuales, ya que podría transformar nuestra comprensión de la convección del manto global, el transporte de calor y los procesos que moldean la evolución de la Tierra.
No sólo mejorará el conocimiento de la dinámica interna de la Tierra; también habrá nuevas preguntas sobre los orígenes de la Luna y los impactos planetarios.
Además de las hipótesis sobre las LLSVP, un descubrimiento ha captado la atención de la comunidad científica: un meteorito gigantesco, que impactó la Tierra hace unos 430 mil años, fue hallado incrustado en la Antártida.
El hallazgo es de gran importancia, ya que se estima que aproximadamente 100 toneladas de material espacial entran en la atmósfera terrestre cada día, aunque sólo 15 toneladas sobreviven al rozamiento con el ambiente.
El meteorito, investigado por el equipo del Dr. Matthias van Ginneken, de la Universidad de Kent, contiene un componente exótico en las rocas recuperadas de la montaña Walnumfjellet, en la tierra de la Reina Maud.
Las partículas sugieren que el cuerpo celeste tenía un diámetro de al menos 100 metros, tan grande como para haber causado devastación global.
La explosión generada fue unas cuatro veces mayor que el impacto del meteorito de Tunguska en 1908, que arrasó más de 2 mil kilómetros cuadrados de bosques en Siberia; miles de veces más poderosa que la bomba nuclear de Hiroshima.
Sin embargo, fue mucho menor que el impacto del meteorito que causó la extinción de los dinosaurios y dejó el cráter de Chicxulub. Investigadores enfatizan que encontrar evidencias de impactos de este tipo es extremadamente difícil.
El hallazgo subraya la necesidad de reevaluar las amenazas cósmicas.
Aunque los meteoritos que caen en regiones aisladas como la Antártida no representan peligro inmediato para la humanidad, impactos similares en zonas pobladas podrían causar millones de víctimas y daños masivos en un radio de cientos de kilómetros.
La investigación de estos fenómenos es crucial para prepararnos ante futuros eventos de gran magnitud.