Alejandro Cañedo Priesca
Un 3 de febrero de 1966, jueves, 8:45 nací.
Ese mismo día mi papá, Alejandro Cañedo Benítez, anotó en su agenda lo siguiente:
Desde siempre seguí su ejemplo de orden, calidez y el hacer las cosas bien, porque así se deben de hacer.
Cuando yo era muy pequeño, me decía que nunca me felicitaría por cumplir mi obligación y eso me permitió hacer lo mejor posible. También me enseñó lo que no aprendí en la universidad, que fue todo lo que sé de turismo y viajes, pero sobre todo, me enseñó a tratar bien a todas las personas.
En su despacho de más de 50 años, ubicado en la Avenida Juárez, tenía la pintura de dos personas muy distintas entre ellas, un rey y un campesino, y eso le recordaba cada día que todos, sin importar su origen, serían tratados de la mejor manera posible en la agencia de viajes, siempre con calidez y calidad.
Muy amigo de sus amigos, los ayudaba, aunque no estuviera en su mejor momento. Fue el tercero de cuatro hermanos, siempre tomaba la iniciativa de reunir a la familia con una comida anual en el mes de febrero, festejando a la vez su cumpleaños.
Siempre viajó, y alguna vez de broma dijo que vivía de viaje y en Puebla estaba de paso, y así era: mucho tiempo lo pasó en barcos, aviones y autos, buscando en los viajes su realización como persona.
Desde muy joven, y gracias a mis abuelos, viajó con los scouts a Canadá y después a Inglaterra, recorrió Europa en auto y una vez llegó hasta Guatemala en un VW Sedán.
Cuando no viajaba, Valsequillo era su refugio, pero también lo era su familia, los Rotarios, sus amigos del café y también los del club Skal.
Bromista, sarcástico, cercano y serio cuando la ocasión lo ameritaba, siempre se sintió contador público, político y agente de viajes a la vez, siendo un líder en cada área donde se desempeñaba.
Me quedo con su ejemplo de ser para los demás y de: “Dar de sí, antes de pensar en sí”.