Iván Mercado / @ivanmercadonews / FB IvánMercado
En diciembre de 2019, China reportó al mundo la presencia “inesperada” de un nuevo virus que era capaz de “atacar” el sistema respiratorio de los humanos, al grado de llevarlos a una fuerte infección que era capaz de acabar con su vida en no más de 90 horas.
A partir de esos eventos clínicos, China anunciaba la existencia de un nuevo virus derivado del SARS-CoV-2 denominado “coronavirus”. Apenas unas semanas después, en febrero, la OMS declaraba formalmente la existencia de una nueva pandemia para la humanidad.
Durante los primeros meses, nadie nunca, fuera de China, se imaginó la gravedad y consecuencias que la nueva pandemia traería para la humanidad entera.
Millones de seres humanos infectados, cientos de miles de muertos, confinamientos obligatorios y voluntarios, economías colapsadas a nivel mundial, millones de personas desempleadas, millones de familias divididas y aisladas por el miedo a contagiarse y morir… en síntesis, dejamos de tener un mundo en cambio para comenzar un cambio de mundo.
Las condiciones de vida se han transformado en cuestión de meses, las empresas y las industrias que han sobrevivido al primer embate han tenido que adaptar sus estrategias de trabajo para proteger a sus empleados y sus cadenas de valor, las escuelas han cerrado sus puertas, la educación ahora se intenta transmitir a través de la internet, la desconfianza entre los seres humanos ha crecido por el temor natural a verse infectados unos a otros, el uso obligatorio de cubre bocas, caretas, lentes protectores son, increíblemente, nuestro mejor y único escudo contra la enfermedad.
La vida que todos conocimos y disfrutamos por décadas, cambió para siempre.
Hoy la especie humana esta sometida a niveles de estrés, miedo e incertidumbre nunca antes vistos, dada la conectividad y facilidad para acceder a una impresionante cantidad de contenidos no verificados o simple y sencillamente falsos.
Esta es la primera pandemia con una sobre cobertura mediática capaz de registrar segundo a segundo el número de contagios y muertos en el planeta. Tal exposición ha motivado un incremento insospechado en los niveles de emociones negativas para la salud mental y física de los seres humanos.
Las actuales circunstancias han literalmente disparado sentimientos como la incertidumbre, el miedo, el enojo, la frustración, la desesperación, el desánimo, la irritabilidad y la depresión.
Todo, en lo individual y en su conjunto provoca que el cerebro de las personas segregue una serie de sustancias y hormonas esteroideas como el glutamato, el cortisol, la adrenalina y noradrenalina que minan sistemáticamente el sistema inmunológico de los seres humanos. Esta condición es terreno fértil para virus, bacterias, hongos y la deformación celular que da paso a tumores y otros padecimientos graves.
Con la llegada del COVID-19, los seres humanos no sólo perdimos nuestra forma de coexistencia, también perdimos la tranquilidad y parte de nuestra salud emocional.
Por ello, es estratégico y profundamente relevante replantear la nueva realidad que ha nos ha llegado y comenzar a hacer frente a este escenario incierto con nuevas herramientas y prácticas que nos alejen de un escenario de vulnerabilidad.
Es así que mientras los científicos trabajan sobre un tratamiento médico, nosotros podemos y debemos comenzar a trabajar en mecanismos internos para evitar que nuestros sistemas inmunológicos se vean afectados por un estado emocional disminuido.
El concepto resilience, que comenzó a ser utilizada por el ecólogo Crawford Stanley Holling en 1930, cobra hoy una profunda importancia.
La resiliencia es la capacidad de sobrellevar circunstancias adversas y es, también, la propiedad de un material para resistir fuerzas y presiones externas sin mostrar una deformación permanente.
Los seres humanos también gozamos de esa propiedad, pero en la mayoría de las ocasiones, esta capacidad se encuentra “dormida” a nivel consciente, porque no sabemos que existe en nosotros y porque al no identificarla, no la practicamos y mucho menos la ejercitamos.
Simple, al ser humano no le gusta que le digan la verdad, lo que le encanta es que le digan lo que quiere escuchar.
El mundo ha cambiado drásticamente y los seres humanos tenemos dos alternativas: O nos adaptamos lo mejor y lo más rápido posible, o nos dejamos arrastrar por el sufrimiento y la ignorancia a una muerte inevitable.
En este contexto, la resiliencia es nuestra mejor herramienta para encontrar esa adaptación exitosa.
Charles Darwin, el padre de la teoría de la evolución de las especies afirmó: “Las especies que sobreviven no son ni las más fuertes ni las más inteligentes, sino las que mejor se adaptan a las nuevas circunstancias”.
La pandemia vino a cambiar por completo nuestro status quo, llegó para deformar nuestra forma de vida, nuestras costumbres, nuestros hábitos, nuestras tradiciones, nuestras rutinas, nuestra convivencia, nuestras formas de comunicación y producción. Acabó casi por completo con el mundo que por generaciones fuimos construyendo al paso del último siglo.
No es casualidad que después de la Segunda Guerra Mundial, sociedades actuales como las alemana y japonesa sean individuos disciplinados, conscientes y estrictos en muchos de sus hábitos. La derrota de ese conflicto bélico los obligó a sacar fuerzas y enormes rasgos de resiliencia para levantarse de una derrota que dejó profundas heridas físicas y emocionales.
Así pues, en un mundo incierto, inseguro y peligroso es imperante regresar a las reflexiones y pensamientos de los genios como Albert Einstein, quien sostuvo que para hacer frente exitosamente a una crisis deben existir tres condiciones primordiales en cualquier ser humano: identificar que existe un problema, profundizar y estudiar el origen del problema y avocarse con información certera a resolver dicho dilema.
En momentos cruciales, los seres humanos estamos llamados a mucho más que resignarnos, lamentarnos o sentarnos a esperar una cura. Comenzar a informarnos y adaptarnos lo más rápidamente es una vía que debemos comenzar a transitar y la ruta más efectiva se llama resiliencia.